La revolución pelea
contra los Estados Unidos y las grandes empresas petroleras que operan tras las
sombras. La batalla de Venezuela es parte de la disputa geopolítica global.
Marco Teruggi / elabrelata.com
La revolución tiene
ante sí a un adversario político nacional en quiebra: sin liderazgo popular,
con elecciones primarias tristes, solitarias y finales, partidos con disputas a
cuchillazos, ausencia de discurso nacional, dirigentes con incoherencias
castigadas por su base social, escenas de lo ridículo. Una derecha tragicómica
que no deja lugar a la risa por sus balances de muerte. Solo el intento
insurreccional de abril-julio dejó 159 víctimas, sin hablar de las formas de
violencia, con predilección hacia quemar viva a la gente por ser chavista o
pobre.
Ese cuadro es una
evidencia puertas adentro para todos, en Venezuela y afuera. En primer lugar,
para la misma derecha que centró su iniciativa en recorrer Europa y Estados
Unidos para conseguir -mendigar parece a veces la palabra- apoyos diplomáticos
y mayores sanciones económicas. Los resultados están en las fotografías con
Angela Merkel, Enmanuel Macron, Mariano Rajoy, las declaraciones de Benjamin
Netanyahu, y sobre todo la ofensiva pública estadounidense, con la gira
latinoamericana del vicepresidente y las declaraciones de Donald Trump.
El último
acontecimiento fue el discurso de Trump ante la Organización de Naciones Unidas
(ONU), donde calificó a Venezuela como “dictadura socialista” -enmarcada en los
“regímenes lacras del planeta”- amenazó con “más medidas”, y llamó a la acción
internacional. Más medidas, es decir, ataques, significa profundizar las que ya
se han tomado en lo económico, que tienen por objetivos cercar la economía
venezolana, bloquearla, y empujarla al default.
Sanciones significa
también la fuerza. Las declaraciones de Trump acerca de la posibilidad del uso
militar contra Venezuela tienen pocas semanas. Se ha dicho, no será una
película de Capitán América o desembarco en Irak -al menos es la hipótesis más
improbable- pero existen señales que indican que la variable armada está en
marcha. En primer lugar, por el cuadro que se ha conformado a lo interno, con
el desarrollo paramilitar, acciones como asaltos a cuarteles, camadas de
jóvenes formados en confrontaciones callejeras y uso de armamentos caseros y de
guerra. ¿Cuánta fuerza y qué posibilidades en el campo de batalla tienen? Está
por verse en caso de activarse esa opción.
En segundo lugar, por
movimientos como el ejercicio militar “América Unida” dirigido por Estados
Unidos, que tendrá lugar en la frontera entre Brasil, Colombia y Perú. Un
ataque sobre Venezuela podría provenir de la frontera amazónica sur, de la
frontera andina -retaguardia y punto de avance paramilitar- con Colombia, de la
zona marítima norteña. La evolución de esas posibilidades, alejadas pero cada
vez más cerca, están relacionadas con las negociaciones y presiones sobre los
gobiernos subordinados del continente. Antes de las declaraciones en la ONU,
Trump se reunión con los presidentes de Colombia, Brasil y Panamá. La
conspiración no se esconde.
Los Estados Unidos
tienen todas las variables en desarrollo. Pueden activarse según el curso de
los acontecimientos, la necesidad de influir sobre su desarrollo -acelerarlo,
por ejemplo-, las condiciones y disputas al interior de los factores de poder
del mismo imperio, y las alianzas económicas, políticas y militares, que pueda
desarrollar Nicolás Maduro, en particular con Rusia y China.
Una cosa resulta clara:
la revolución pelea contra los Estados Unidos y las grandes empresas petroleras
que operan tras las sombras. La batalla de Venezuela es parte de la disputa
geopolítica global.
***
“Si ustedes me
preguntan quién es el enemigo de la paz y la soberanía de Venezuela, yo les
digo Mister Trump, pero si me dicen cuál es el peor y más peligroso enemigo que
tiene el futuro de Venezuela, yo les digo la burocracia, la corrupción, la
indolencia, los bandidos y bandidas que están al frente de cargos públicos y no
le cumplen al público (…) los que tienen cargos públicos y se dedican a robar
al pueblo, tenemos que hacer una batalla inclemente contra ellos”.
Esas fueron las
palabras de Maduro el mismo día que Trump declaró ante la ONU. Las dio al
finalizar la movilización antiimperialista realizada en Caracas en el marco de
la cumbre de solidaridad internacional. Fueron las más aplaudidas de su
discurso, una evidencia -otra más- de que la corrupción es uno de los debates
más urgentes al interior de la revolución. No es la primera vez que el
presidente lo aborda, también había sido parte de su discurso ante la Asamblea
Nacional Constituyente (ANC) en días pasados.
Se trata de un asunto
que comienza a tomar espacio en la palabra pública. Se debe a la gravedad del
problema, los tiempos urgentes, a su complicidad con la situación de
guerra/crisis económica, a los episodios políticos recientes, en particular con
el caso de la Fiscalía General. No parece posible solucionar el cuadro actual,
económico y político, sin atacar la corrupción que parece haber ganado terreno
de manera transversal. Está presente, por ejemplo, en el poder judicial, en la
Faja Petrolífera del Orinoco, y en la asignación de divisas para las
importaciones.
Esos casos emergieron
de las investigaciones abiertas a partir de la intervención de la Fiscalía. El
balance ofrecido sobre la situación de ese poder público es que allí se
conformó una mafia durante diez años. Es decir, desde el 2007, cuando Hugo
Chávez era presidente y las principales variables de la revolución estaban en
desarrollo. Las raíces de la corrupción son hondas, y son parte de la
explicación de por qué, por ejemplo, la producción estatal no logra su
desarrollo, o por qué no hubo presos durante los tres meses insurreccionales y
tuvieron que hacerse juicios militares.
Más aún: es uno de los
puntos de conexión entre el enemigo exterior y el enemigo interior. La
estrategia de ataque económico opera para crear y ampliar focos de corrupción
en áreas y territorios centrales de la economía, para sabotear, frenar y quebrar.
Es el caso del petróleo, donde el objetivo -en un escenario de bajos precios
que se mantiene desde el 2014- es colapsar la industria a través de la
reducción de la producción. En el caso de Venezuela, donde el petróleo
garantiza cerca del 95% del ingreso del país, sería asfixiar aún más las
posibilidades económicas para importar y producir.
Ese es uno de los
frentes principales hoy de la revolución. Con una pelea compleja por las
ramificaciones que existen dentro del Estado, espacios de dirección, porque
atacar la corrupción significa movimientos al interior del proceso que, ya se
sabe, son utilizados luego por los Estados Unidos, que bendicen y otorgan
protección a traidores y corruptos.
La conclusión es la
simultaneidad de la pelea: no se puede combatir el frente exterior y congelar
la batalla interna, que está a su vez enlazada con la externa. La revolución se
enfrenta al imperio, la traición y la historia. Ya lo decía Chávez: no estamos
ante el camino del jardín de rosas.
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