Este
domingo primero de octubre se cumplen dos meses de la desaparición de Santiago
Maldonado. Dos meses de zozobra, incertidumbre, negación, ocultamiento, pero
sobre todo de mentiras oficiales y manipulación mediática.
Roberto Utrero Guerra / Especial
para Con Nuestra América
Desde
Mendoza, Argentina
Dos
meses de sufrimiento y dolor en que su familia rodó buscando información sobre
su paradero sin que nadie le diera una respuesta, donde a su hermano Sergio lo
hicieron dar vueltas, le pidieron muestras de ADN, lo ilusionaron, desengañaron
y le faltaron el respeto reiteradamente en forma personal y a sus padres que
aguardaban en su casa cualquier novedad, conscientes que el Estado Nacional
debe proteger, cuidar y resguardar a cada uno de sus habitantes, porque su
tremenda potestad está para eso.
Dos
meses en donde la actitud del gobierno conformado por las mismas autoridades ha
dado un giro de 180 grados que va desde la indiferencia absoluta y la mirada al
costado, hecho que ocultaba la responsabilidad del Jefe de Gabinete del
Ministerio de Seguridad que estuvo en el escenario de los hechos, la Ministra
Patricia Bulrich interpelada en el Congreso y los efectivos de Gendarmería que
realizaron el operativo, cuyas reiteradas escuchas telefónicas los condenan de
antemano, hasta reconocer su desaparición forzada y ofrecer dos millones de
pesos por cualquier información sobre el joven. Decisión tardía, torpe, que
insulta la inteligencia de la población, como el viejo chiste que circulaba
años atrás en el ambiente universitario cuando se enseñaba la recolección de
datos: buscar un llavero en la noche, no en el área donde se produjo la pérdida
sino bajo la luz del único farol que estaba encendido, enfatizando el grado de
estupidez al que se puede llegar en una investigación.
Dos
meses en donde la familia y la sociedad argentina a través de sus organizaciones
salieron a la calle reclamando por su aparición con vida, hasta llenar la Plaza
de Mayo y las de las principales ciudades del país sin que nadie saliera a dar
explicación. Pero que sirvió para demonizar las sospechosas pintadas en los
monumentos públicos y justificar la horrorosa represión que vino después
incluido un camión hidrante como en las mejores épocas de la dictadura.
Cambiando, desde luego el foco de los hechos como lo vienen haciendo desde que
asumieron el gobierno. Consejo grosero, torpe del pope de los gurúes que los
alumbra, sin prever que a esta usina de engaños le sobrevendrá un alud
imposible de prever, porque lo que va, vuelve; lo que sube, baja; que, aunque
se hagan los desentendidos, ocurrirá.
Dos
meses en que se borraron las huellas en el lugar donde se lo vio por última vez
a Mariano y se desestimaron las denuncias y testimonios de la comunidad mapuche
que fue violentamente reprimida por la Gendarmería, cuando eran acompañados por
Santiago. Dos meses en donde se urdieron y generaron las hipótesis más
aberrantes en que se politizó en extremo su ausencia como fruto de una
conspiración K, y se relevaron avistamientos de Santiago en los lugares más
insólitos y distantes (no ahorraron disparates como que todo un pueblo era
parecido a Santiago o que había sido visto en Chile, el sur de Mendoza o
cualquier otro dislate sin comprobar), como también la vinculación de la
comunidad mapuche a organizaciones terroristas extranjeras, desde las Farp o
Isis, con una impunidad y alevosía aberrantes, sin advertir que ello dañaba y
ofendía a la memoria y a la familia de Maldonado.
Dos
meses donde el juez Otranto dilató su actuación y luego montó un escenario
espectacular con todas las fuerzas que encontró: Prefectura, Policía Federal y
Gendarmería en un rastrillaje propio de una filmación cinematográfica. Cuando
no encontró lo que sabía que no iba a encontrar, con el repudio colectivo, lo
apartaron de la causa. Un desenlace que el menos espabilado – incluido el
máximo nivel de gobierno que hasta entonces actuaba como un espectador externo,
sin asumir su responsabilidad de conductor – podía entender e incluso
fundamentar.
La
desesperación de los gobernantes frente al resultado de las próximas elecciones
de octubre, el desencanto de los votantes que advierten el subsuelo profundo al
que cayeron sus expectativas frente al enriquecimiento de las grandes empresas
y la clase alta, únicos ganadores del modelo impuesto; la manipulación
mediática de la que ya desconfía hasta el menos informado, porque esta costumbre
de modificar el eje de los acontecimientos, de golpear con un puño y ofrecer la
palma de la otra mano es algo que ya nadie se cree, como la reiterada
vocinglería sobre la pesada herencia. Herencia que estaba libre de
endeudamiento y de los lazos opresores del Fondo Monetario Internacional y los
países centrales, como de una sociedad en crecimiento, industrializada y con un
mercado interno en expansión. O insistir con la corrupción, cuando esta
práctica los enloda a todos, sobre todo a los empresarios que hicieron su
fortuna de la mano de la Patria Contratista con su festival de la obra pública.
Dos
meses sin Santiago Maldonado han dado vuelta la tierra, la han roturado como
para sembrar de esperanza nuevamente en los jóvenes, los ancianos, los desclasados,
los inundados y todos aquellos que se esfuerzan diariamente por construir un
país mejor, más justo y solidario, donde el Estado sirva de freno al mercado y
proteja a sus sectores más vulnerables y en riesgo.
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