¿Es posible seguir
negando el cambio climático y evadiendo la responsabilidad que nos corresponde
como consecuencia de la acción humana sobre los ecosistemas? Por desgracia, la
evidencia científica y los estragos sociales y ambientales parecen no ser
suficientes para los poderes que realmente gobiernan el mundo.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
En solo cuestión de
días, millones de personas en el mundo sufrieron el impacto de desastres
hidrometeorológicos relacionados con el cambio climático y la influencia de la
acción humana sobre el ambiente. En la India, Bangladesh y Nepal, de acuerdo
con datos de la ONU, 1200 personas
perdieron la vida y más de 41 millones de personas resultaron afectadas a causa
de las inundaciones provocadas por las lluvias monzónicas, que han sido
consideradas las más fuertes y destructivas de las últimas cuatro décadas.
Mientras, en Estados Unidos, específicamente en Texas y la costa adyacente al
Golfo de México, las inundaciones provocadas por el huracán Harvey –el más
fuerte en ese estado desde 1961- dejaron un saldo de al menos 30 fallecidos,
más de 30 mil personas refugiadas en albergues, otras 450 mil que requerirán
ayuda federal, 100 mil viviendas dañadas y considerables pérdidas en la
infraestructura industrial (petróleo y químicos) y agrícola. La magnitud de
estos fenómenos coincide, cabalmente, con las proyecciones realizadas por los
científicos del Grupo Intergubernamental de
Expertos sobre el Cambio Climático, quienes alertan sobre modificaciones severas en
el nivel de las precipitaciones y la fuerza de tormentas y huracanes, que aumentarán progresivamente a lo largo del
siglo XXI.
En la contracara de
este drama humano, los reportes de las agencias internacionales de noticias develan
factores en común de estas tragedias, en los que trasluce la influencia de los
patrones de desarrollo que están en el centro de la crisis civilizatoria de
nuestro tiempo. En el sureste asiático, las construcciones en terrenos
inundables y zonas costeras, la saturación de drenajes y alcantarillados
producto de la alta contaminación de desechos plásticos, así como la falta de
planificación en el crecimiento urbano, se conjugan para aumentar la
vulnerabilidad socio-ambiental de las grandes ciudades (algunas sobrepobladas,
como es el caso de Mumbai, con casi 20 millones de habitantes). Por su parte,
en Texas, las inundaciones sin precedentes que se registraron al paso del
huracán se vieron agravadas por la expansión de proyectos urbanísticos sin
regulación sobre las reservas forestales; una
investigación del GeoTechnology Research Institute y el Houston Advanced
Research Center afirma que, entre
1992 y 2010,
se perdieron el 70% de los humedales en la cuenca del río White Oak Bayou, lo
que significa una severa disminución en la capacidad natural de la región para “manejar
casi 15 millones de litros de agua de tormenta”.
¿Es posible seguir
negando el cambio climático y evadiendo la responsabilidad que nos corresponde
como consecuencia de la acción humana sobre los ecosistemas? Por desgracia, la
evidencia científica y los estragos sociales y ambientales parecen no ser
suficientes para los poderes que realmente gobiernan el mundo: esos grupos
corporativos multinacionales, políticos y militares que, al decir de David Harvey, “tienen el poder de impugnar, desbaratar y evitar
aquellas acciones que amenazan su rentabilidad, su posición competitiva y su
poder económico”[1].
Hoy, el presidente de
los Estados Unidos, Donald Trump, encarna
y expresa con sus declaraciones y decisiones políticas esos intereses
que conspiran contra el bien común de la humanidad y nuestras posibilidades de
supervivencia. Recientemente, el mandatario estadounidense realizó una visita a
la ciudad de Houston, Texas, para verificar sobre el terreno los daños del paso
del huracán Harvey. Sin bajarse de su lujosa limusina, y sin acercarse a las
zonas de mayor desastre, Trump, un confeso negacionista del cambio climático y
responsable de tirar por la borda el Acuerdo de París –herramienta valiosa para
la humanidad, pese a todas las limitaciones que se le puedan señalar-, declaró
a la prensa sentirse conmovido: “Vi horror y devastación”. En 2012, el
magnate escribió un
mensaje en la red social Twitter en el que afirmaba: “El concepto de calentamiento global fue creado por y para los chinos
para hacer no competitiva a la manufactura de EE UU”. Como se puede
apreciar, su cinismo no conoce límites.
A Trump, a los
negacionistas de su calaña, y a todos nosotros, en general, nos haría bien no
olvidar nunca las palabras del intelectual español Jorge
Riechmann: “estamos consumiendo el planeta como si no hubiera un
mañana”, pero miramos hacia otra parte, hacia el autoengaño de una pretendida humanización
del sistema económico que nos gobierna, sin reparar en el hecho incuestionable de que en nuestro tiempo “el
síntoma se llama calentamiento climático, pero la enfermedad se llama capitalismo”.
[1] Harvey, D. (2014). Diecisiete contradicciones y el
fin del capitalismo. Quito: Editorial IAEN. Pág. 250.
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