Pensar
a Benito Juárez hoy, es pensar a México frente al imperialismo, como un país que
ejerce la autodeterminación como garantía de sí mismo, con un gobierno que se
guíe por el respeto de la soberanía nacional y la de otras naciones, y que
respete el derecho de los mexicanos a vivir dignamente.
Cristóbal León Campos /
Especial para Con Nuestra América
Desde
Yucatán, México
Las luchas
de independencia extendidas a lo largo de América Latina en el siglo XIX,
trajeron consigo, cambios en la geografía del poder global. Si bien
significaron la descomposición y desintegración del imperio español, también
fueron importantes para las ambiciones imperialistas de los Estados Unidos, y
para la consolidación de otros imperios como el inglés y el francés. México da
sus primeros pasos como país independiente, en éste marco global, con una
herencia política-económica-cultural colonial que impedía su consolidación como
nuevo Estado-Nación, y que hasta ahora permanece en muchos aspectos vigente.
Por
su parte, Estados Unidos logró en esos mismos años, una rápida evolución
económica, que fue el comienzo de su política expansionista desde las primeras
décadas de su independencia. Este deseo de expandir sus dominios, caracteriza
al gobierno estadounidense desde entonces, y es la causa, de la guerra de 1847
que llevó a México a ser despojado de gran parte de su territorio en el cual
hoy nuestros hermanos latinoamericanos emprenden grandes luchas por su derecho
a vivir en condiciones humanas y dignas, y además, contribuyó dicho despojo,
durante varios años, al incremento de posteriores conflictos políticos internos
sostenidos, principalmente, entre los grupos liberal y conservador que se
disputaban el poder en México.
Estos
acontecimientos son los que van moldeando el pensamiento antiimperialista de
Benito Juárez, el cual, da sus primeras muestras en un discurso pronunció el 29
de octubre de 1847, cuando ejercía el cargo de gobernador de su natal Oaxaca.
Al ser informado de la posibilidad de avance de las tropas yanquis hacia el
territorio de su estado dice: “¿Veremos con frialdad que viles mercenarios
vengan a saquear nuestras casas, […] y a echar sobre nuestro cuello la coyunda
de la servidumbre y de la afrenta? No, oaxaqueños. Resolvámonos a perecer, pero
a perecer con honor y con gloria. Trabajemos día y noche para prepararnos al
combate, y si el enemigo pisare nuestro territorio, hagámosle la guerra sin
descanso, disputémosle palmo a palmo el terreno”.
Es el
Juárez patriota y nacionalista decidido a dar la vida por la defensa nacional,
el que convoca a los oaxaqueños y mexicanos a resistir y emprender la “guerra
necesaria” contra el invasor yanqui, tal como lo hiciera José Martí años más
tarde con los patriotas cubanos frente al imperio español. Ambos ejemplos de
grandeza que se extenderían por los países latinoamericanos y que sería pieza
clave en la generación del pensamiento de nuestros pueblos, un ideal humano
alejado de la arrogancia imperialista.
Las
disputas entre naciones que reubicaron el poder económico a escala mundial,
dieron, paso a paso, una posición de privilegio a los Estados Unidos, quien
bajo la “justificación” demagógica de la “Doctrina Monroe” cuyo fundamento es
“América para los americanos”, se adjudicó la tutela de los países del
continente, oponiéndose abiertamente a toda intención europea de restablecer su
dominio en cualquiera de sus antiguas colonias americanas, y bajo la cual
fundamentó su intervención en Cuba, de donde saldría hasta el triunfo de la
revolución el primero de enero de 1959.
En
los tiempos posteriores a la invasión, México albergó una serie de disputas por
el poder entre los liberales y los conservadores que duraron varios años, cuyo
punto neurálgico fue la Guerra de Reforma. Durante esta época, las clases bajas
de México, vivían en condiciones de explotación, marginación, desigualdad e
injusticia, y que a pesar de todas las formas de gobierno experimentadas en el
historia de nuestro país, estas condiciones permanecen hasta nuestros días, e
incluso, se han incrementado y agudizando.
A
raíz del término de la Guerra de Reforma, el triunfo liberal, y la
consolidación de Juárez como presidente de la República, las fracciones
ultraconservadoras del país recurrieron con el fin de cumplir con sus objetivos
de derrocar al gobierno liberal a las potencias extranjeras que se disputaban
el control de la economía mundial, garantizándoles la sumisión de la población
mexicana, y la entrega absoluta del país.
Para
tal empresa retrógrada, se unieron Francia, Inglaterra y España, en la Triple
Alianza, amenazando al gobierno de México con la invasión militar bajo el
pretexto del reclamo de los pagos de la deuda externa que Juárez había derogado
tiempo antes. México estaba otra vez frente al peligro de ser convertido en
súbdito de los mandatos de un imperio. Situación que Carlos Marx en un artículo
titilado “La intervención en México” denominó como “…una de las empresas más
monstruosas jamás registrada en los anales de la historia internacional”.
No
obstante de que no fue la Triple Alianza la que invadió militarmente México
debido a la declaración de neutralidad de España e Inglaterra, fue Francia la
que no reparó en sus intereses. En 1862 comenzó a irrumpir en el país con el
objetivo de establecer una monarquía subordinada a su servicio.
Fue
la segunda vez que Juárez se enfrentó a una invasión imperialista, pero ahora,
lo hacía como presidente de la república, condición que utilizó para buscar el
apoyo de los Estados Unidos para la defensa nacional. Pero este país se
encontraba sumido en una Guerra Civil que le impedía hacer frente a las
potencias europeas, por lo que únicamente aportó mediante un discurso ambiguo
su apoyo moral a México, y una práctica contradictoria comercializando armas a
los franceses, tal como señalan Josefina Zoraida Vázquez y Lorenzo Meyer en el
libro México frente a los Estados Unidos.
(Un ensayo histórico 1776-1988).
Ante
la situación apremiante por la invasión, el 12 de abril de 1862, Benito Juárez
llamó en un Manifiesto a la defensa de la independencia nacional: “Mexicanos:
El supremo Magistrado de la Nación, libremente elegido por vuestros sufragios,
os invita a secundar sus esfuerzos en la defensa de la independencia; cuenta
para ello con todos vuestros recursos, con toda vuestra sangre y está seguro de
que, siguiendo los consejos del patriotismo, podremos consolidar la obra de
nuestros padres”.
La
invasión francesa duró casi cinco años, en los cuales y por ningún momento, el
presidente mexicano flaqueó en la defensa de la independencia nacional, a pesar
de que durante un breve periodo el invasor Maximiliano pudo establecer un
gobierno monárquico y comenzar a dibujar sus políticas. La grandeza de la decisión
juarista de no reparar en la lucha hasta la victoria o hasta la muerte, le
valió a México recuperar su soberanía.
Agobiado
por la circunstancia extrema de la invasión, Juárez se vio en la necesidad
(como todos los mexicanos patriotas) de recurrir a la guerra, durante el tiempo
de amenaza francesa hizo diferentes llamados a la defensa nacional, al igual
que lo hizo durante la invasión yanqui de 1847. A pesar de esto, su pensamiento
nunca se nutrió de la idea de utilizar la violencia como medio para conseguir
los objetivos políticos que perseguía, esto queda demostrado en la misma
declaración -del 12 de abril del 1862-, en ella aboga por el agotamiento de
todas la instancias para llegar a un acuerdo con los países europeos y, en
particular, con Francia cuando dice: “El gobierno de la república, dispuesto
siempre y dispuesto todavía, solemnemente lo declaro, a agotar todos los medios
conciliatorios y honrosos de un advenimiento”. Es la guerra necesaria la que
Juárez emprendió, misma que todas las naciones del mundo reivindican en
situaciones extremas de opresión y amenaza a sus soberanías.
La
confianza puesta en el agotamiento de todos los medios antes de la utilización
de la violencia, la puso también en la justa lucha que desarrolló en todos sus
años de político contra los ultraconservadores, quienes buscaron por diferentes
vías y en diferentes momentos alejarlo del poder. Justamente son esos grupos
ultraconservadores los que traicionarían a la Patria apoyando a Maximiliano,
perjuros a quienes dio una muestra clara de su humanismo pacifista al
perdonarles la vida a un gran número de ellos.
El
“Benemérito de las Américas” aplicó la política que consideró más adecuada para
la defensa del territorio nacional. Jamás espero a ciegas el apoyo ni pactó por
él en detrimento de la soberanía del país, Juárez como estadista, supo pedir
sin esperar y actuar sin entregarse nunca a los designios de otra nación.
Siempre abogó por una relación pacífica de las naciones y por un respeto a las
decisiones políticas internas emanadas de ellas, tal como lo manifiesta una de
las máximas de su pensamiento que expresó el 15 de julio de 1867 al retornar a
la ciudad de México después de haber derrotado al imperio francés y volver a
sus funciones de presidente de la república: “Entre los individuos, como entre
las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”.
Respeto
a las decisiones emanadas por la fuerza popular que compone cada uno de los
diferentes países del mundo es el que violentan los imperios, es el que buscan
pisotear para imponer sus dediciones políticas y económicas con el único
objetivo de conseguir beneficio y poder. Así lo supo Juárez, así lo sufrió
México durante el Segundo Imperio, y así lo han sufrido muchos pueblos del
mundo. Esta actitud imperial de las potencias económicas es la que llevó a gran
parte del mundo a verse envuelta en dos grandes guerras que sólo trajeron como
resultado la muerte de millones de seres humanos mediante la imposición de unos
y la sumisión de otros.
La
máxima del “Benemérito” sobre la libertad que tienen las naciones de elegir sus
gobiernos libremente es comparable, hasta cierto punto, con lo expresado por
Lenin en su libro El derecho de las
naciones a la autodeterminación, quien define la autodeterminación como la
“separación estatal de las colectividades nacionales extrañas”, es decir, el
momento en que un pueblo establece su Estado-Nacional de forma totalmente
independiente.
El
pensamiento nacionalista y antiimperialista de Juárez no se ve expresado
únicamente en la defensa del territorio nacional, sino que se manifiesta en un
apoyo declarado a la lucha independentista del pueblo cubano contra los rezagos
del imperio español, y llevado al máximo grado, cuando escribe una carta, el 18
de diciembre de 1870 a su amigo Joaquín, quien se encontraba sirviendo a la
legión formada por extranjeros para la defensa de la república de Francia, en
la que expresa su convicción de que la lucha emprendida por el pueblo francés
contra la invasión de la “Confederación de Alemania del norte” es justa y
necesaria. Misiva que además ejemplifica el profundo respeto que sentía por la
democracia, pues esta batalla, como la realizada por los mexicanos contra
Maximiliano, fue por la defensa de la soberanía y del derecho popular de elegir
el tipo de gobierno que cada pueblo desee.
Nunca
será lo mismo apoyar y financiar el derrocamiento de un gobierno nacional con
la intención de imponer otro conveniente a intereses particulares, tal y como
lo han hecho los imperios a lo largo de la historia humana, que el apoyar la
decisión democrática de un pueblo cuando resuelve derrocar por sus propias
manos a un gobierno que no lo representa y que lo oprime.
Benito
Juárez nos enseñó a través de su praxis política la necesidad de luchar contra
los deseos del imperialismo, al mismo tiempo que nos enseñó a respetar las
decisiones del pueblo y a procurar la autodeterminación de las naciones. Nos
mostró la urgencia de apoyar las luchas democráticas y populares que se
desarrollan a lo largo y ancho del mundo.
Hoy,
a más de doscientos años de su nacimiento, los Estados Unidos se han
constituido como el imperio que azota a los pueblos del mundo. País que desde
su formación mostró su cara imperial, perfeccionada durante finales del siglo
XIX, todo el XX, y ahora en las primeras décadas del XXI, poniendo y
disponiendo de gobiernos en diferentes países y diferentes latitudes del mundo.
Imperio que se vale de los lamentables excusas para auto-nombrarse guía y
protector de la “democracia” y la “libertad” (léase libre mercado y subordinación
política), y que ha dispuesto mediante violaciones a los acuerdos
internacionales intervenir militarmente en todos los continentes de la tierra.
Nuestro
país, aunque no vive una intervención militar por parte del imperio yanqui, sí
vive en franca sumisión político-económica desde los años ochenta del siglo
pasado, recrudecida en los últimos sexenios. La celebración de tratados
económicos que benefician a los productores extranjeros y a unos cuantos
burgueses mexicanos; la venta desmedida y la explotación irracional de los
recursos naturales; el incremento de las políticas neoliberales que han
agudizado el deterioro del nivel de vida de las clases bajas de la sociedad
mexicana; la venta de las principales industrias del país; la apertura total a la
inversión extranjera como supuesto remedio del rezago y una entrega a la
política imperial estadounidense, son las características principales de los
últimos gobiernos en nuestra patria.
Por
todo esto, pensar a Juárez hoy, es pensar a México frente al imperialismo, como
un país que ejerce la autodeterminación como garantía de sí mismo, con un
gobierno que se guíe por el respeto de la soberanía nacional y la de otras
naciones, y que respete el derecho de los mexicanos a vivir dignamente. Pensar
a Juárez en la actualidad, es pensar en otro México, uno verdaderamente
democrático, justo e igualitario, con una fuerte convicción en la defensa de la
soberanía nacional.
Integrante del Colectivo Disyuntivas
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