En este momento, tras el golpe jurídico-parlamentario de 2016, la
ciudadanía está siendo desafiada a confrontarse con dos proyectos antagónicos
que se disputan la hegemonía.
Leonardo Boff / Servicios Koinonia
Entendemos por «ciudadanía» el proceso histórico-social que
capacita a la masa humana para forjar condiciones de conciencia, de
organización, de elaboración de un proyecto y de prácticas en el sentido de
dejar de ser masa y de pasar a ser pueblo, como
sujeto histórico plasmador de su propio destino. El gran desafío histórico es
seguramente este: cómo hacer de las masas anónimas, desheredadas y
manipulables, un pueblo brasileño de ciudadanos conscientes y organizados. Y
cómo situarse hoy ante el proyecto de los golpistas de 2016.
Veo seis dimensiones de una ciudadanía plena:
-La dimensión económico-productiva: la pobreza
material y política entre nosotros es producida y cultivada por las
oligarquias, pues así pueden dominar y explotar mejor a las masas. Esto es
profundamente injusto.
El pobre que no tiene conciencia de que las causas de su pobreza
son debidas a la explotación no tiene condiciones para realizar su
emancipación.
- La dimensión político-participativa: si las personas
mismas no luchan en pro de su autonomía y de su participación social nunca
serán ciudadanos plenos. No tanto el Estado cuanto la sociedade, debe, en sus
diversas formas de organización y de lucha, asumir esta tarea.
- La dimensión popular: el tipo de ciudadanía vigente
es de corte liberal-burgués, por lo que incluye a los que forman parte del
sistema productivo y margina a los demás. Es una ciudadanía reducida. No se
reconoce todavía el carácter incondicional de los derechos independientemente
de sus posesiones, instrucción y condición social.
La construcción de la ciudadanía debe comenzar desde abajo y estar
abierta a todos. Se ejerce a través de los innumerables movimientos sociales y
en las asociaciones comunitarias donde los excluidos construyen un nuevo tipo
de ciudadanía y de democracia participativa.
-La dimensión de conciudadanía: la ciudadanía no
define sólo la posición del ciudadano frente al Estado, como sujeto de derechos
y no como un mendigo (no se ha de pedir nada al Estado sino reivindicar, los
ciudadanos deben organizarse no para sustituir al Estado sino para hacerlo
funcionar). La conciudadanía define al ciudadano frente a otro ciudadano,
mediante la solidaridad y la cooperación, como paradigmáticamente ha sido
mostrado en la Campaña contra el Hambre, la Miseria y a favor de la
Vida, herencia inmortal de Herbert de Souza, Betinho.
- La ciudadanía ecológica: cada ciudadano y toda la
sociedad tienen derecho a gozar de una calidad de vida decente. Esto sólo es
posible si hay una relación de cuidado y de respeto hacia la naturaleza. Y se
muestra por la no contaminación del aire, de las aguas, de los suelos y la no
quimicalización de los alimentos. Cada ciudadano debe concienciarse de
garantizar un futuro a la Casa Común y legarla habitable a las generaciones
futuras.
- La ciudadanía terrenal: la conciudadanía se abre hoy
a la dimensión planetaria, incorporando cuidado para con la única Casa Común,
con bienes y servicios limitados. Es importante vivir las varias erres (r)
del pensamiento ecológico: reducir, reutilizar, reciclar, rearborizar,
rechazar la propaganda engañosa, respetar a todos los
seres, etc. No sólo somos ciudadanos nacionales, sino también planetarios,
responsables de la Tierra, como Casa Común.
En este momento, tras el golpe jurídico-parlamentario de 2016, la
ciudadanía está siendo desafiada a confrontarse con dos proyectos antagónicos
que se disputan la hegemonía: el proyecto de los adinerados, antiguos y nuevos,
articulados con las corporaciones transnacionales quieren un Brasil menor, de
un máximo de 120 millones, pues así, creen, sería posible administrarlo en su
beneficio, sin mayores preocupaciones; los restantes millones... que se
fastidien, pues se habituaron desde siempre a vivir en la necesidad y a
sobrevivir como puedan.
El otro proyecto, asumido por la ciudadanía, quiere construir un
Brasil para todos, pujante, autónomo, y soberano frente a las presiones de las
potencias militaristas, técnica y económicamente poderosas, que pretenden
establecer un imperio del tamaño del planeta y vivir de la rapiña de las
riquezas de los otros países. Esas potencias se asocian con las élites
nacionales brasileñas, que están detrás del golpe de 2016. Ellas aceptan ser
socios menores, a cambio de ventajas por su alineamiento con el proyecto-mundo.
Así lo hicieron en el golpe civil-militar de 1964, y en el actual
jurídico-parlamentario de 2016.
La correlación de fuerzas es muy desigual y se inclina a favor de
las oligarquías adineradas. Pero éstas no tienen nada que ofrecer a los
millones de brasileños, especialmente a los pobres, excepto más
empobrecimiento. Estas élites no son portadoras de esperanza y, por eso, están
condenadas a vivir bajo el miedo permanente a que, un día, esta situación pueda
revertirse y perder su situación de opulencia y de privilegios. Ese día
llegará.
El futuro pertenece especialmente a los humillados y ofendidos de
nuestra historia, que heredarán las bondades que la Madre Tierra-Brasil destino
a todos. Valió la pena su resistencia, su indignación y su coraje por cambiar
en dirección hacia un Brasil del que podamos estar orgullosos.
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