Así como
no hay fronteras ideológicas para la corrupción, tampoco el no ser parte del
Estado, crea un muro impenetrable para la venalidad. Es un hilarante mito
pensar que solamente roban los pobres o
los que quieren dejar de serlo.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial
para Con Nuestra América
Desde
Puebla, México
Ha
transcurrido una semana desde el segundo terremoto que azotó a México. Como alguna vez escribiera
don Clemente Marroquín Rojas, a los terremotos naturales les suceden los
terremotos políticos. Al igual que en 1985, los terremotos de 2017 han mostrado
que la sociedad civil rebasó una vez más al Estado en el manejo de la
emergencia. De regreso de la Junta Auxiliar de Teolco, pequeño poblado poblano
en las colindancias con el estado de Morelos, he podido ver decenas de vehículos particulares llevando
víveres, medicinas y ropa a los distintos municipios de toda esa región. Los
ciudadanos, prefieren llevar ellos mismos la ayuda, que el confiársela a los
centros de acopio manejados por el gobierno. Ello refleja que la sociedad civil en esta ocasión no
solamente ha rebasado al Gobierno, sino también lo repudia. ¿La causa? La falta
de credibilidad en el Estado provocada por la impune corrupción. Por las redes
sociales podemos enterarnos que la gente
acusa al gobierno no sólo de hacer uso político de la ayuda a los damnificados,
sino también de robársela. Por ello los ciudadanos compran medicinas,
víveres y otros artículos y tachan el
código de barras.
La
corrupción es el cáncer de la política en México y en otros lados. Al día
siguiente del terremoto en México, en Guatemala se observaron en la capital y
en otros lugares del país, multitudinarias manifestaciones de repudio a la
corrupción gubernamental, cuya impunidad buscaron los diputados de distintos
signos ideológicos al pretender pasar una ley
exculpatoria. La corrupción, lo he dicho en esta columna, es
ambidiestra. No hay ideología que blinde automáticamente contra las tentaciones
venales. La decencia no tiene ideología. Hoy en Guatemala vemos cómo casi toda
la clase política cerró filas para otorgarle impunidad al presidente Morales y
a ella misma.
Durante
muchos años la ideología neoliberal nos ha hecho creer que la corrupción es un
fenómeno preponderantemente estatal. Finalmente para los neoliberales, el
Estado es el problema no la solución. Pero hoy vemos en Guatemala, cómo una
parte del empresariado se ha unido al coro de voces en contra de la Comisión
Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG). Teme
que las investigaciones que ésta
hace, afecte a algunos de estos empresarios. La corrupción estatal tiene dos caras. Una es
la de los funcionarios estatales deshonestos. La otra es la de los que los
corrompen o ceden ante la corrupción. El
pago de favores de campaña, las licitaciones simuladas, los contratos a
favoritos, son algunos de los actos de corrupción que involucran al sector
público y al sector privado. En tiempos de narcotráfico rampante, el lavado de
dinero necesariamente involucra a empresarios. Como también lo hace la instalación
de pistas clandestinas de aterrizaje y otros procedimientos anómalos que el crimen organizado usa para su
desenvolvimiento.
Y
así como no hay fronteras ideológicas para la corrupción, tampoco el no ser
parte del Estado, crea un muro impenetrable para la venalidad. Es un hilarante
mito pensar que solamente roban los
pobres o los que quieren dejar de serlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario