Aquí, en nuestra América, nos toca crear las
condiciones para encarar una crisis que ha llegado a un grado de descomposición
moral, cultural y política que hace evidente, para quien no tema verlo, que la
gran opción de nuestro tiempo es la de socialismo o barbarie.
Guillermo
Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
“El modelo
no es la esfera, que no es superior a las partes, donde cada punto es
equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros. El modelo es
el poliedro, que refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él
conservan su originalidad.”
Francisco[1]
La
formación y desarrollo de una visión del mundo forjada para transformar la
realidad, y no para limitarse a interpretarla, constituye un proceso de una
extraordinaria riqueza y complejidad. En dicho proceso, dijo Gramsci, la
filosofía de la praxis había sufrido “una doble revisión”. Así, “algunos de sus
elementos, de manera explícita, han sido absorbidos e incorporados por algunas
corrientes idealistas”, mientras “los llamados ortodoxos”, influidos por
corrientes como el positivismo, creyeron ser rigurosos identificando a esa
filosofía con ”el materialismo tradicional”.
Habría que
incluir aquí, también, el papel de los conflictos internos en el desarrollo de
la visión de la ortodoxia en el seno de filosofía de la praxis, sobre todo
entre fines del siglo XIX y el triunfo de la revolución bolchevique. En esos
conflictos destacó el papel de una generación de políticos e intelectuales que
no habían participado en la fase inicial de ese desarrollo. Lenin, nacido en
1870, tenía 13 años al morir Marx en 1883. Rosa Luxemburgo, nacida en 1871,
tenía 12. György Lukács vino a nacer en 1885, y Gramsci en 1891. Para esa generación,
la disputa en torno a la ortodoxia tuvo por objeto la trascendencia
revolucionaria del pensamiento de Marx.
Así, en
1903 Rosa Luxemburgo hacía un enérgico planteamiento en defensa del carácter
revolucionario de la filosofía de la praxis ante quienes la calificaban de
obsoleta. “No es cierto”, dijo, “que en lo que hace a nuestra lucha práctica”,
Marx “ya no satisface nuestras necesidades. Por el contrario, nuestras
necesidades todavía no se adecúan a la utilización de las ideas de Marx.”
Al respecto,
añadió, si bien la teoría marxista “es un instrumento sin igual para la cultura
intelectual”, no se la utiliza porque “trasciende enormemente las necesidades
de la clase obrera en materia de armas para la lucha diaria.” De ahí que aún
haría falta que la clase obrera llegara a liberarse “de sus condiciones
actuales de existencia”, para que el método de investigación marxista pudiera
ser “socializado junto con todos los demás medios de producción para utilizarlo
en beneficio de la humanidad en su conjunto y para poder desarrollarlo en toda
su capacidad funcional.[2]
Para 1919 –
el año del asesinato de Rosa Luxemburgo en Berlín tras la derrota de la
revolución alemana, y en el torbellino de la revolución bolchevique -, Györgi
Lukács afirmaba que, aun si se asumiera “en beneficio del debate que la
investigación reciente ha descartado para siempre cada una de las tesis
individuales de Marx”, el marxismo ortodoxo
se refiere exclusivamente al método. Es la
convicción científica de que el materialismo dialéctico es el camino a la
verdad, y de que sus métodos pueden ser desarrollados, ampliados y
profundizados únicamente a partir de los lineamientos establecidos por sus
fundadores.
Gramsci,
por su parte, volvería sobre el tema a comienzos de la década de 1930, desde el
presidio político que terminaría por llevarlo a su muerte en 1937. Así, en un
apunte de sus Cuadernos de la Cárcel - escritos desde la reflexión a que
obligan una derrota, y un repliegue defensivo -, planteó que la ortodoxia debía
ser buscada
en el concepto de que el marxismo se basta a sí
mismo, contiene en sí todos los elementos fundamentales, no sólo para construir
una concepción total del mundo, una filosofía total, sino para vivificar una
organización práctica total de la sociedad, o sea para convertirse en una
civilización integral, total. Este concepto así renovado de ortodoxia,
sirve para precisar mejor el atributo de “revolucionaria” atribuido a una
concepción del mundo, a una teoría.
Y añadió,
de modo característico en él, una comparación histórica cercana a la cultura
popular. El cristianismo, dijo, “fue revolucionario en comparación con el
paganismo porque fue un elemento de escisión completa entre los defensores del
viejo y el nuevo mundo.” En ese sentido, agregó,
Una teoría es revolucionaria en cuanto que es
precisamente elemento de separación completa en dos campos, en cuanto que es
vértice inaccesible para los adversarios. Considerar que el materialismo
histórico no es una estructura de pensamiento completamente autónoma significa
en realidad no haber cortado completamente los vínculos con el viejo
mundo. En realidad, el materialismo histórico no precisa de apoyos
heterogéneos: él mismo es tan robusto, que el viejo mundo recurre a él para
enriquecer su arsenal con alguna arma más eficaz.[3]
Esa
relación de la filosofía de la praxis con otras corrientes de pensamiento –
unas reaccionarias, otras conservadoras, y otras transformadoras - aún está
pendiente de un estudio acabado en nuestra América. Y ese estudio es más necesario
que nunca en los tiempos de ebullición por los que atravesamos, cuando esa
filosofía resulta indispensable en la tarea de poner en perspectiva histórica –
esto es, de pasados que anuncian nuevas posibilidades de futuro - nuestro
legado multicultural.
Esa tarea
debe ser realizada en dos vertientes. Por un lado, para comprender aquel legado
en el marco del proceso de crisis del sistema mundial creado por el capital.
Por otro, para contribuir a que esa comprensión se torne en el sustento de un
hacer político transformador, animado por un sólido liderazgo cultural y moral,
y sustentado por su capacidad para expresar el interés general de nuestras
sociedades.
Aquí, como
lo advierte el Papa Francisco, es necesario asumir el principio de que la
realidad es superior a la idea, para evitar “los purismos angélicos, los
totalitarismos de lo relativo, los nominalismos declaracionistas, los proyectos
más formales que reales, los fundamentalismos ahistóricos, los eticismos sin
bondad, los intelectualismos sin sabiduría.” [4] Así, la idea ha de estar
“en función de la captación, la comprensión y la conducción de la realidad”,
pues lo que convoca “es la realidad iluminada por el razonamiento.”[5]
A eso se
refería Martí en 1891, al encarar la opción oligárquica de una historia nuestra
definida por el conflicto entre la civilización eurocéntrica y la barbarie
criolla, definiendo nuestra cultura de a partir de una batalla “entre la falsa
erudición y la naturaleza.” Y agregaba enseguida, en el mismo ensayo fundador de
nuestro tiempo:
Se entiende que las formas de gobierno de un país
han de acomodarse a sus elementos naturales; que las ideas absolutas, para no
caer por un yerro de forma, han de ponerse en formas relativas; que la
libertad, para ser viable, tiene que ser sincera y plena; que si la república
no abre los brazos a todos y adelanta con todos, muere la república.[6]
En nuestra
ortodoxia confluyen, así, múltiples legados, desde el liberal democrático de
raigambre popular que alienta en Martí, hasta el del socialismo indoamericano
adelantado por José Carlos Mariátegui, y los de Ernesto Guevara y la teología
de la liberación, por mencionar apenas algunos ejemplos. A todo ello se suman,
en el siglo XXI, los aportes de la práctica cultural y política de los pueblos
originarios, los afrodescendientes y los trabajadores criollos del campo y de
la ciudad.
Aquí, en
nuestra América, nos toca crear las condiciones para encarar una crisis que ha
llegado a un grado de descomposición moral, cultural y política que hace evidente,
para quien no tema verlo, que la gran opción de nuestro tiempo es la de
socialismo o barbarie. Y de esas condiciones, la de mayor importancia inmediata
es abrir paso a una transformación que sea popular por lo democrática, para
iniciar la construcción del mundo nuevo de mañana sobre lo que merezca
sobrevivir del Nuevo Mundo de anteayer.
Panamá, 25 de febrero de 2018
NOTAS:
[1] Exhortación Apostólica Evangelii
Gaudium Del Santo Padre Francisco a los Presbíteros y Diáconos, a las
personas consagradas y a los fieles laicos sobre el anuncio del Evangelio en el
mundo actual. Tipografía Vaticana, 2013.
[2] Rosa Luxemburgo:
“Estancamiento y progreso del marxismo”, 1903. https://www.marxists.org/espanol/luxem/03Estancamientoyprogresodelmarxismo_0.pdf
[3] Gramsci, Antonio: Apuntes
de filosofía I; Miscelánea / El canto décimo del Infierno. Cuadernos de la
Cárcel, II, 1930 – 32. 147 - 148.
[4] Evangelii Gaudium,
cit., acápites 231 a 233. Y añade: “Hay políticos —e incluso dirigentes
religiosos— que se preguntan por qué el pueblo no los comprende y no los sigue,
si sus propuestas son tan lógicas y claras. Posiblemente sea porque se
instalaron en el reino de la pura idea y redujeron la política o la fe a la
retórica. Otros olvidaron la sencillez e importaron desde fuera una
racionalidad ajena a la gente.”
[5] El Papa tiene aquí toda
la experiencia institucional necesaria para afirmar lo que dice, ante la
ineficacia creciente de una Iglesia latinoamericana purgada por sus dos
predecesores de todo vestigio de compromiso con los movimientos sociales, y
cómoda en su relación con los sectores más conservadores de la región.
[6] “Nuestra América”.
El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. Obras Completas.
Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VI, 20 – 21.
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