Todo el paisaje que el Informe
MacBride vio como amenaza contra la humanidad ha
empeorado exponencialmente y, por momentos parece no haber manera de frenar su
vorágine y sus consecuencias terribles.
Fernando Buen Abad Domínguez / LA
JORNADA
En 1976 la Unesco advertía riesgos para
la libertad de expresión y, especialmente, para la participación
equitativa de los pueblos en los medios de información y comunicación. Por eso
creó una comisión internacional para el estudio de los problemas de la comunicación
apoyada por un grupo de intelectuales e investigadores de todo el mundo. Esa
comisión entregó en febrero de 1980, el Informe
MacBride, nombre en alusión y homenaje a Sean MacBride, político
irlandés luchador por los derechos humanos.
Sean MacBride (1904-1988) Premio Nobel de la
Paz y Premio Lenin de la Paz, logró concluir el informe que lleva su nombre
gracias, también, al trabajo y aval de expertos y personalidades, como Marshall
McLuhan y Gabriel García Márquez… sin olvidar el apoyo político de los Países
no Alineados que habían vislumbrado, desde 1973, los peligros de la
concentración mediática en pocas manos. Pero todo eso sirvió de poco y nada
cuando Ronald Reagan ordenó congelar al informe y difamarlo por todos
los medios posibles.
En el Informe
MacBride hay vigencia plena para entender un peligro mundial
que es hoy agenda política obligatoria y que en sus tesis más urgentes
sintetiza un panorama y un problema basado en la propiedad de los medios de
información y comunicación, sus vínculos con la economía, la educación, la
tecnología… la cultura y la ideología permeados por la concentración monopólica
que ha venido convirtiéndose en amenaza contra las democracias.
El informe es, al mismo tiempo, un proclama:
“Por un nuevo orden mundial de la información y la comunicación… Un solo mundo,
voces múltiples”, dice su título. Está claro que, desde las primeras jornadas
consultivas, se entendió la asimetría inmensa de la lucha contra la
monopolización mediática que se había acelerado silenciosamentedesde el
final de la Segunda Guerra Mundial. Veían crecer ante sí la ecuación hegemónica
–nada nueva– en la que pocos dueños pueden enmudecer a millones de personas e
imponerles modos de opinar, de comprar, de divertirse y de subordinarse según
los intereses del mercado de la información, la comunicación y
la cultura del capitalismo.
Es un documento rico en aristas y abrumado por
la complejidad del problema. El Informe
MacBride advierte, no sin cautelas, la importancia –y
urgencia– de que los estados nivelen, con soberanía comunicacional y cultural,
las asimetrías y las dependencias. Particularmente las tecnológicas. Ve la
urgencia de impulsar líneas de estudio para la formación de profesionales
acordes con el nuevo escenario que se desprendió del negocio de la Guerra
Mundial y donde los medios se configuraron como instrumentos para la
dominación ideológica y no para la emancipación. Está en ese informe un
compendio crítico poderoso y contrario a la doctrina de
la autorregulación que ya entonces (e incluso desde antes) defendían
los dueños de los medios.
El informe ve la necesidad de políticas
públicas integrales en materia de Información y Comunicación y ve la necesidad
de vincularlas con las políticas educativas y culturales. Ve que los Estados
deben garantizar la libertad de expresión de los pueblos (en el
contexto del derecho a informarse y a comunicarse) y prevé el desarrollo de
redes amplias de medios comunitarios que den voz a todos. Es un informe
democratizador y pluralista, redactado con la meticulosidad diplomática de su
tiempo y con alientos llamativamente progresistas para un tema tan sensible
como el de la relación comunicación y cultura.
Todo el paisaje que el Informe MacBride vio como amenaza
contra la humanidad ha empeorado exponencialmente y, por momentos parece no
haber manera de frenar su vorágine y sus consecuencias terribles. Las empresas
monopólicas se han convertido en fuerzas supranacionales y hoy son fábricas de
gobiernos que dejan a los pueblos en el desamparo y a la intemperie jurídica y
política. Hoy, por ejemplo, los servicios de inteligencia, espionaje
y siembra de pruebas falsas pasaron a ser productores mediáticos. El show del espionaje y la intimidad
abolida. Las democracias bajo peligro.
El informe expone la urgencia de un nuevo
orden en materia de información y comunicación para conjurar esas
contradicciones y contrariedades sociales, donde una mayoría de personas está
muda ante una minoría que ejerce, también con los medios de comunicación,
hegemonías económicas, políticas y culturales. El documento contiene una
crítica aguda sobre la concentración de medios y reclama un cambio
con pluralidad no sólo de canales, no sólo de acceso a las tecnologías, no sólo
de respeto a las identidades, no sólo de protección a la infancia y democratización
informática… especialmente pide pluralidad de ideas y desarrollo de pensamiento
crítico. En fin, todo lo que no se ha visto, por décadas, en
una industria de la información y de la comunicación que se volvió
alevosa, sorda, consumista, individualista y belicista. Que nos dejó mudos.
*Director del Centro Universitario para la
Información y la Comunicación Sean MacBride de la Universidad Nacional de
Lanús.
No hay comentarios:
Publicar un comentario