La “guerra económica” es un arma que el
imperio utiliza a destajo y sin escrúpulo alguno. Desde Arbenz para acá
cambiaron las modalidades y los instrumentos de la agresión económica, pero el
objetivo estratégico es el mismo. Y Venezuela lo está padeciendo con inusitada
intensidad, agravada por la nueva orden ejecutiva emitida este 19 de marzo por
Donald Trump.
Atilio Borón / Rebelion
Para una cabal comprensión de lo que ha estado ocurriendo en Venezuela en
los últimos años conviene leer, a modo de introducción, estas pocas líneas:
“Los de Miami explicaron... que para reconstruir el país primero había
que echarlo totalmente abajo: se tenía que hundir la economía, el desempleo
tenía que ser masivo, había que acabar con el Gobierno y había que poner en el
poder a un ‘buen’ oficial que llevase a cabo una limpieza completa matando a
trescientos, cuatrocientas o quinientas mil personas. … ¿Quiénes son esos locos
y cómo actúan? … Los más importantes son seis (empresarios) inmensamente ricos…
Traman conjuras, organizan reuniones constantemente y dan instrucciones a
XX”. [1]
Lo anterior surge del testimonio que Robert White, embajador de los
gobiernos de James Carter y Ronald Reagan, presentó ante el Congreso de Estados
Unidos en un desesperado e inútil esfuerzo para evitar la tragedia que, con el
abierto apoyo de Reagan, se desencadenaría en El Salvador una vez que el plan
alentado por la burguesía salvadoreña -puesta a buen resguardo en Miami- fuese
llevado a cabo por un coronel del ejército, un psicópata criminal llamado
Roberto D’Aubuisson. Estamos hablando de comienzos de la década de los ochentas
cuando ya el “plan de operaciones” de la CIA y el Departamento de Estado para
deshacerse de gobiernos incómodos por negarse a obedecer ciegamente las órdenes
de Washington campeaba por todo el continente.
Cuatro décadas más tarde poco o nada ha cambiado. Sustitúyanse los
nombres de los protagonistas en la crisis salvadoreña y reemplácenlos por los
de los actores de la política venezolana de hoy día y las palabras de White -un
hombre sensible y honesto enviado por Carter a San Salvador para retirar el
apoyo yankee a los “escuadrones de la muerte” gestados en Fort Benning y en las
bases norteamericanas en la Zona del Canal de Panamá- ofrecen un vívido retrato
de los planes del imperio para Venezuela.
Hay dos ideas centrales en aquel desgarrador testimonio de White:
primero, “echar abajo la economía”, vía de ataque preferida por Washington para
debilitar a sus adversarios a fin de poder luego asestarles el golpe de gracia.
Como se hizo en Guatemala en 1954, en Cuba desde 1959, con Chile desde la misma
noche en que Salvador Allende triunfó en las elecciones presidenciales de 1970.
A las pocas horas de saberse la noticia un Richard Nixon lívido de ira ordenó a
sus colaboradores que “ni una tuerca ni un tornillo lleguen a Chile” para que
su economía se desplome.
La “guerra económica” es un arma que el imperio utiliza a destajo y sin
escrúpulo alguno. Desde Arbenz para acá cambiaron las modalidades y los
instrumentos de la agresión económica, pero el objetivo estratégico es el
mismo. Y Venezuela lo está padeciendo con inusitada intensidad, agravada por la
nueva orden ejecutiva emitida este 19 de marzo por Donald Trump. El objetivo:
“hundir la economía”, como decía White, y en lenguaje contemporáneo, crear una
“crisis humanitaria” que precipite una intervención extranjera en Venezuela,
comandada por Estados Unidos y secundada por el corrupto y reaccionario Grupo
de Lima, una sarta de inmorales que hundieron a sus pueblos en la miseria y
remataron la soberanía de sus naciones.
La segunda premisa de la desestabilización y derrumbe del Gobierno, en
este caso de Nicolás Maduro, es la violencia. En El Salvador ésta fue obra del
ejército, y sus crímenes y tropelías fueron inenarrables por su sadismo y
crueldad. Los altos funcionarios de Reagan, la embajadora ante la ONU, Jeane
Kirkpatrick y el Secretario de Estado, el General Alexander Haig, justificaron
todo. Desde la violación y asesinato de tres monjas norteamericanas, acusadas
por la hiena Kirkpatrick de ser “activistas del FMLN” y por quien mordiera el
polvo de la derrota y la humillación en Vietnam, Haig, que las llamó ”monjas de
pistola en bandolera” hasta los asesinatos en masa de aldeas campesinas. Por
consiguiente, la justificación y la exaltación que tanto Barack Obama como
Donald Trump hicieran de los bandidos que enlutaron a Venezuela con sus
atrocidades y las guarimbas no es nada nuevo.
A diferencia de lo ocurrido en otras latitudes, en la tierra de Bolívar y
Chávez ese papel represivo lo cumplen los paramilitares y los mercenarios,
reclutados en Colombia por Álvaro Uribe y sus secuaces. ¡Colombia, nada menos!
Un país cuyo Gobierno ha caído en una ciénaga moral al instrumentar la agresión
contra un gobierno como el venezolano que, de la mano de Hugo Chávez, tuvo un
papel decisivo en detener el baño de sangre que enlutaba Colombia por más de
cincuenta años. El pago por tan inmenso gesto de generosidad es convertirse en
cabecera de playa del ataque económico, mediático, político y diplomático
contra el Gobierno venezolano. El veredicto de la historia será implacable
contra Santos y Uribe.
Si trajimos a colación este paralelismo entre la reacción del imperio en
tiempos de Reagan y la de nuestros días en la “era Trump” fue para demostrar
que el proyecto imperial de subordinar a toda América Latina y el Caribe a los
designios de Washington permanece inalterado desde 1823, Doctrina Monroe
mediante. Y que todo lo que la Casa Blanca haga o diga debe ser entendido bajo
esta clave interpretativa. La intensificación del ataque contra la noble
Venezuela bolivariana habla de la desesperación del Gobierno de Estados Unidos
porque todas las tentativas de derribar al Gobierno de Maduro han fracasado. Ni
la guerra económica ni la violencia reaccionaria pudieron con él. Y la
oposición, que con el apoyo del infame Grupo de Lima se desgañitó exigiendo
elecciones ahora no concurre a ellas porque sabe que va a ser derrotada por
enésima vez por el chavismo. Pese a que se le ofrezcan todas las garantías (que
no existen en la inmensa mayoría de los países del área, donde el fraude pre y
post electoral es la norma, como en Honduras o México, para mencionar apenas
los dos casos más espectaculares) y que haya sido el propio Gobierno quien
solicitó a la ONU el envío de una numerosa misión de observadores, la oposición
no acudirá a las urnas para no sufrir una nueva bochornosa derrota. Su apuesta,
impulsada por Estados Unidos, es a la “intervención humanitaria”, que de
producirse -habrá que ver si se animan a ello porque la Venezuela Bolivariana
no está indefensa- provocaría ingentes daños a la población venezolana y una
enorme destrucción de propiedades e infraestructura. Porque, si no aceptan que
sean las elecciones las que decidan quién gobernará en ese país sólo queda
abierta la vía insurreccional apoyada por los paladines mundiales de la
democracia con sede en Washington DC.
Dado lo anterior no es casual que la escalada injerencista de la guerra
económica decretada por Trump tenga lugar al día siguiente del rotundo triunfo
en Rusia de un fiel aliado de Venezuela: Vladimir Putin. Y que coincida también
con la creciente aceptación de la criptomoneda bolivariana, el Petro. Todos
saben que la declinante hegemonía norteamericana tiene como uno de sus pilares
al dólar. Las criptomonedas y el avance del yuan chino están debilitando sin
pausa ese pilar, lo que explica la agresiva respuesta de la Casa Blanca.
El mercado petrolero mundial, antes movilizado exclusivamente en función
del flujo de dólares, ahora lo hace sólo en parte y ya se habla del papel de
los “petroyuanes” como cosa de todos los días. China está obligando a Arabia
Saudita a aceptar sus yuanes como pago de sus exportaciones petroleras, y
varios otros grandes productores, como Rusia, Irán, Venezuela, venden sus
productos en otras monedas que no el dólar. El intercambio comercial entre
China y Japón se realiza en yuanes, lo mismo que el que se produce entre China
y Rusia. Catar entró por la misma variante, lo que precipitó que el Gobierno
estadounidense calificara a ese país como “terrorista”. Libia fue destruida y
Gadafi linchado, entre otras cosas, porque dejó de vender su petróleo en
dólares. Y lo mismo había ocurrido antes con Sadam Hussein, que también optó
por vender el petróleo iraquí en euros. Signos todos de la desesperación de un
imperio que inició su irreversible ocaso y que, por eso, da rienda suelta a
todos sus demonios.
El inmenso ejército imperial no es suficiente para garantizar la
perpetuidad de la hegemonía norteamericana. También se requiere la absoluta
primacía del dólar. Y esto ya va siendo cosa del pasado. Por eso el ataque
interminable contra la Venezuela Bolivariana. Y por eso, hoy más que nunca,
“todos somos Venezuela.”
Nota:
[1] Cf. Oliver Stone y Peter
Kuznick, Historia no oficial de Estados
Unidos (Buenos Aires: El Ateneo, La Feria de los Libros, 2015), p. 630.
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