Algunos gobiernos
latinoamericanos como el de México, Colombia y Argentina entre otros, han
seguido la tonada imperial que amenaza con invadir Venezuela, otros en cambio
lo hacen de forma ambigua o solapada, pero aceptando en lo sustantivo el
formato de la fuerza.
Dr. Luis Bonilla B. / Especial para Con Nuestra América
Después de los
atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, y al cabo de dieciséis años de ocurrido, persiste la duda
razonable sobre la real autoría de este hecho; así, la polémica sigue en el
tapete, al surgir voces que no favorecen las versiones incoherentes y hasta
ilógicas sostenidas por la Casa Blanca, como lo argumenta el intelectual
canadiense Michel Chossudovsky en su libro, La
Mundialización de la guerra: la guerra prolongada de Estados Unidos en contra
de la humanidad (2015).
De lo que no hay duda,
es que inmediatamente después de dichos atentados, se inició una nueva época de
guerras, en Asia, África, Oriente Medio, e incluso Europa, con el conflicto en
Ucrania, que se extiende hasta el presente con la actividad terrorista que no
amaina; este último, un fenómeno donde la complicidad de potencias occidentales
es cada vez más un secreto a voces. Por lo que, solo América Latina y el Caribe
son las dos regiones del mundo que escapan a este flagelo de guerras militares
transnacionalizadas y al mismo tiempo clasista, para imponer la dominación al
resto de una humanidad subyugada, y hacerse del control de recursos naturales
estratégicos, todo ello, en el contexto de una nueva geopolítica dibujada por
un mundo multipolar, donde emergen otros bloques económicos y países que
disputan o socavan esa dominación del “imperialismo colectivo” (Amín, 2002).
Sin embargo, por eso
mismo, América Latina también adquiere nueva importancia en el tablero
geopolítico y no está exenta de la amenaza de guerra, sobre todo por la
abundancia de recursos naturales (materias primas) que son codiciados por los
países metropolitanos para sostener su sistema de derroche energético, como es
el caso del petróleo. Esta amenaza, hoy tiene como epicentro a la República
Bolivariana de Venezuela, cada vez más “cubanizada” como en los peores momentos
de la “guerra fría” por las potencias occidentales y las derechas latinoamericanas;
una nación que, por atreverse a construir un proyecto político progresista y
anti-neoliberal, es decir, distanciado de la receta del Consenso de Washington,
que además, ha liderado el visionario proceso de una mayor integración política
y de cooperación entre los pueblos latinoamericanos como nunca en su historia,
y, sin el liderazgo de los Estados Unidos.
Esto, entre otras
razones, ha provocado el enojo de Washington, y que bajo el gobierno de Trump
adquiere un tono bravucón, al punto de amenazar a Venezuela con una eventual
intervención militar; aparte de otras medidas duras como el boicot económico a
la nación, y contra funcionarios específicos del gobierno bolivariano;
asimismo, sus andadas “ocultas” para favorecer el cambio de mando en Venezuela
a una oposición violenta contra chavistas o sospechosos de serlo; o sea,
“guerra no convencional”.
Algunos gobiernos
latinoamericanos como el de México, Colombia y Argentina entre otros, han
seguido la tonada imperial que amenaza con invadir Venezuela, otros en cambio
lo hacen de forma ambigua o solapada, pero aceptando en lo sustantivo el
formato de la fuerza. Se les olvida, a estos y otros gobiernos, lo que
suscribieron en la III Cumbre de Jefas y Jefes de gobierno de la Comunidad de
Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), celebrada el 28, 29 de enero de
2015, en Belén, San José, Costa Rica, que en algunos párrafos de la declaración
se lee:
Reconocemos que la paz es un valor
supremo de la convivencia universal. Por tanto reafirmamos la Proclamación de
América Latina y el Caribe como Zona de Paz, y nuestro compromiso permanente
[...], con la solución pacífica de controversias, a fin de desterrar para
siempre el uso y la amenaza del uso de la fuerza de nuestra región y contra
cualquiera de sus países. Juntos lograremos que la zona latinoamericana y
caribeña no sólo sea una zona de paz sino una zona libre de violencia […]
Por ello, decidimos:
Reiterar el compromiso regional
con el multilateralismo, el diálogo entre las naciones, la solución pacífica de
controversias, y el respeto irrestricto a los propósitos y principios de la
Carta de las Naciones Unidas y el Derecho Internacional y al derecho
inalienable de cada uno de nuestros países para escoger su forma de
organización política y económica (p.15)
Hermosas palabras, a
las que se han comprometido las jefas y jefes de gobierno Latinoamericanos y
del Caribe, pero que hoy un grupo de ellos ignoran. Quizás piensan ilusamente,
que una intervención armada en Venezuela solo afectará a ese pueblo hermano,
incluida por su puesto la oposición que solicita dicha intervención imperial;
se equivocan, una intervención militar de Estados Unidos, afectaría a todo el
subcontinente latinoamericano y caribeño, sea directa e indirectamente y quien
sabe por cuánto tiempo; si se tiene duda, basta revisar la historia de
intervenciones recientes y no tan recientes de los Estados Unidos en otras
latitudes del mapa mundial.
Ante el mal de amnesia
del que padecen estos gobernantes y funcionarios de alto nivel, conviene que nuestros
pueblos, los únicos perdedores de una intervención militar en Venezuela, se los
recuerden, y exigir el respeto a la comunidad de pueblos Latinoamericanos y del
Caribe por su derecho a la paz y la
no intervención extranjera.
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