Guatemala necesita un
cambio que la salve del abismo en el que está a punto de desplomarse. No son
los rojos abiertos o encubiertos los que la van a destruir, son los
delincuentes de cuello blanco que la han estado gobernando.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
Guatemala tuvo el
genocidio más grande de la América contemporánea y sus cifras son
espeluznantes: 150 mil ejecuciones extrajudiciales y 45 mil desapariciones
forzadas. La derecha extrema guatemalteca, al igual que el revisionismo histórico
en la Europa del genocidio judío, hoy
pone en duda esta verdad histórica, la minimiza y combate la caracterización de
genocidio sobre lo sucedido en la segunda mitad del siglo XX. Para poder hacer
el genocidio, la clase dominante y el Estado construyeron dos “otredades
negativas”: el “indio” (sucio, haragán, hipócrita, traicionero) y el
“comunista” (apátrida, destructor de familia, propiedad, libertad y religión).
Esas falsedades conformaron la “cultura del terror”, oscurantismo reaccionario
que se nutrió de las tradiciones autoritarias, racistas y anticomunistas
construidas a lo largo de la historia de Guatemala. Esa cultura legitimó la
existencia de la dictadura militar más feroz de América latina, la aparición de
los escuadrones de la muerte, las más de 600 masacres en las áreas rurales, la
ejecución extrajudicial de dirigentes políticos democráticos o revolucionarios,
líderes sociales o activistas estudiantiles.
El intento de Jimmy
Morales de expulsar al Comisionado de la CICIG en Guatemala -acto que combina
un interés personal como el del grupo de ex-militares que lo asesora-, ha
desatado nuevamente la paranoia anticomunista propia de la guerra fría, la
misma que bañó en sangre al país. Esa paranoia asesinó a Manuel Colom Argueta, Alberto Fuentes Mohr y a Adolfo Mijangos, a
quienes puso en el mismo costal que a la insurgencia guerrillera. Escribo todo
esto, porque está circulando en redes sociales
un anónimo manifiesto digno de esa cultura del terror y paranoia
anticomunista. Según dicho manifiesto, Guatemala está a punto de ser destruida
(acaso el país no llegue a las próximas elecciones) por una izquierda
populista, guerrillera, comunista y socialista que paulatinamente está
cooptando a las instituciones del Estado (la Corte de Constitucionalidad,
Procuraduría de Derechos Humanos, la
Administración Tributaria, la Corte Suprema de Justicia, el Ministerio Público,
la USAC, la CICIG etc., etc.,). Con tremendismo afirma que la universidad ya está impartiendo seminarios de pensamiento
chavista y la prensa escrita y televisiva “vendidas” ya difunden el socialismo
del Siglo 21. Los autores de esta conjura comunista son Iván Velázquez (CICIG),
la Fiscal Thelma Aldana, y una larga lista de partidos políticos (Encuentro por
Guatemala, UNE, Winaq, Semilla por ejemplo) y de organizaciones sociales
(Somos, Soy 502, CODECA etc.,). Me sorprendió que no se incluya al embajador
estadounidense.
Guatemala no está
siendo destruida por los comunistas y
sus aliados, sino por la corrupción en las altas esferas políticas y en ciertos
círculos empresariales. En el pasado, los oscurantistas agitaron la paranoia
anticomunista para defender un orden excluyente y dictatorial. Hoy agitan la
misma paranoia para defender un orden igualmente excluyente, profundamente
corrupto y lleno de impunidad. Guatemala
necesita un cambio que la salve del abismo en el que está a punto de
desplomarse. No son los rojos abiertos o encubiertos los que la van a destruir,
son los delincuentes de cuello blanco que la han estado gobernando.
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