El frío invierno
austral se ha metido en los huesos de la población y sólo el calor de la
esperanza para octubre, puede sacarla de la sórdida ficción en que está
sumergida.
Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza,
Argentina
Hace dos semanas, a
días de las PASO, se estrenó a nivel nacional el pretensioso y caro film La cordillera. Allí, el laureado actor
Ricardo Darín encarna al presidente de Argentina que, recientemente electo,
debe viajar a la Cumbre de mandatarios de la región a realizarse en Chile donde
se analizará la posibilidad de concretar una alianza petrolera a nivel
continental. El marco en el que transcurre la mayor parte de la película es en
plena cordillera de Los Andes, en un resort cinco estrellas, alternando el
blanco níveo con los azules oscuros que conforman un relato plagado de
claroscuros. Las presiones y traiciones políticas alternan con las crueldades
íntimas que muestran hasta dónde puede llegar un individuo para acceder al
poder. En este caso es su torturada hija y el recurso de la hipnosis para sacar
a la luz los traumas y conflictos con su padre. El mal debe ser conocido al
menos dos veces devela como mensaje el oscuro protagonista. El presidente
ficticio, es un hombre común que llega desde la humilde provincia de La Pampa
que, hasta su nombre, Hernán Blanco, sirve como ingrediente maniqueo fundamental
para direccionar su exitosa campaña hacia la presidencia: lo nuestro es blanco
o negro. Una exhortación ineludible de la grieta que, desde los voceros del
gobierno se intenta derrumbar, pero que sus robustos cimientos desmienten a
cada instante.
Hay varios detalles que
el director, Santiago Mitre y el guionista, Mariano Llinás, han tomado de la
realidad para llevarla a buen puerto: Darín está impecable en su rol, vestido
sobriamente de traje y sobretodo oscuro, canoso, de ojos claros, circunspecto y
ambiguo, cercano a cumplir seis décadas, que resulta ineludible trazar
paralelos con Macri, secreto a voces que los responsables intentarán eludir,
pero que fueron atractivos al momento de mezclar realidad y ficción, en una
obra que ya fue al Festival de Cannes y quiere abrirse paso a los Oscars. El
elenco es plurinacional, ambicioso que instala a Cristian Slater (Mr. Robot),
en el papel del inevitable negociador yanqui que está detrás de toda gestión
para tutelar una cumbre del patio trasero, junto a otros actores: españoles,
mejicanos, brasileños y chilenos relevantes, como el autor de la música,
Alberto Iglesias que trabaja asiduamente con el célebre Almodovar. Toda una
fórmula ganadora.
Se ha aprovechado al
máximo el momento, la oportunidad, la ansiosa angustia de un pueblo que, como
espectador, advierte los grandes negociados, la impotencia generalizada de las
organizaciones e instituciones que demandan la acción gubernamental o al menos,
un mínimo gesto o intención de intervención, sin llegar al extremo de pretender
algo piadoso, porque en los negocios ese término no existe.
La soledad de quien
toma la última decisión en la cúspide del poder, dentro del estrecho grupo de
colaboradores que rodean al primer magistrado, ponen de manifiesto la astucia y
audacia requerida en cada oportunidad, por complicada que sea, sacrificando el
entorno cada vez que es necesario. Un ejercicio que, desde la antigüedad hasta
nuestros días, Maquiavelo mediante, han disfrutado o padecido los gobernantes
con variados resultados, conforme la lucidez e inteligencia de cada caso.
Para mediados de
octubre, cercano a las elecciones, se realizará en Mar del Plata el celebrado
Coloquio de Idea que, en su 53ª versión se llamará TransformandoNos, imponiendo
desde su seno de liderazgo empresario nacional, profundizar el cambio cultural
necesario para la nueva sociedad que se está forjando. Todo un acontecimiento
dentro del mundo de la economía donde Macri ha sido un entusiasta orador el año
pasado, donde exhortó a la concurrencia con sus logros: desbloqueo del dólar y
disminución de las retenciones, la mayor obra pública jamás realizada y todas
aquellas bondades anheladas por el mundo empresario, conscientes que el nuevo
administrador del Estado era uno de los suyos y un ferviente aprovechado del
fisco en todas sus posibilidades benefactoras. De allí que esta nueva
celebración contenga las características de haber hecho bien los deberes
conforme con las recomendaciones del entusiasta mentor y todo el viento a favor
para pensar que la vida es un negocio.
En las lejanías de la
pirámide distributiva, donde no llega absolutamente nada de las ventajas del
poder o sólo las migajas, los verdaderos sostenedores de esa casta
privilegiada, el pobretariado se debate en la supervivencia, intentando superar
los tarifazos, las diversas zancadillas de los funcionarios como las que ha
debido soportar Milagro Sala en su nueva celda, desde donde solicitó la
aparición de Santiago Maldonado, intentando acompañar la multitudinaria
concentración que este primer día de septiembre acude a la Plaza de Mayo, donde
todas las organizaciones de derechos humanos volverán a plantear su reclamo a
las autoridades de la Casa Rosada.
Realidad y ficción,
como en la celebrada película recorre el territorio nacional de norte a sur y
de este a oeste, porque en algún momento nos preguntamos ¿desde dónde miran los
que deciden? ¿qué relación tienen estas personas con el resto de los
habitantes? O peor aún, sus intereses, en algún punto, ¿se vinculan con el
interés común? Este último interrogante, cuya respuesta es conocida pero, sobre
todo, padecida, no tiene el marco de los claroscuros de las cumbres nevadas de
la cordillera, está contenida en la fría mirada del mandatario que no logra
disimular los estragos personales y enconos familiares que su atropellada
gestión ha ido dejando en el camino. El frío invierno austral se ha metido en
los huesos de la población y sólo el calor de la esperanza para octubre, puede
sacarla de la sórdida ficción en que está sumergida.
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