Por primera vez en nuestra historia, desde Gaitán, la clase política
colombiana tiene miedo. De allí su designio: hundir a Petro, cueste lo que
cueste.
Gonzalo Galindo Delgado / ALAI
Puede gustarnos o no,
pero el fenómeno más sorprendente de la coyuntura política reciente en Colombia
tiene nombre propio: Gustavo Francisco Petro Urrego.
En un país derechizado por
efectos de su historia, su dirigencia y la incapacidad de la izquierda, Petro,
un exguerrillero perseguido ferozmente por la Procuraduría de Ordóñez, la
Contraloría de Cambio Radical y los medios de comunicación del Grupo Ardila
Lule, la familia Santodomingo y el señor Luis Carlos Sarmiento Angulo; un
ciudadano embargado, sin partido político, sin maquinaria económico-electoral,
sin socios relevantes en el mundo político, sin medios de comunicación que le
sean favorables y sin portavoces de renombre dentro de los generadores de
opinión; él, Gustavo, defendiendo en su discurso la paz, la justicia social,
ambiental y de género, en franca confrontación con la oligarquía del país,
lidera la intención de voto para ser presidente de Colombia y llena las plazas de
todo municipio al que va: Pasto, Sincelejo, Santander de Quilichao, Popayán,
Ibagué, Tunja, Bogotá, Quibdó…
¿En Colombia? ¡De no
creer!
Mutatis mutandis, el fenómeno recuerda el
estallido de los indignados y la emergencia de Podemos en
España. Cuentan los arquitectos de esta organización electoral, doctores en
Ciencia Política y profesores de la Universidad Complutense de Madrid, que
España, como Colombia, era una sociedad derechizada y políticamente adormecida
en la que a nadie, ni siquiera a ellos mismos que lo llevaban estudiando y
soñando toda su vida, se le pasaba por la cabeza la posibilidad de una
conmoción democrática como la desencadenada por el Movimiento 15-M. Su
explicación, a la postre, fue esta: Las élites económicas y políticas tradicionales
de España sufrieron una crisis orgánica. En palabras llanas,
querían decir con esto que el consenso y el liderazgo que tales élites habían
logrado sostener sobre la sociedad civil, se estaba derrumbando
estruendosamente ante su inoperancia, su corrupción, su mentira, su ineficacia,
su inmoralidad, su latrocinio. Los españoles se “mamaron”. ¿Nos estaremos
“mamando” nosotros también? ¿Crisis orgánica?
A Pablo Iglesias,
candidato por Podemos en España, como a sus homólogos Jean-Luc
Mélenchon de Francia, Jeremy Corbyn de Inglaterra y Bernie Sanders de Estados
Unidos, en sus respectivas justas electorales, las viejas élites políticas y
mediáticas salieron a escupirles: ¡Venezuela! ¡Venezuela! ¡Venezuela! Sí, no se
usó el término de “castrochavismo” en Estados Unidos y Europa pero, aunque
parezca increíble, los españoles sabían muy bien quienes eran Nicolás Maduro y
Leopoldo López al tiempo que ignoraban el nombre del Primer Ministro de
Portugal, que gobierna a escasos kilómetros de Madrid. Las viejas dirigencias
desataron la política del miedo amparada en la tan cacareada posverdad.
Para nosotros en Colombia
no es nueva, ni la política del miedo ni la posverdad. La violencia
y el analfabetismo político de nuestra sociedad han sido un caldo de cultivo
para el despliegue de esas estrategias. Sin embargo, después de conocer los
resultados de las encuestas que señalan a Petro como el virtual presidente de
Colombia, nos enfrentamos a una circunstancia histórica inédita, al menos,
desde Gaitán: ahora los que tienen miedo son ellos. Pero a un
conjunto de parásitos, como lo es la clase política tradicional de este país,
el miedo no los paraliza, los invita a una acción frenética que ya comenzó y
que va a alcanzar dimensiones nauseabundas para lo cual habremos de preparar el
estómago.
Es en este contexto en el
que se entiende el esfuerzo denodado de medios de comunicación (Caracol, RCN,
Blue Radio, Caracol Radio, Revista Semana, El Tiempo, etc.) de Germán Vargas
Lleras, Iván Duque, Marta Lucía Ramírez, Alejandro Ordóñez y algunos líderes de
opinión (en palabras del senador Robledo, “de los mismos con las mismas”), por
construir mitos, acusaciones y falacias sobre el candidato progresista. Las
seguiremos escuchando: Petro representa al Castrochavismo, Petro es de las
FARC, Petro nos va a convertir en Venezuela, Petro nos va a expropiar: viene el
coco y nos comerá. Ninguna resiste análisis.
Se han llegado a extremos
francamente grotescos: No faltó la fake new de que Petro
caminaba sobre unos zapatos de marca “Ferragamo” que costarían más de un millón
de pesos. Ni siquiera esto resiste una búsqueda en mercadolibre o una simple
pregunta en una tienda de zapatos. Pero el capítulo más lamentable, desde el
punto de vista moral, de esta andanada de ataques impúdicos, está siendo
protagonizado por Héctor Abad Faciolince y la Revista Semana, que supo hacer
eco del primero para utilizar la figura insigne e impoluta de Carlos Gaviria
Díaz con el fin de respaldar sus malquerencias políticas.
Carlos Gaviria fue y es
un faro ético, que insistió de modo infatigable en el valor del argumento y de
la verdad. Abad Faciolince eligió el insulto, “tramposo” le dijo a Petro en
nombre de aquél (ni siquiera fue capaz de hacerlo a título propio), por
supuestamente manipular actas del Polo Democrático a sabiendas, astutamente, de
que “su prueba” está muerta y no puede ya decir ni desdecir. Es de un
razonamiento ético elemental suponer que algo que Gaviria nunca dijo
públicamente, no puede ser afirmado tras su muerte en nombre de él, y menos
prevaliéndose de una relación de amistad.
Petro, así como las
personas cercanas a la dirigencia ejecutiva del Polo, testigos directos del
teje-maneje del Partido, desmintieron a Abad Faciolince. Carlos Bula, por
ejemplo, cofundador y secretario del Polo durante la presidencia de Carlos
Gaviria, encargado del manejo de las actas, declaró que estas nunca fueron
manipuladas por nadie, que era imposible por el mecanismo mediante el cual se
las protegía y que Carlos Gaviria, hombre franco, no hubiera dejado en secreto
un delito de esa gravedad (http://www.wradio.com.co/noticias/actualidad/es-falso-que-gustavo-petro-haya-modificado-las-actas-del-polo-carlos-bula/20180214/nota/3710721.aspx
). Tras esa primera salida en falso el escritor antioqueño siguió prescindiendo
del argumento, le dijo al candidado “populista” y “mal gobernante”. Este, de
modo respetuoso, lo invitó a sustentar sus afirmaciones y debatir. Abad calló
(todo esto puede verificarse en las cuentas de Twitter de Abad y Petro).
La Revista Semana, en
cambio, eligió directamente el camino de la mentira, haciendo eco de la polémica
entre Petro y Abad, para afirmar que Carlos Gaviria y Gustavo Petro “fueron
protagonistas de la relación más tormentosa” de la izquierda: de nuevo usando
la figura ausente y por todos respetada de Carlos Gaviria para hacer política
cuando él, lamentablemente, ya no está. La Revista Semana, enconada defensora
de Enrique Peñalosa y Néstor Humberto Martínez (quienes a su vez son enconados
contradictores de Petro), afirma para sustentar sus afirmaciones
grandilocuentes que después de que Petro le ganara a Gaviria las consultas
internas del partido, este, ante las diferencias con aquél “Decidió volver a
ser un militante raso, pero nunca acompañó a Petro en su campaña presidencial”
(http://www.semana.com/nacion/articulo/carlos-gaviria-y-gustavo-petro-la-relacion-tormentosa-del-polo-democratico/557068
). No me queda más que agregar este video, que está tan al alcance de todo el
mundo como el precio de los zapatos “Ferragamo” de Petro en mercadolibre: a un
solo click. En palabras del mismísimo Carlos Gaviria: “[Ante los] rumores
malignos, propalados por ya sabemos quiénes y de donde”: “una imagen vale más
que mil palabras” https://www.youtube.com/watch?v=5aHpdOuzRgEn(prestar
especial atención a partir del minuto 1:26 y tomar nota de los “dos propósitos”
de Carlos Gaviria).
Por respeto a la memoria
y al legado del maestro Carlos Gaviria Díaz exijo tres cosas. A Héctor Abad
Faciolince: argumente, no insulte. A la Revista Semana: rectifique, no mienta.
Y a ambos, elijan el camino que elijan: no utilicen la figura de Carlos Gaviria
para insultar, para mentir o para fustigar a sus adversarios políticos. En una
palabra: ¡respeto!
Para terminar, deseo
volver al principio. Estamos ante un escenario extraordinario y es claro que
una cantidad inmensa de colombianas y colombianos, sobre todo jóvenes, ansiamos
un cambio definitivo del rumbo de nuestra sociedad. Nuestra reivindicación está
lejos de ser extremista, es más bien una cosa de sentido común en los días que
corren: democracia en sentido sustantivo. Es decir: paz, educación, salud,
moralidad administrativa, equidad de género, diversidad y respeto por las
condiciones ambientales de nuestra existencia. Además de Petro, ¿hay alguien
que pueda representar un proyecto tal? ¿Un proyecto de cambio?
A las claras, la derecha
colombiana representa el epítome de todo aquello que envejece, se agota, y que
por tanto deseamos cambiar. Restarían Sergio Fajardo y Humberto de la Calle
Lombana, hombres de buenas intenciones, pero no mucho más que eso. El primero
por su líquido e insulso discurso político vinculado a su alergia histórica por
las grandes reformas sociales que precisa el país. El segundo, por haberse
paseado sin empacho, ocupando puestos de Registrador, Ministro, Embajador,
Asesor o Vicepresidente en los gobiernos de Belisario Betancur (conservador),
César Gaviria (liberal), Ernesto Samper (liberal), Andrés Pastrana Arango
(conservador), Álvaro Uribe Vélez y Juan Manuel Santos. Tampoco inspira
confianza su sociedad comercial en un paraíso fiscal, como fue destapado por
los Panamá Papers. Pero más allá de estos elementos de orden representativo y
simbólico, las propuestas de ambos candidatos tampoco parecen acompasadas con
las demandas de nuestro tiempo: la democracia radical, la economía de la
globalización o el cambio climático, por solo mencionar algunas. En
síntesis, nada va a cambiar si gobiernan los mismos (los uribes,
los santos, los lleras), los que gobernaron desde siempre con los
mismos (los de la calles) o los que no proponen un cambio
fundamental sobre lo mismo (los fajardos).
A Petro le cambiaría
muchas cosas, pero no puedo hacerlo, y él es la única posibilidad real, no de
cumplir, pero sí de aproximarnos, paso a paso, a los sueños de grades
demócratas de nuestra historia (pienso, a pluma alzada y de forma meramente
enunciativa, en colombianos como Rafael Uribe Uribe, Jorge Eliecer Gaitán,
Bernardo Jaramillo Ossa, Jaime Pardo Leal, Carlos Pizarro Leongómez, y, desde
luego, Carlos Gaviria Díaz). Y sobre todo, Petro representa la posibilidad de
hacer realidad los sueños de las mujeres y hombres, que desde el anonimato, en
medio de la precariedad y la violencia, han luchado incansablemente por la
dignidad.
Podríamos ver, este mismo
año, dentro de sólo seis meses, al primer presidente anti-oligárquico y abierto
a una democracia multicolor en toda la historia de la República de Colombia.
¿Se
vale soñar?
Gonzalo Galindo Delgado
Investigador y abogado, egresado de la Facultad de
Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia, adscrito al
Semillero de Sociología del Derecho y Teorías Jurídicas Críticas de dicha
institución. Interesado en el campo de estudios en derecho y sociedad desde una
perspectiva crítica de las instituciones jurídico-políticas. Correo
electrónico: ggdim_55@hotmail.com
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