Un “gobierno de
izquierda” no es aquel que solamente busca acotar, regular o suprimir al
capital, sino el que tiene como objetivo central acotar, regular o suprimir su
propio poder para trasladarlo a la sociedad misma. Este acto de autoinmolación
del Estado es el rasgo más distintivo de un “gobierno de izquierda” hoy.
Víctor M. Toledo / LA JORNADA
Mantenemos
deliberadamente en el título la palabra “hoy”, porque los vertiginosos cambios
ocurridos en las pasadas seis o siete décadas, que muchos insisten en llamar
globalización y que resultan de una compleja combinación de innovación
tecnológica, expansión inusitada del capital y dominio de los valores de la
civilización moderna, han dejado muy atrás las tesis sobre las que los teóricos
e ideólogos más avanzados de la izquierda han diseñado los gobiernos reales o
potenciales. El evidente divorcio entre ciencia y política ha abonado también
en el triste espectáculo que hace ver las posiciones supuestamente de
vanguardia como propuestas obsoletas. Este anacronismo en las visiones ha sido
esencial para entender el fracaso o estancamiento de los llamados “gobiernos
progresistas” que en Latinoamérica nos han llenado de expectativas y esperanzas.
Si partimos del supuesto
de que un “gobierno de izquierda” es aquel que busca la emancipación de la
humanidad mediante la aplicación de los valores más sublimes (derechos humanos,
igualdad social, respeto a la naturaleza, solidaridad intergeneracional, etcétera),
hoy ese gobierno debe estar enfocado, debe concentrar todas sus energías, en
combatir las dos formas supremas de explotación que una minoría de minorías
(que se estima alcanza apenas a uno por ciento de la sociedad) realiza sobre el
trabajo de la naturaleza y sobre el trabajo de los hombres. Se trata de una
doble emancipación: ecológica y social, las cuales se encuentran
indisolublemente ligadas. Se trata de identificar las acciones depredadoras y
parasitarias y de acotarlas y terminarlas. En ambos casos el “gobierno de
izquierda” enfrenta situaciones de máxima emergencia. La crisis ecológica, cuya
expresión suprema es el calentamiento global, se encuentra ya en la antesala de
un colapso generalizado que este autor calcula se alcanzará en torno a 2050. La
inequidad social, que ha sido documentada y confirmada por numerosos estudiosos
en los últimos años (el libro de Pickett y varios reportes internacionales)
pone en jaque la estabilidad institucional y la paz y la seguridad de todas la
sociedades incluyendo las de las regiones prósperas. Todas las “políticas
públicas” de un “gobierno de izquierda” deben entonces dirigirse a enfrentar
esa situación de doble emergencia, que en estos tiempos modernos significa
confrontar los gigantescos poderes corporativos que dominan una a una todas las
ramas de la economía globalizada, una tarea esencialmente antimonopólica. Se
trata, pues, de transformar no sólo un cierto régimen social o económico sino
de modificar todo un modelo de civilización. Estamos ya ante la necesidad no de
un gobierno revolucionario sino de un gobierno civilizionario, según lo
escrito en ensayos anteriores (ver: goo.gl/QTnZKa
y goo.gl/qt9JPc).
Pero no sólo eso. Todo lo
anterior no se logra sin que ese “gobierno de izquierda” no lleve a cabo un
obligado proceso de autoanálisis profundo. Para ser verdadero un gobierno de
izquierda debe mirarse en el espejo. Hoy existe suficiente evidencia científica
para afirmar que tras varios miles de años de devenir civilizatorio, los dos
grandes pilares de la doble explotación, ecológica y social, son el Estado y el
capital, y que sólo una sociedad basada en el poder civil o ciudadano, en la
autorganización se puede lograr la emancipación que el mundo necesita Es la
comunalidad basada en la cooperación, la reciprocidad y la solidaridad la que
permitió la evolución humana a lo largo de los 300 mil años de historia, y es
esa la que sacará a la humanidad de su actual crisis. La misma que el Estado
primero y el capital después, han intentado destruir. La historia de los
pasados 5 mil años no ha sido sino la historia del despojo y la destrucción de
la comuna aldeana, basada en el espíritu de cooperación, la que ha logrado
resistir, recuperarse, renacer y transfigurarse en nuevas instituciones. Lo que
hoy se denomina “tejido social” expresión legítima de una sociedad orgánica,
enjambre que articula libremente a individuos, familias y gremios en
totalidades horizontales, descentralizadas y equitativas, es la herencia de una
tendencia evolutiva que es tanto social como biológica. Como antítesis al poder
descomunal del Estado y del capital, la comunalidad existe, subiste y persiste
y es la flama viva de una tradición subterránea que se remonta no sólo al
pasado remoto de la mal llamada “prehistoria”, sino que abreva del proceso
evolutivo de las sociedades animales develado por la investigación
socio-biológica de las pasadas décadas (ver mi artículo: https://goo.gl/CzQH6t). Este fue el caso, y
sigue siendo, de las tribus, aldeas, comunidades agrarias, gremios, cofradías,
hermandades, comunas, colegios, fraternidades, y finalmente sindicatos y
cooperativas. Todo ellos existen como formas opuestas a las instituciones
autoritarias, llámense gobiernos, empresas, iglesias, partidos o ejércitos,
fincados en el poder coercitivo. La vigencia de ese poder social no obstante
los embates sufridos, cobra existencia en pleno siglo XXI en el campesinado
(1.5 mil millones) incluidos los pueblos indígenas del mundo (unos 370 millones
perteneciendo a casi 7,000 culturas), en la fuerza del cooperativismo (unos mil
millones, ver: https://ica.coop/es/node/3297),
en los sindicatos y organizaciones de trabajadores y en los llamados
movimientos sociales que aparecen por todas las latitudes cada vez con más
fuerza. A pesar de las innumerables campañas que han buscado su destrucción el
“espíritu de la colmena” sigue vivo y a la espera de realizar su retorno total.
Por todo lo anterior, un
“gobierno de izquierda” no es aquel que solamente busca acotar, regular o
suprimir al capital, sino el que tiene como objetivo central acotar, regular o
suprimir su propio poder para trasladarlo a la sociedad misma. Este acto de
autoinmolación del Estado es el rasgo más distintivo de un “gobierno de
izquierda” hoy. Será entonces la política de Estado estelar inducir la
autonomía de la sociedad, mediante la promoción de autogobiernos,
autosuficiencia, autogestión y autodefensa. En una próxima entrega veremos cómo
se van delineando, a la luz de estas tesis, los programas de un verdadero
“gobierno de izquierda” a la altura de las circunstancias actuales. Ni más, ni
menos.
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