Quieren destruir a Lula
como líder político y como persona. No lo conseguirán, porque la mentira, la
deformación, la voluntad rabiosa y persecutoria de un juez justiciero, que
juzga más por la rabia que por el derecho, jamás van a desfigurar a alguien que
se transformó en un símbolo y en un arquetipo en Brasil y en el mundo.
Leonardo Boff / Servicios Koinonia
La gravedad de nuestra
crisis generalizada hace que nos sintamos como un barco a la deriva, a merced
de los vientos y de las olas. El timonel, el presidente, está acusado de
delitos, rodeado de marujos-piratas, en su mayoría (con nobles excepciones)
igualmente corruptos o acusados de otros delitos. Es increíble que un
presidente, detestado por el 90% de la población, sin ninguna credibilidad ni
carisma, quiera gobernar un barco a la deriva.
No sé si es obstinación o
vanidad, elevada a un grado estratosférico. Pero, impávido, sigue ahí en
palacio, comprando votos, otorgando beneficios, corrompiendo a ya corruptos
para evitar responder en el STF a las duras acusaciones que le son imputadas.
Es prácticamente prisionero de sí mismo, pues dondequiera que aparece en
público, oye pronto el grito: “fuera Temer”.
Es una vergüenza
internacional haber llegado a este punto, después de haber conocido la
admiración de tantos países por las políticas valientes hechas en favor de las
grandes mayorías empobrecidas gracias a los gobiernos progresistas de Lula y
Dilma.
La difamación de los
opositores, apoyados por grupos ligados al stablishment internacional,
que quiere alinear a todos con sus estrategias, puede intentar satanizar la
figura de Lula y deshacer el mérito de los beneficios que él propició a los
desheredados de la tierra. No están consiguiendo llegar al corazón del pueblo.
Este lo sabe y testimonia: «A pesar de errores y equivocaciones, es innegable
que Lula siempre amó a los pobres y estuvo de nuestro lado. Más que el pan, la
luz, la casa, el acceso a la educación técnica o superior, nos devolvió
dignidad; ahora somos personas, ya no estamos condenados a la invisibilidad
social».
Quieren destruir a Lula
como líder político y como persona. No lo conseguirán, porque la mentira, la
deformación, la voluntad rabiosa y persecutoria de un juez justiciero, que
juzga más por la rabia que por el derecho, jamás van a desfigurar a alguien que
se transformó en un símbolo y en un arquetipo en Brasil y en el mundo.
Dicen los analistas de la
psicología profunda de C. G. Jung que quien se transforma en símbolo por la
saga de su vida y por el bien que ha hecho a los otros, se vuelve
indestructible. Se volvió símbolo de un poder político benéfico para los más
desvalidos de nuestra historia, marcados con muchas heridas. El símbolo penetra
en la profundidad de las personas. Ahorra palabras. Habla por sí mismo. El
símbolo posee un carácter numinoso que atrae la atención de los oyentes, hasta
de los escépticos. El carisma es la irradiación más potente que conocemos. Lula
tiene ese carisma que se traduce en la ternura para con los humildes y en el vigor
con el que lleva adelante su causa libertaria. Ellos, antes silenciados, se
sienten representados por él.
Además de símbolo, Lula
se transformó en un arquetipo del líder cuidador y servidor. Este tipo de
líder, según los mismos analistas junguianos, sirve a una causa que es mayor
que él mismo, la causa de los sin nombre y de los sin vez. Ellos sostienen que
este tipo de líder hace cosas que parecen imposibles. Evoca en sus seguidores
los arquetipos escondidos de superarse también y de sentirse parte de la
sociedad. Esto se expresa en las palabras de muchos que dicen: “al votarle a
él, nos estamos votando a nosotros mismos. Hasta hoy teníamos que votar a
nuestros opresores, ahora votamos a alguien que es uno de nosotros y que puede
reforzar nuestra liberación”.
La actuación política de
Lula tiene una relevancia de magnitud histórica. Él tiene conciencia de este
desafío formulado por uno de los mejores entre nosotros, Celso Furtado, en su
libro Brasil: la construcción interrumpida (1992): «Se trata de saber
si tenemos un futuro como nación que cuenta en la construcción del devenir
humano. O si prevalecerán las fuerzas que se empeñan en interrumpir nuestro
proceso histórico de formación de un Estado-nación» (p. 35).
Lo que nos duele es
constatar que el gobierno actual se empeña en interrumpir ese proceso, con la
violación de la democracia y de la constitución, con los ajustes y las
privatizaciones y hasta con la venta de tierras nacionales a extranjeros.
Se dejan neocolonizar
para ser meros exportadores de commodities, en vez de crear las
condiciones favorables para concluir la fundación de nuestro país. Además de
corruptos, son vendepatrias, cínicamente indiferentes a la suerte de millones
de personas que de la pobreza están cayendo en la miseria y de la miseria en la
indigencia.
Tenemos que guardar los
nombres de estos políticos traidores de los anhelos populares. Representan más
sus intereses personales y corporativos o los de aquellos empresarios que les
financiaron las campañas, que los intereses colectivos del pueblo. Que las
urnas los condenen, negándoles la victoria a través del voto.
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