Como ahora el agua les
moja los bolsillos, en la Sociedad Rural Argentina ponen el grito en el cielo,
mientras millones de pobladores sufren la pérdida de sus viviendas, pueblos
enteros quedan aislados y sin posibilidades económicas, como también varias
provincias del interior están incomunicadas con la Capital y los puertos del
Litoral, padecimiento que lleva años.
Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza,
Argentina
Esta semana, cuando ya
se había calmado el huracán Irma en Florida, aunque las calles de Miami todavía
estaban inundadas, el presidente de la Sociedad Rural Argentina, Luis Miguel
Etchevehere, se quejaba ante los medios hegemónicos que 10 millones de
hectáreas de la zona más productiva, estaban bajo las aguas. No ahorró
argumentos para hecharle la culpa al calentamiento global y al gobierno
anterior por la falta de obras y el abandono, asimilando la actual situación de
catástrofe, con todo lo que ello implica. En su alegato desesperado no
involucró a su amigo presidente ni a la predadora soja en al dificultar el
drenaje de los suelos, como tampoco a la fiebre sojera que ha llevado a tal
estado de cosas.
Según un informe, las
cifras de la campaña 2016, 2017 se distribuye de la siguiente manera: soja: 20,2
millones de hectáreas, trigo: 4,6 millones, maíz: 5,7 millones y girasol: 1,8
millones; evidentemente la soja ya supera el 60% del área sembrada.[1]
Como ahora el agua les
moja los bolsillos, ponen el grito en el cielo, mientras millones de pobladores
sufren la pérdida de sus viviendas, pueblos enteros quedan aislados y sin
posibilidades económicas, como también varias provincias del interior están
incomunicadas con la Capital y los puertos del Litoral, padecimiento que lleva
años.
Desde las ciencias sociales,
más allá de la crítica y las pasiones propias y el fomento de la crítica de la
grieta en el momento, comienzan a analizar más detenidamente la construcción
del macrismo como partido y su creciente hegemonía desde el reducido espacio de
la Capital Federal al interior del país, en donde su crecimiento acompaña la
zona implantada con soja desde la Pampa Húmeda hacia otras provincias en donde
no plantaron porotos pero sí cosecharon votos, como es el caso de Mendoza y
algunas localidades del sur y el árido noroeste.
Las articulaciones
sociales luego del conflicto del campo de 2008, pusieron de manifiesto una
composición altamente heterogénea del sector, cuya diversificación, tamaño,
innovación y desarrollo tecnológico fuente a una demanda creciente, dejaron
atrás el liderazgo terrateniente y sus organizaciones tradicionales. Esa
multitud de productores opuestos al kirchnerismo que realizaron la mayor
cantidad de cortes de ruta de la historia, fueron la base óptima para cooptar
dirigentes que alimentaría al PRO, como es el caso del senador por Santa Fe,
Alfredo de Angelis.
El triunfo significó
unir estos intereses a las aspiraciones y anhelos de las clases medias urbanas,
dentro de una idea de progreso indefinido similar a la de la modernización del
país en el siglo XIX con la llegada del Ferrocarril en el que la producción
agrícola ganadera se incorporaba al mercado internacional. Desde hace casi dos
décadas la soja reemplazó a los sembrados tradicionales como también los
mercados de destino. De allí que la idea de futuro se instaló con fuerza
respecto de su opuesta, pasado, con lo que ha tratado de identificarse todo lo
negativo: retraso, memoria, corrupción, etc.
Lo cierto es que la
oposición liderada por CFK en Unidad Ciudadana por fuera del peronismo, puso de
manifiesto no sólo su capacidad de convocatoria, sino la evidencia de una
decadencia del bipartidismo alternante entre este partido y el radicalismo,
donde se sentían representadas las clases medias y obreras. Sobre todo, estas
últimas azotadas por el desempleo y la precarización laboral, han deambulado
huérfanas de pertenencia, bombardeadas por una andanada mediática difícil de
eludir.
[1] Claudio SCARLETTA, El avance del capitalismo en el agro, Le
monde diplomatic, septiembre de 2017, p.7
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