Cambiar el
sistema no es reestructurarlo, no es tapar baches con chapuces, no es asolearse
como garrobos o llevar agua gritando consignas que si no se llevan a la acción
no sirven de nada.
Ilka Oliva Corado / Para Con Nuestra
América
Desde
Estados Unidos
Todos lo
sabemos, Guatemala necesita urgente una revolución. Pero en lo que se averigua
nos vamos a silbar a la loma. Que entre pancartas, gritos, batucadas y
chinchiletes, entre lloraderas escuchando el himno nacional, y en trance de
fervor patrio, la consigna parece ser ponerle curitas al sistema podrido que
tiene colapsado al país. Curitas como si aquello se tratara de un raspón de
rodilla en tarde de chamusca o técnicas al paredón. El sistema no cambiará con
la renuncia de Jimmy Morales ni con la de los diputados, eso posiblemente
ya se está trabajando bajo de agua, y si ni nos mosqueamos nos van a
majear de nuevo con otro gabinete de corruptos.
Es que no
cualquiera agarra el sartén por el mango. Es que para una revolución estamos
hablando de agallas y no de panderetas. Las manifestaciones que se dieron en
todo el país, respondiendo al paro nacional, fueron maravillosas pero, hay
aguas revueltas; mientras en la capital varios dirigentes de organizaciones
civiles ya hablan de votaciones, los Pueblos Originarios siguen clamando por a
una Asamblea Nacional Constituyente. ¿Cuándo vamos a escuchar a los Pueblos
Originarios? Una ANC sería un primer paso para la revolución.
Guatemala
está de sobra preparada para una revolución, es un país en caos, nos han
faltado el respeto revés y derecho, han hecho del país un vertedero. Todas las
condiciones para una revolución las tiene Guatemala, ¿y nosotros tenemos las
agallas? Tener agallas es lo primordial.
Cambiar el
sistema no es reestructurarlo, no es tapar baches con chapuces, no es asolearse
como garrobos o llevar agua gritando consignas que si no se llevan a la acción
no sirven de nada.
Este
momento de revueltas, donde el cucho y el coche quiere sacar ventaja personal,
es propicio para que como ciudadanos pensemos hasta dónde seremos capaces de
llegar con tal de rescatar a Guatemala. No nos debe de atemorizar la palabra
revolución, llevarla a cabo es nuestro derecho y nuestra obligación moral
porque el tiempo presente es nuestro, el que viene será de las próximas
generaciones como el pasado fue de las anteriores.
Tenemos la
capacidad para las revoluciones que sean necesarias. ¿Tenemos las ganas?
¿Tenemos la responsabilidad? ¿Tenemos el compromiso? ¿Hasta dónde llega nuestro
amor por Guatemala realmente?
Toca abrir
bien los ojos, organizarse, agudizar oídos, porque no será fácil rescatar al
país de las manos de las clicas criminales de saco y corbata. Las
manifestaciones son un aliciente pero hay que ir más allá, y el ejemplo nos lo
ha dado la historia, Guatemala tiene en sus entrañas la lealtad de los que se
sacrificaron para que nosotros no viviéramos de rodillas.
Y como
punto final no me quiero quedar sin comentar que fue hermoso ver desde esta
lejanía a tantas personas manifestándose desde todos los rincones del país,
pero más hermoso hubiera sido que lo hubieran hecho cuando el Estado violó y
quemó vivas a 41 niñas. Era ahí, era en ese momento. Eso demuestra que nuestro
problema medular no es la corrupción, es el patriarcado, la misoginia, la
indolencia, el clasismo y la mojigatería. Por eso digo, tenemos que hablar de
palabras mayores, una revolución que arranque de raíz el peor de nuestro males:
la indolencia.
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