La militancia socialdemócrata
se debate entre su odio de campanario contra el Partido Acción Ciudadana, al
que consideran un traidor por haber nacido como un desgajamiento de su seno, y
quienes se dan cuenta del momento crucial de redefinición definitiva que vive
el país y le dan su apoyo. Es el intríngulis de la militancia de un partido en
descomposición con varios miembros gangrenados que da bocanadas por mantenerse
con vida.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
Destacados economistas del PLN dieron su adhesión al candidato Fabricio Alvarado, del partido Restauración Nacional. |
En Costa Rica, la
socialdemocracia jugó un papel central en la segunda mitad del siglo XX. Luego
de la guerra civil de 1948, supo retomar una senda que había sido marcada por
el reformismo social de la década de los 40 -que a su vez había sido la
respuesta a la crisis del régimen liberal que venía del siglo XIX-, y no solo
profundizó sus reformas sino las amplió, posibilitando la construcción de una
sociedad con una amplia clase media que le dio al país un perfil inédito en la
región.
La más importante expresión
política de la socialdemocracia costarricense fue el Partido Liberación
Nacional (PLN), que se constituyó en la década de los cincuenta con la confluencia
de varios movimientos y tendencias de intelectuales, empresarios, ciudadanos y
políticos que reconocieron el liderazgo del empresario y político José Figueres
Ferrer, un hombre que antes que un ideario socialdemócrata lo que tenía era un
gran sentido común, que lo llevó a tomar decisiones que, en el contexto de
Guerra Fría posbélico de los años 50 y 60 del siglo XX, se salieron del canon
latinoamericano.
No se puede decir que la
socialdemocracia costarricense se inventó esto que, años más tarde, sería llamado
por algunos “la vía costarricense de desarrollo”. Sus raíces tienen un
componente histórico que se remonta hasta el mismo período Colonial, aunque el
ser consecuente con él sí es un mérito que debe reconocérsele. Recuérdese que
en el mismo período, en otros países centroamericanos se habían establecido
gobiernos de corte progresista similares al de la década de los cuarenta en
Costa Rica, que luego fueron arrasados instalando regímenes represivos cuyas
consecuencias aún vivimos el día de hoy. Tal vez el caso clásico en este
sentido sea Guatemala.
El modelo desarrollista que
propuso e impulsó la socialdemocracia costarricense entró en crisis a finales
de la década de los setenta. Fue la crisis de su modelo basado en un estado
fuerte, con amplias políticas sociales que permitían abrir horizontes
optimistas de ascenso social y de ampliación de las clases medias.
La respuesta a esta crisis fue
acorde con las tendencias mundiales de la época: el ajuste estructural basado
en políticas neoliberales, que ya tenían una década de carrera en América
Latina en el Chile de Augusto Pinochet.
Las reformas neoliberales de
ajuste estructural se basaban en un modelo de desarrollo muy distinto al que
habían impulsado el PLN en años anteriores pero, paradójicamente, fue este
mismo partido el que las impulsó modificando su ideario.
A diferencia de otros países
latinoamericanos, en Costa Rica el modelo neoliberal de desarrollo se
implementó de formas paulatina. No hubo shocks
como en la Argentina menemista, ni tuvo que implementarse a través de un golpe
de Estado como en Chile.
Para impulsarlo, la
socialdemocracia tica mutó. No cambió solamente su ideario político e
ideológico, sino también los objetivos y ambiciones de su dirigencia. Aunque
sus líderes históricos, incluyendo a José Figueres Ferrer, no fueron nunca
blancas palomas, el PLN se convirtió en receptáculo de empresarios (o
seudoempresarios) ávidos de hacer negocios a través de su cercanía al poder y
llenarse los bolsillos.
En esas circunstancias, la
credibilidad del partido decreció y dejó de ser visto, fuera de su núcleo duro
de militantes y simpatizantes, como una opción viable de mejoramiento social.
La realidad se le estrelló en la cara en las elecciones de 2014, cuando por
primera vez en su historia su candidato presidencial se retiró en la segunda
ronda de las elecciones presidenciales dejándole el campo libre al triunfo a un
partido emergente que había nacido de sus propias entrañas, el Partido Acción
Ciudadana (PAC).
A esas alturas, el Partido
Liberación Nacional no tenía ya nada de socialdemócrata. Se había transformado
en una maquinaria electoral cuyo principal interés era llegar al poder para
barrer los restos de la institucionalidad del Estado Benefactor que construyó
en la segunda mitad del siglo XX para, de esa forma, abrirle espacio al ascenso
de una voraz clase empresarial que desea hacer festín con los restos del
naufragio.
No le salieron del todo bien
las cosas porque, aunque logró quedar como la principal fracción de la Asamblea
Legislativa no tiene mayoría, y su candidato presidencial quedó marginado del
balotaje por la carrera presidencial.
Fue así como terminó
estructurando una alianza de hecho con el partido emergente más contrario a lo
que fue su ideario socialdemócrata original, el Partido Restauración Nacional
(PRN), que es comandado por pastores, biblistas y salmistas que representan los
más conservador del panorama político nacional, pero que coincide con ellos en
la agenda de concluir con el desmantelamiento de las instituciones que
constituyeron el andamiaje del Estado social de derecho.
Parece que este es el destino
de la socialdemocracia mundial: impulsar las reformas estructurales del
neoliberalismo y, a la postre, terminar de furgón de cola de los proyectos más
conservadores y reaccionarios. Una vez cumplido su papel de alternativa
reformista en Occidente en aquellos tiempos en que la URSS se erigía como
contramodelo, su perfil ideológico político se desdibujó hasta el punto de
aterrizar en los lodazales más inesperados, como es el caso costarricense.
Los restos de la militancia
socialdemócrata se debate entre su odio de campanario contra el PAC, al que
consideran un traidor por haber nacido como un desgajamiento de su seno, y
quienes se dan cuenta del momento crucial de redefinición definitiva que vive
el país y le dan su apoyo. Es el intríngulis de la militancia de un partido en
descomposición con varios miembros gangrenados que da bocanadas por mantenerse
con vida.
Al otro lado de la acera, un
jovencito rellenito que vocifera en cultos evangélicos, y que nunca soñó con
llegar a ser el costarricense con mayores posibilidades de ser “el ungido”, los
espera.
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