El materialismo
marxista, como posición filosófica, inauguró otra forma de ver el mundo, que
Marx igualmente resumió: “No es la conciencia del hombre la que determina su
ser sino, por el contrario, es el ser social el que determina su conciencia”.
Ese ser social es la economía.
Juan J. Paz y Miño Cepeda / Firmas Selectas de Prensa
Latina
Karl Marx fue un
erudito investigador, que supo combinar la economía y la historia como ejes
para la elaboración de su teoría. Remontándose a los orígenes y primeros
tiempos de la humanidad comprendió que el hombre tuvo que ocuparse de producir
bienes para satisfacer sus necesidades y poder sobrevivir. Con el desarrollo de
las fuerzas productivas, los seres humanos diversificaron inevitablemente sus
actividades y las relaciones sociales fueron complicándose. En cierto momento
esa complejidad provocó el surgimiento de clases sociales, con diferenciaciones
jerárquicas, apropiación de riquezas en una elite dominante y explotación a
otros grupos humanos a través de la esclavitud o la servidumbre.
Sobre esa base
histórica, Marx encontró un hecho fundamental: por debajo de los fenómenos
políticos, religiosos, clasistas o estatales estaba la economía. Y con ello
pudo formular una tesis hasta entonces no destacada por otros investigadores,
esto es, que “la anatomía de la sociedad civil hay que buscarla en la economía
política”, porque “el modo de producción de la vida material condiciona el
proceso de la vida social, política y espiritual, en general”.
Esta tesis de Marx fue
expuesta en su genial Prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía
Política. Y a pesar de ser muy clara, muchos marxistas no la comprendieron, al
punto de considerar que solo la economía es la única determinante de las otras
esferas sociales. Por eso, fue Engels quien debió aclarar el asunto una y otra
vez, insistiendo en que la economía solo es determinante en última instancia.
Además, Marx utilizó la
metáfora de un edificio, para decir que la economía es la base sobre la cual se
levanta la superestructura jurídica, política e ideológica de la sociedad. Y
esto también ha generado confusiones, porque los términos “base” y
“superestructura” no son categorías teóricas que tengan un contenido
científico, a pesar de que el propio Marx insistió en esa imagen: “al cambiar
la base económica, se revoluciona, más o menos rápidamente, toda la inmensa
superestructura erigida sobre ella”, escribió.
El materialismo
marxista, como posición filosófica, inauguró otra forma de ver el mundo, que
Marx igualmente resumió: “No es la conciencia del hombre la que determina su
ser sino, por el contrario, es el ser social el que determina su conciencia”.
Ese ser social es la economía. Y nuevamente Engels fue quien insistió en que el
régimen económico determina el contenido general, el origen de los procesos
jurídicos, políticos, ideológicos, etc.; pero en muchos casos, el modo en que
surgen los conceptos espirituales de la sociedad, la forma de las teorías
filosóficas, ideas religiosas, etc., están determinados por la propia
conciencia social.
Lo económico no
determina cada minucia histórica ni cada hecho particular, sino los contenidos
más amplios, generales, de largo plazo. Tampoco cada hecho económico es el
desencadenante de los procesos ni el determinante de las esferas sociales. Para
Marx, el modo de producción de la vida material es el determinante social, el
condicionante del “edificio”, un concepto asimilable al de sistema económico
que hoy utilizan los economistas, pero que tiene otro ámbito, pues se refiere a
una especial conjunción entre fuerzas productivas y relaciones de producción.
Marx reconoce que en la
historia humana (la que él estudió con más profundidad y en la que predomina
Europa, pues eran escasos sus conocimientos sobre América Latina) se han
sucedido distintos modos de producción, aunque él se interesó por estudiar solo
uno: el modo de producción capitalista.
Al poner en claro la
interconexión de los sucesos y al descubrir su raíz económica determinante, es
posible definir el curso general del proceso histórico, que obra como una ley
social, es decir, como una tendencia, y no como una ley física. Quizás podría
asimilarse a lo que hoy es común entre las ciencias sociales y particularmente
en la economía, cuando se trazan probables evoluciones sobre bases matemáticas,
estadísticas y de análisis socio-situacional, bajo la condición ceteris
paribus, es decir, si las realidades estudiadas no cambian. Solo que para Marx
el asunto va mucho más lejos: es posible descubrir las leyes-tendenciales de la
sociedad, que actúan en el largo tiempo, solo sobre la base de las
investigaciones más rigurosas y pacientes.
En otras palabras, no
puede deducirse a priori lo que ocurre en la sociedad, no puede entenderse sus
lógicas, ni sus mecanismos, y peor sus últimas determinantes, si es que no se
realiza la investigación más rigurosa y constante de la realidad, sujetándose a
su materialidad empírica, y no a un hecho o proceso, sino al conjunto de los
hechos y los procesos sociales. El marxismo es así una teoría que convoca al
estudio y a la investigación permanentes. Por eso decía Lenin que el marxismo
es una guía para la acción y un método para el estudio. Y el propio Marx, al
observar la charlatanería y el dogmatismo de aquellos jóvenes que creían ser
algo muy poderoso siguiendo su doctrina, pero sin estudiar en nada la historia
concreta, tuvo que llegar a decir “todo lo que sé es que yo no soy marxista”.
Ahora bien, ser
marxista tampoco asegura que la realidad sea descubierta en sus últimos
determinantes, y es posible cometer errores de interpretación. La rigurosidad
tampoco es un patrimonio de los marxistas, de modo que también hay
investigadores no-marxistas que han realizado descubrimientos y aportes
fundamentales a la comprensión de las sociedades del pasado o las del presente.
Los primeros partidos
marxistas de América Latina (fue pionero el P. Socialista de Argentina fundado
en 1895 por Juan B. Justo, quien tradujo El Capital; en Ecuador apareció el P.
Socialista en 1926 y el P. Comunista en 1931) y los intelectuales marxistas de
inicios del siglo XX, movilizaron la teoría e interpretaron las realidades de
su tiempo, procurando comprenderlas para trazar las líneas revolucionarias. Sin
embargo, a consecuencia de la Revolución Rusa (1917), la III Internacional
Comunista (Komintern, 1919) y luego la era de Stalin (1924-1953), los partidos
comunistas latinoamericanos siguieron las directrices oficiales de la URSS, lo
cual dogmatizó al marxismo. Aún así, pensadores como el peruano José Carlos
Mariátegui (1894-1930) hicieron aportes renovadores al marxismo, como la
atención al mundo andino indígena que obviamente Marx desconocía.
De aquellas épocas al
presente, los estudios marxistas avanzaron en todos los países
latinoamericanos; y en la década de 1970 y hasta mediados de los 80 tales
estudios despegaron como nunca antes, a tal punto que los ejes intelectuales de
la ciencia social de la región pasaban por la afinidad u oposición a la teoría
marxista.
El contraste llegó con
el derrumbe mundial del socialismo, que provocó una verdadera debacle del
marxismo y de los partidos marxistas a partir de 1990. Sin embargo, fue el
ciclo de los gobiernos progresistas, democráticos y de nueva izquierda el que
propició el renacimiento del marxismo. Paradójicamente sectores del
izquierdismo partidista tradicional y del marxismo, que ahora encontraron un
espacio de expresión que no tuvieron en las décadas finales del siglo XX,
pasaron a ser fuerzas de oposición a esos gobiernos, a tal punto que en Ecuador
surgió un marxismo pro-bancario inédito en la historia latinoamericana, al
apoyar, en 2017, la candidatura presidencial de un multimillonario exbanquero,
con el exclusivo argumento de que era necesario derrotar al “correísmo”,
considerado como “enemigo fundamental”.
Más allá de estos
episodios de coyuntura, la convalidación del marxismo abre en América Latina un
nuevo momento para el desarrollo creador de la doctrina de Marx, que tiene la
oportunidad para hacer énfasis en la investigación, la discusión teórica y el
análisis académico, pues las nuevas realidades que vive la región requieren de
otras visiones marxistas, que no pudieron desarrollar sus adeptos tradicionales
y que ya están lejos de los partidos clásicos, que quedaron como reliquias de
un pasado que necesariamente debió ser superado.
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