En nuestra sociedad confluyen tanto legados de
formaciones sociales anteriores a la Conquista europea, como de las implantadas
a partir de esa Conquista. Por lo mismo, es muy importante entender cómo esos
legados se articulan en torno a – y para – la formación dominante en nuestro
tiempo.
Guillermo Castro H. /
Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
Para Harry
Vanden, al Sur del Norte
En 1859, a
once años del Manifiesto Comunista, Marx dio a conocer su Contribución
a la Crítica de la Economía Política, en cuyo Prólogo sintetiza en 525
palabras el estado de desarrollo de la filosofía de la praxis cuando aún
faltaban ocho para la publicación del primer tomo de El Capital.[1]
Allí se refiere al resultado de sus estudios preliminares, que serviría de
“hilo conductor” a su labor de investigación. Ese hilo tiene al menos siete
hebras.
La primera de ellas nos dice que
“en la producción social de su vida los hombres establecen determinadas
relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción
que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas
productivas materiales.” La segunda agrega que el conjunto de estas relaciones
de producción “forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre
la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden
determinadas formas de conciencia social.” Y la tercera añade un postulado que
es hoy quizás más importante que nunca: el modo de producción de la vida
material dice, condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual
en general. “No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por
el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia.”
Las
siguientes tres hebras se refieren a los procesos de formación y transformación
de la estructura general así definida. Así, la cuarta advierte que al llegar a
una fase determinada de desarrollo “las fuerzas productivas materiales de la
sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes”,
con lo cual “se abre así una época de revolución social.” Y la quinta nos dice
que el cambio de la base económica acarrea que “toda la inmensa superestructura
erigida sobre ella” se transforme “más o menos rápidamente”.
Dada la complejidad de ese proceso, Marx
advierte que en esas transformaciones “hay que distinguir siempre entre los
cambios materiales ocurridos en las condiciones económicas de producción y que
pueden apreciarse con la exactitud propia de las ciencias naturales, y las
formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas,” esto es,
“las formas ideológicas en que los hombres adquieren conciencia de este
conflicto y luchan por resolverlo.” Y desde esa advertencia plantea la sexta y
penúltima hebra del hilo: ninguna formación social, nos dice, “desaparece antes
de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y
jamás aparecen nuevas y más elevadas relaciones de producción antes de que las
condiciones materiales para su existencia hayan madurado dentro de la propia
sociedad antigua.” De allí que la humanidad se proponga “únicamente los
objetivos que puede alcanzar,” en cuanto “estos objetivos sólo surgen cuando ya
se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su
realización.”
La séptima hebra, por último, refiere el hilo
conductor a las grandes “épocas de progreso”: en primer término, “el modo de
producción asiático”, seguido por “el antiguo, el feudal y el moderno burgués.”
A este último le atribuye constituir “la última forma antagónica del proceso
social de producción […] que proviene de las condiciones sociales de vida de
los individuos.” Y asigna a ese modo de producción un significado histórico de
primera magnitud: “las fuerzas productivas que se desarrollan en la sociedad
burguesa”, dice, “brindan, al mismo tiempo, las condiciones materiales para la
solución de este antagonismo. Con esta formación social se cierra, por lo
tanto, la prehistoria de la sociedad humana.”
Todo esto ha tenido una importancia relevante en el
debate en torno a la filosofía de la praxis en nuestra América. La afirmación
de que ninguna formación social desaparece antes de que se hayan madurado en
ella las condiciones materiales necesarias, y de que por eso la
humanidad se proponga tan solo los objetivos que puede alcanzar en la medida en
que ya existen o al menos se están gestando las condiciones materiales para su
realización, ha tenido especial importancia en este debate.
Esas condiciones materiales, por ejemplo, ¿incluyen
la capacidad de las ideas para transformarse en una fuerza material capaz de
alterar el curso de la historia en la medida en que arraigan en la conciencia
de las mayorías sociales y orientan sus conductas más allá de la mera
reproducción del orden existente? En países como Panamá es difícil plantear
esta pregunta en la medida en que lo que sabemos de nuestra historia no va
mucho más allá de su dimensión política. Y esto es tanto más grave cuando
atravesamos desde hace un cuarto de siglo por un complejo proceso de transición
gestado a partir de la integración del Canal a nuestra economía interna, pero
no contamos con los elementos de juicio necesarios siquiera para imaginar con
un sustento adecuado las opciones que esa transición nos presenta.
En este
terreno, las simplificaciones pueden ser tan estériles como peligrosas. Así,
por ejemplo, la noción abstracta de modo de producción sólo puede ser tornada
en realidad concreta historizando su origen y sus modalidades de desarrollo.
Así, en nuestra sociedad confluyen tanto legados de formaciones sociales
anteriores a la Conquista europea, como de las implantadas a partir de esa
Conquista. Por lo mismo, es muy importante entender cómo esos legados se
articulan en torno a – y para – la formación dominante en nuestro tiempo, si
deseamos preguntarnos en qué sentido cabe afirmar que nuestra sociedad hace
parte de “la prehistoria de la sociedad humana”, y en qué y cómo puede
contribuir a la superación de ese carácter en todas y cada una de sus
dimensiones.
En la América nuestra, el debate en torno a
este hilo y sus hebras fue planteado ya en la década de 1920 en la obra de José
Carlos Mariátegui, que supo ver cómo en nuestro origen se enfrentan y se
articulan algunas de las formas más complejas de aquel modo de producción
asiático – como lo que llamara el “comunismo incaico” [2] – y otras, ya decadentes entonces, de un
feudalismo que en su descomposición abría camino para hacer de la península
Ibérica una semiperiferia del capitalismo naciente en la Europa Noratlántica.
Fue desde allí que planteó en 1928 que el socialismo no era en su origen “una
doctrina indoamericana” - ni por otra parte “ninguna doctrina, ningún sistema
contemporáneo lo es ni puede serlo -, pues se trataba de un “movimiento
mundial” del cual no se sustraía “ninguno de los países que se mueven dentro de
la órbita de la civilización occidental.”
Lo realmente importante era, aquí, que esa
civilización conducía “con una fuerza y unos medios de que ninguna civilización
dispuso, a la universalidad. Indoamérica en este orden mundial, puede y debe
tener individualidad y estilo; pero no una cultura ni un sino particulares. Y a
esto añadió su colofón famoso: que el socialismo en la América nuestra no podía
ser “calco y copia”, sino que, por el contrario,
Debe ser creación heróica. Tenemos que dar vida,
con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo
indoamericano. He aquí una misión digna de una generación nueva.[3]
Y, tras confesar “sin escúpulo” que “nos sentimos
en los dominios de lo temporal, de lo histórico, y que no tenemos ninguna
intención de abandonarlos”, agregó
El materialismo socialista encierra todas las
posibilidades de ascención espiritual, ética y filosófica. Y nunca nos sentimos
más rabiosa y eficaz y religiosamente idealistas que al asentar bien la idea y
los pies en la materia.
Tal el
hilo, tal el destino al que nos conduce en el laberinto de la crisis de la
civilización que conocemos. Tal la tarea, también: tejer en un destino común a
todos los pueblos de nuestra América, y a la Humanidad entera, con la idea y
los pies bien asentados en la materia de nuestro quehacer.
Panamá, 5 de marzo de
2018
NOTAS:
[1] Marx, Karl: Prólogo a la Contribución
a la Crítica de la Economía Política http://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/criteconpol.htm
[2] “El socialismo[…] está en la tradición
americana. La más avanzada organización comunista, primitiva, que registra la
historia, es la incaica.”
[3] Mariátegui, José Carlos: “Aniversario
y balance”. Amauta Año III, No 17. Lima, setiembre de 1928. Y agregó
además: “La revolución latinoamericana será nada más y nada
menos que una etapa, una fase de la revolución mundial. Será simple y puramente
la revolución socialista. A esta palabra agregad, según los casos, todos los
adjetivos que queráis: "antiimperialista", "agrarista",
"nacionalista-revolucionaria". El socialismo los supone, los
antecede, los abarca a todos.” https://www.marxists.org/espanol/mariateg/1928/sep/aniv.htm
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