En la era del
imperialismo permanente en la que vivimos, las
guerras de rapiña y la violación sistemática del derecho internacional -último
recurso llamado a resguardarnos de la barbarie y garantizar la civilidad en la
convivencia entre las personas y las naciones- son fundamentales para el
funcionamiento de los engranajes de la explotación y la acumulación capitalista.
El senado de los
Estados Unidos acaba de votar en contra una enmienda al proyecto de ley de
autorización de Defensa Nacional para el año 2018, con la que se pretendía
regular los poderes de guerra del presidente y derogar dos autorizaciones para
el uso de fuerza militar -autorizaciones de guerra-, aprobadas hace 16 años
luego de los atentados terroristas del 11 de setiembre, y que todavía se
mantienen vigentes: se trata de las leyes que permitieron las intervenciones
militares en Afganistán, contra el llamado régimen talibán, y para invadir Irak
y derrocar a Saddam Hussein. Nadando contra la corriente intervencionista
dominante en el Senado, el republicano Rand Paul, proponente de la enmienda,
fue contundente cuando argumentó que la aprobación de su propuesta era
necesaria para poner fin "a la guerra no autorizada, nunca declarada y
anticonstitucional" que libran los Estados Unidos desde principios del
siglo XXI, "una guerra sin límite ni lugar y fuera del tiempo en cualquier
lugar del planeta". Y es así.
En la práctica, estas
disposiciones acabaron por convertirse en la declaración formal de guerra infinita contra cualquier enemigo
y en cualquier lugar del mundo, con la que el expresidente George W. Bush
proclamó su cruzada contra el terrorismo, invocando los peores argumentos del conservadurismo político, el fundamentalismo
religioso, y la supuesta predestinación de los Estados Unidos para imponer su
manera de entender la democracia en todos los confines. Y todo ello, en
un contexto político e ideológico en el que ganaba terreno el Proyecto del
Nuevo Siglo Americano de los halcones de
Washington. Del dictum maniqueo de Bush: “quien no está con
nosotros, está contra nosotros”, a
la más sofisticada fórmula discursiva que aportó luego la ex secretaria de
Estado, Hillary Clinton: “Estados Unidos no puede resolver solo los problemas de nuestro
hemisferio u otra parte del mundo, pero los problemas no pueden ser resueltos
sin que Estados Unidos esté involucrado”, el imperialismo confesaba
sus intenciones de apuntalar su hegemonía por la vía de la fuerza y al
margen de la legalidad internacional.
Retórica aparte (porque
nunca se combatió realmente al terrorismo, por el contrario, se lo financió,
como quedó claro con el surgimiento del Estado Islámico), lo cierto es que la
manipulación jurídica de estas autorizaciones le permitió al exmandatario
Barack Obama en sus dos administraciones, y ahora al presidente Donald Trump,
desplegar tropas por todo el mundo y mantenerlas por tiempo indefinido allí
donde los estrategas del Pentágono lo decidieran; al mismo tiempo, fueron el
portillo seudojurídico para realizar ataques y operaciones militares abiertas o
tras la mampara de la OTAN, en contra de países contra los que el Congreso
nunca aprobó una declaración de guerra (Libia, Yemen, Siria).
La decisión del Senado
de prolongar la guerra infinita
augura una escalada de las tensiones en los distintos frentes que Washington
mantiene abiertos en Europa, Asia, Medio Oriente e inclusive en América Latina
(prueba de ello son las sanciones económicas impuestas a Venezuela y la presión
que ejerce la Casa Blanca, por la vía diplomática y por otros medios espurios,
contra el gobierno bolivariano), que aguardan con expectativa el movimiento de
las piezas en el ajedrez geopolítico internacional.
En un artículo publicado por la cadena RT, el analista británico
Finian Cunningham profundiza esta tesis al explicar que la derrota
estadounidense en Siria desplazará los escenarios de guerra a otras regiones
(Corea del Norte, China, Rusia, Ucrania, Irán), "toda vez que el país
árabe no fue más que un campo de batalla en una guerra global por el dominio
llevada a cabo por EE.UU. y sus aliados".
Y agrega: "Washington está ahorrando sus activos terroristas para
luchar en otro momento, quizás en algún otro desafortunado país donde busca el
cambio de régimen".
A nadie debiera
sorprenderle que esto ocurra: en la era del imperialismo permanente en la que
vivimos, las guerras de rapiña y la violación
sistemática del derecho internacional -último recurso llamado a resguardarnos
de la barbarie y garantizar la civilidad en la convivencia entre las personas y
las naciones- son fundamentales para el funcionamiento de los engranajes de la
explotación y la acumulación capitalista, para la apropiación de recursos naturales
y emplazamiento estratégicos, y la dominación y sometimiento de los pueblos.
Para el imperialismo, la guerra es infinita y es a muerte.
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