Lo que
ahora sucede en Morena era algo que se había previsto tiempo atrás. La victoria
electoral necesita de una amplia alianza y de candidatos que por base
organizativa, recursos, fama, carisma, pueden sumar votos. Y en esto dice
Andrés Manuel, no hay derecho de
antigüedad que valga.
Carlos
Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde
Puebla, México
En su
discurso al Consejo Nacional de Morena del 18 de febrero de 2018, que siguió a la
asamblea que lo eligió candidato presidencial, Andrés Manuel López Obrador se
congratuló de los resultados que han tenido las
encuestas como método de selección de candidatos. Se ha referido a dicho
método en diversas oportunidades y aseverado que él mismo se ha sorprendido con
algunos de sus resultados. Una ventaja de las encuestas según ha expresado, es
que minimizó los conflictos internos que a menudo sacuden a
los partidos en el momento en que se toman decisiones con respecto a las
candidaturas. En efecto, comparado con
lo acontecido en otros partidos, los estremecimientos de Morena por el tema de
las candidaturas han sido menores. Basta ver el desgarramiento interno que en
el PAN ha provocado el que Ricardo Anaya siendo juez y parte se haya erigido en
su candidato presidencial. Ciertamente, un partido muestra su solidez cuando
sobrevive unido al momento de la selección de candidaturas.
Morena
cuenta con una ventaja que los otros partidos no tienen. En primer lugar tiene
un liderazgo carismático que por tanto es indiscutible. Y ese liderazgo
carismático es un poderoso factor de unidad interna. Por ello mismo, la
selección de su candidato presidencial ha sido un mero trámite al interior del
partido. Además cuenta hasta el momento, con una perspectiva triunfadora en la
medida en que todas las encuestas colocan con más o menos diferencia a Andrés
Manuel como el virtual ganador de las elecciones presidenciales del próximo 1
de julio. Y si la derrota o perspectivas de la misma generan divisiones, las posibilidades
de la victoria son un elemento poderoso de unificación. Hoy es común escuchar
en el seno de Morena, que independientemente de quienes hayan salido electos
como candidatos a gobernadores,
senadores, diputados locales o presidentes municipales, no es el momento
de expresar descontentos sino de seguir trabajando para lograr el triunfo y con
él conseguir el anhelado cambio de régimen que México urgentemente necesita.
Pero no
todo es miel sobre hojuelas. Y justo es decir que la selección de candidatos a
puestos de elección popular de los más diversos niveles, han generado
desencantos y descontentos en diversos lugares del país. Militantes de Morena
que arduamente han participado en el trabajo organizativo a nivel territorial,
que tienen años de ser parte del lopezobradorismo, se han visto desplazados por
políticos profesionales o personalidades mediáticas del mundo artístico,
mediático o deportivo. Personajes que
hace muy poco tiempo se rasgaban las vestiduras en contra del “peligro
populista”, que denostaban a López Obrador repitiendo los epítetos de la
derecha neoliberal hacia él (“mesiánico”, “incitador de la violencia”,
“autoritario” etc.,) o peor aún con un pasado controversial, hoy son flamantes candidatos. Y resuelven
fácilmente ese embarazoso pasado, diciendo que sus haceres y decires eran
propios “de un momento distinto al que ahora estamos viviendo”. Los sempiternos militantes y simpatizantes del
lopezobradorismo, no ven cambios esenciales en la situación del país en los
últimos 15 años como para ver cómo un personaje puede pasar de ser “un peligro
para México” a “lo que México necesita para salvarse”.
Pero lo que
ahora sucede en Morena era algo que se había previsto tiempo atrás. La victoria
electoral necesita de una amplia alianza y de candidatos que por base
organizativa, recursos, fama, carisma, pueden sumar votos. Y en esto dice
Andrés Manuel, no hay derecho de
antigüedad que valga. El dilema de Morena será de hoy en adelante, como lidiar
entre sus principios y lo que se necesita para triunfar en este próximo 1 de
julio.
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