En
Costa Rica, un escándalo de corrupción tiene a mal traer a miembros de los tres
poderes de la República desde hace varios días. El ingenio popular le ha puesto
un nombre, el “cementazo”, en alusión a un negocio de importación de cemento
chino al país, que parece ser el centro de una trama de amiguismos, intereses
empresariales, relaciones políticas y financiamiento de partidos.
Rafael Cuevas Molina/Presidente
AUNA-Costa Rica
La
producción y comercialización del cemento en Costa Rica ha estado en manos de
un duopolio formado por las empresas Holcim y Cemex (con casas matrices en Suiza
y México), pero hace año y medio entró al mercado un nuevo competidor, el
empresario Juan Carlos Bolaños, quien se propuso importar cemento desde China. Hasta
ahí, todo bien. El señor Presidente de la República, Luis Guillermo Solís,
aduce la deferencia que se tuvo con Bolaños -de recibirlo rápida y
repetidamente en Casa Presidencial- para tratar asuntos relacionados con la
importación, a su interés por abaratar, vía competencia, el preciado material
para la construcción.
El caso
es que, aparentemente, las visitas del señor Bolaños a la sede del poder
ejecutivo costarricense tenían que ver con la necesidad que éste tenía de
modificar normas relacionadas con la importación de cemento al país, las cuales
el Ministerio Economía, Industria y Comercio cambió. Estaba tan seguro el
señor Bolaños que sus gestiones arribarían a buen puerto, que importó el primer
cargamento de cemento antes que las normas de importación estuvieran cambiadas.
Aparentemente,
personas del círculo de confianza del presidente fueron las que lo introdujeron
a las altas esferas del poder. Es gente del Partido Acción Ciudadana (PAC),
cuyo fundador, Ottón Solís, creó la organización partidaria llevando como
bandera precisamente la lucha contra ese tipo de compadrazgos y faltas a la
ética pública.
Resulta que para poder importar el cemento, el señor Bolaños necesitaba no solo
cambiar las normas de importación sino, además, un préstamo. Y ahí apareció el
Banco de Costa Rica quien, ni corto ni perezoso, le otorgó uno de 30 millones
de dólares, que luego se supo que, junto a otros que se le había otorgado el
mismo banco y otros más, asciende a 50 milloncitos de dólares. Es por lo menos
extraño que el Banco de Costa Rica, uno de los más grandes, sólidos y antiguos
del país, otorgara a Bolaños un préstamo de tal magnitud teniendo como garantía
el producto mismo que decía que iba a importar. Y como si todo esto fuera poco,
salió a la luz una posible trama urdida para que el empresario no tuviera que pagar
el préstamo a raíz de irregularidades provocadas en contubernio con
trabajadores del banco.
Poco
a poco la urdimbre se fue haciendo más compleja. El tal Bolaños resultó amigo
también de diputados y miembros del
Poder Judicial. Una vez que al millonario se le involucró en el enredo, se supo
que “por casualidad” se había encontrado con magistrados, uno de ellos de
fulgurante ascenso, y que había transportado en su helicóptero a diputados que
-lo sabe ahora el pueblo costarricense- ven como muy normal salir de paseo en aparatos
de ese tipo.
Lógicamente,
todos se quitan el tiro, lo que en
buen tico quiere decir que se hacen los suecos. A estas alturas del partido
está cuestionado el Fiscal General de la República, un Magistrado, varios
diputados, la Junta Directiva completa del banco, varios miembros del círculo
de confianza del Presidente de la República y el Presidente mismo. ¡Ah, y
además, para ponerle la guinda al pastel, aparentemente también el campeón de
la ética política en el país, el diputado Ottón Solís, a quien el Fiscal
General acusa de haberlo presionado para que pusiera los ojos en personas que
no eran de su agrado!
Es
decir que no queda títere con cabeza. Las pedradas zumban sobre las cabezas del
ciudadano común y aterrizan en los salones palaciegos. Ojalá que al final del
encontronazo la solución a la que se arribe no sea “a la tica”, es decir,
negociando, y dejando que todo quede en algunos rasguños sin mayores
consecuencias.
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