En el mundo de hoy,
donde ciencia y lucro desmedido entremezclan constantemente sus intereses y
afanes, preocuparse por las causas y consecuencias de posibles tragedias como
la acontecida en la Atlántida, nunca sobra.
Pedro Rivera Ramos / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
Desde hace más de dos
milenios, cuando el filósofo griego Platón, discípulo de Sócrates, relatara en
sus famosos Diálogos de Timeo y Critias (siglo IV A.C.), la leyenda egipcia
sobre la enigmática Atlántida y la catástrofe que la destruyó, la humanidad se
ha visto cautivada por esclarecer si ésta es otra ficción más, difundida desde
la Antigüedad o si de veras existió, donde estuvo posiblemente emplazada y qué
fenómenos naturales explicarían su desaparición tan abrupta. Alrededor de la
Atlántida se han tejido un número considerable de mitos y se han encontrado
referencias históricas de tragedias similares, en las tradiciones de los más
diversos y distantes pueblos de la Tierra.
Aunque algunos pocos
aseguran que la Atlántida pertenece solo a la mitología y que la narración de
Platón está basada en la súbita crecida del mar Negro sobre el Mediterráneo;
son muchos más los que creen firmemente en la existencia de tan fascinante
civilización, ubicándola unos, en la Antártida, en el sureste de Asia o en el
mar Egeo; mientras otros la creen desaparecer en las fuertes corrientes del
Triángulo de las Bermudas o como consecuencia del impacto de un monumental
asteroide con nuestro planeta. Hay algunos, como el geógrafo británico Jim
Allen, que después de más de diez años de investigación, ubican a la Atlántida
en Sudamérica, en pleno altiplano andino, específicamente en el Salar de Uyuni,
en Bolivia.
Sin embargo, la versión
que ha ido cobrando mayor fuerza en tiempos recientes sobre la legendaria
Atlántida, su probable emplazamiento en una isla volcánica del mar Egeo y los
cataclismos que la hicieron sucumbir, es la que comienza a construirse con los
descubrimientos geológicos de Avraam S. Norov a fines del siglo XIX, el
sismólogo Angelos Galanopoulos en 1965,
y principalmente del arqueólogo inglés Arthur Evans, que a principios
del siglo XX, excavando en la isla de Creta, descubre una cultura admirable y
totalmente desconocida para toda la humanidad: la antigua civilización Egea o
Minoica, que llegó a constituir en su tiempo un poderoso y floreciente Estado
marítimo, con leyes, lenguaje escrito, dinero metálico, conocedora de la
agricultura y la alfarería y con un elevado nivel cultural de sus habitantes.
En el libro “La
Atlántida: ¿una fantasía o una realidad?” de Rezanov I. A. (Editorial Mir,
Moscú, 1975), esta versión alcanza una consumada exposición, en el que sin
menoscabarse en lo absoluto el rigor científico necesario, el autor va
valiéndose de los resultados de los últimos descubrimientos arqueológicos y de
los análisis de los materiales geológicos, geofísicos y submarinos allí encontrados, para explicar
y situar de manera casi inobjetable a esta majestuosa ciudad micenocretense, en
una gran isla de carácter volcánico del Mediterráneo Oriental, que formara
parte de la potencia Minoica y que se hundió en el fondo del océano en el II milenio
a.n.e., luego de ser devastada por una catástrofe geológica sin precedentes, en
la que en conjunción excepcional y terrible intervinieron la fuerza de
terremotos, poderosos tsunamis, la erupción del volcán Santorín con el
impresionante derrumbamiento de su caldera y el acompañamiento de abundantes e
interminables lluvias de cenizas, gases y polvo volcánico.
Rezanov logra desde las
primeras páginas de su libro y a través de un lenguaje tanto ameno como
accesible, atrapar al lector con una seductora teoría sobre la Atlántida y el
papel determinante que le cabe a la ciencia geológica, en el desentrañamiento y
revelación de los secretos y misterios que rodean, desde hace más de 2,500
años, el origen, ubicación y las causas verdaderas de la desaparición irremisible
de tan legendario reino. Descarta, con argumentos bien fundamentados en
geología y oceanología principalmente, a los estudiosos que sitúan a esta
civilización en la parte septentrional del Océano Atlántico, para ubicarla por
el contrario, en una zona del mar Mediterráneo caracterizada aún hoy, por una
gran actividad y desarrollo de los procesos geológicos y que se encuentra
localizada entre Grecia, Turquía y la isla de Creta. Para hacer más verosímil
su interesante y singular teoría, Rezanov, después de identificar y describir a
los principales cráteres que existen en la Tierra y que fueron causados por el
impacto de grandes meteoros, hace lo mismo con los más grandes terremotos y
erupciones volcánicas que ha sufrido nuestro planeta.
Sobre la erupción a
fines de agosto de 1883 del volcán Krakatoa en Indonesia, cuya explosión se
estima generó una energía equivalente entre 10,000 a 20,000 bombas atómicas,
narra lo siguiente: “Se dice que la onda en el mar originada por la explosión del Krakatoa
fue tan fuerte que recorrió todo nuestro planeta y el tsunami llegó hasta las
costas de Francia y el istmo de Panamá. La atmósfera sufrió cambios violentos.
Cerca del Krakatoa se desenfrenaron fuertes huracanes. La onda aérea provocada
por la erupción del Krakatoa dio tres vueltas al globo terráqueo, lo cual fue
demostrado por las observaciones barométricas. En toda la historia de la
humanidad no se ha hecho mención alguna sobre una erupción que hubiera sido
acompañada de fenómenos acústicos de igual fuerza. Todavía a fines de noviembre
de 1883 asombraron a toda Europa unos fenómenos extraños ocurridos durante la
puesta del sol”. Las partes finales del libro son destinadas por el
geólogo ruso, a relatar los importantes y decisivos descubrimientos realizados
por Arthur Evans; el floreciente y avanzado Estado de Creta antes de la
catástrofe; el alto nivel de desarrollo alcanzado por los habitantes de la
Atlántida; el desenvolvimiento del impresionante cataclismo y el impacto
colosal que tuvo para el Antiguo Egipto, la destrucción y hundimiento de esta
mítica ciudad.
No hay duda que la
Atlántida de haber existido y sucumbido por los fenómenos naturales que en su
libro reconoce y describe Rezanov, hace que consideremos que la sola
probabilidad de que tal acontecimiento hubiese sido posible, nos incite con
urgencia a ocuparnos de la necesidad de identificar las previsiones que la
humanidad ha de asegurarse, ante las consecuencias incalculables que un
cataclismo de tal envergadura podría causar. Esto cobra mayor importancia en la
actualidad, debido a que el mundo en que vivimos está profundamente marcado por
el cambio climático antropogénico, la quimera de soluciones a través de la
geoingeniería, el siniestro proyecto militar estadounidense conocido como HAARP
o el disparate “científico” que representa el llamado Gran Colisionador de
Hadrones. En el mundo de hoy, donde ciencia y lucro desmedido entremezclan
constantemente sus intereses y afanes, preocuparse por las causas y
consecuencias de posibles tragedias como la acontecida en la Atlántida, nunca
sobra.
1 comentario:
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