Brasil está atado con
cuatro nudos gordianos que nadie ha conseguido todavía desatar, para liberarlo
de forma que pueda construirse como país soberano y libre.
Leonardo Boff / Servicios Koinonia
El nudo gordiano procede
de una leyenda de la más lejana provincia romana, Frigia, adonde eran
condenados los políticos corruptos y, en la era cristiana, los herejes. Era una
especie de Siberia, lugar de castigo de los opositores o de los defensores de
doctrinas heterodoxas.
La leyenda dice que
habiendo quedado vacante el trono, fue escogido como rey un campesino de nombre
Gordio. Vino con su carro de bueyes y, para honrar a Zeus y mostrar la humildad
de su origen, metió la carreta dentro del templo y la amarró con una cuerda gruesa
con muchos nudos, de suerte que nadie podía desatarla. Y quedó así por mucho
tiempo hasta que en el año 334 a.C. pasó por allí Alejandro, el Grande.
Curioso, fue a ver los nudos. Dio vueltas alrededor. No se sintió rehén de los
nudos de la cuerda. Tuvo una iluminación. Desenvainó la espada y de un golpe
cortó la cuerda. De ahí se derivó la conclusión de que una idea alejada de los
marcos convencionales –los nudos– puede fácilmente resolver el problema.
Brasil está atado con
cuatro nudos gordianos, sin que hasta hoy haya llegado alguien que con un corte
lo libre de ellos. Pero llegará un día.
El primer nudo
gordiano es el etnocidio indígena. Eran cerca de 4 millones. El exterminio
los redujo a los 800 mil de hoy. El exterminio más vergonzoso fue por decisión
de don Juan VI el 13 de mayo de 1808 al declarar una guerra de exterminio
contra los krenak (botocudos) del Valle del Río Dulce. Eran considerados
indomesticables, por eso debían ser exterminados. Casi lo fueron. Algunos
huyeron hacia la selva. Consiguieron rehacerse y hoy Ailton Krenak es uno de
los más importantes líderes de los pueblos que sobrevivieron. Como
consecuencia, esos pueblos originarios son discriminados hasta hoy como
inferiores, sus tierras son demarcadas con dificultad y muchos de ellos todavía
siguen siendo asesinados.
El segundo nudo
gordiano es nuestro pasado colonial. Todo proceso colonialista es violento:
implica invadir tierras, imponer la lengua, la política, la religión y
desestructurar la cultura de los colonizados. La colonia creó dos instituciones
que se transformaron en estructuras mentales: la Casa Grande del señor que
tiene el poder de vida y muerte sobre los subordinados y la Senzala donde viven
los esclavos y los peones sin ningún derecho. La consecuencia: dependemos siempre
de afuera, consideramos que lo extranjero es mejor que nuestro propio producto.
Dejamos surgir el sentimiento de “perro callejero” sin autovalorarnos.
El tercer nudo
gordiano fue la esclavitud. De 4 a 5 millones de africanos fueron traídos
de África como esclavos. Se los ponía en la plaza pública y eran vendidos como
"piezas" para utilizarlos como trabajadores en el ingenio azucarero o
como sirvientes en las ciudades. Se les prohibía formar una familia. Los hijos
tan pronto como crecían eran vendidos lejos para romper así el lazo de afecto
entre la madre y sus hijos e hijas. Fueron tratados con crueldad, como
animales. Consecuencia: la falta de respeto a los otros, la discriminación y el
odio que se extiende en la sociedad contra los negros y sus descendientes. Esto
perdura hasta el día de hoy. Jessé Souza en su obra sociológica enfatiza que
los descendientes de la Casa Grande no sólo los mantienen en las periferias
sino que los humillan y desprecian. Sólo el gobierno Lula-Dilma les aplicó
alguna medida de reparación, creando cuotas para ellos en las universidades y
en las escuelas técnicas y una universidad, UNILAB, en Redenção, en el estado
de Ceará.
El cuarto nudo gordano,
que obnubila la realidad brasilera, es el patrimonialismo asociado a la corrupción.
El patrimonialismo significa que las oligarquías consideran como privado el
bien público, ocupan altos puestos del aparato del Estado, controlan las
políticas públicas, entran en consorcio con empresas privadas para realizar
proyectos del Estado, consiguiendo propinas por la mediación o por la
sobrefacturación de las obras. Ahí corre suelta la corrupción, que ha sido
naturalizada. Solamente en los últimos tiempos, mediante el Lava Jato, los
dueños de las grandes empresas y políticos del más alto escalafón han sido
desenmascarados y muchos de ellos llevados a la cárcel. Este nudo gordiano
es el más difícil de desatar pues se ha ido infiltrando en toda la sociedad
como si formase parte de los negocios y de nuestro ser brasilero.
Si Brasil quiere construir
su propio camino, conseguir autonomía y contribuir al devenir de la nueva fase
planetaria de la Tierra, deberá cortar esos cuatro nudos. Un gobierno con
fuerte liderazgo y coraje y con sentido de nacionalidad podrá cortar estos
nudos, como condición para realizar el sueño brasilero. No perdemos la
esperanza de que llegará ese día. Energías poderosas nos están impulsando en
esta dirección.
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