Juan J. Paz y Miño
Cepeda / Firmas Selectas de Prensa Latina
El historiador marxista británico Eric Hobsbawm (1917-2012) demostró los
limitados conocimientos que tuvieron Marx y Engels sobre América Latina, así
como la escasez de fuentes documentales a las que se enfrentaron. A Marx le
interesó el estudio del capitalismo como modo de producción y, por tanto, era
obvio que se concentrara en investigar a Europa, y particularmente Inglaterra,
cuna de la revolución industrial. De
allí que sus referencias sobre América Latina, con sociedades precapitalistas y
alejadas de sus estudios, frecuentemente tengan errores históricos, pero sobre
todo conceptuales.
Además, Marx siempre estuvo marcado por la filosofía de G.W.F. Hegel
(1770-1831), cuya concepción del Estado, como absoluto, lo condujo a apreciar
como pueblos con historia aquellos que tenían Estado, y pueblos sin historia
los que carecían de él como realización de la libertad del espíritu.
De manera que, para Hegel, América no entraba en la historia universal y
mucho menos lo que hoy es nuestra América Latina, con sociedades que no eran
más que pura geografía sin Estado, donde no existía el “sentimiento de su
propia estimación” y donde lo que sucede es un mero “eco del viejo mundo” y el
“reflejo de vida ajena”. También Pedro Scaron, quien preparó hace años un
importante libro de escritos de Marx y Engels sobre América Latina (1972),
advirtió que Marx tuvo una visión eurocéntrica sobre la región y que, además,
la conocía poco.
En este contexto teórico e histórico se inserta la biografía sobre Simón
Bolívar, que Marx preparó en 1858 para el tomo III de The
New American Cyclopedia. Para ella sirvieron de fuentes fundamentales las obras de
Hippisley, Ducoudray-Holstein y las memorias del general Miller. Las dos
primeras desprestigiaban al Libertador y la última respondía a los intereses
británicos.
De modo que Marx resalta la trayectoria militar de Bolívar, aunque deformada y errada. Y en cartas a Engels llega a decir: “Hubiera sido pasarse de la raya querer presentar como Napoleón I al canalla más cobarde, brutal y miserable. Bolívar es el verdadero Soulouque”; y años después repite: “La fuerza creadora de mitos, característicos de la fantasía popular, en todas las épocas ha probado su eficacia inventando grandes hombres. El ejemplo, más notable de este tipo es, sin duda, el de Simón Bolívar”.
Pese al avance de las investigaciones históricas desde la época de Marx, el dogmatismo que largamente existió sobre su teoría, condujo incluso a que un antiguo texto de Historia de América Latina (hoy raro y prácticamente desconocido), publicado por académicos de la ex Unión Soviética (URSS) en la década de los años 30 del siglo XX, todavía reprodujera esos criterios de Marx en la sección que estudia el proceso independentista.
Pero volviendo a Marx, cabe señalar que su visión era común a la
intelectualidad europea de aquella mitad del siglo XIX, pues la lucha por la
independencia latinoamericana fue apreciada como una revuelta casi de pueblos
“salvajes” contra la benefactora acción “civilizatoria” de la Europa
colonialista. La figura de Bolívar despertó pasiones y miradas subjetivas,
porque lucía a caudillo con sueños de grandeza, que quería parecerse a
Napoleón. Era apreciado como un aristócrata criollo ávido de poder; y la
independencia como un proceso de oligarquías que finalmente construyó Estados
republicanos a su servicio, sin solucionar para nada la situación de los
pueblos sometidos.
Pero no se crea que esa visión era solo europea. Hasta hoy, pese a los
avances de la historia y las ciencias sociales, hay latinoamericanos que
tampoco han comprendido el proceso independentista de la región, el papel de
los criollos en ella y el significado histórico de esa gesta.
Para seguir los conceptos marxistas, la independencia de América Latina
se insertó en la era de las revoluciones burguesas, pero no fue una revolución
burguesa. Con mayor exactitud, fue un proceso de ruptura contra el coloniaje,
en los albores del capitalismo. Solo este hecho hace de la independencia un
acontecimiento mundial, porque América Latina fue la región que inauguró el fin
del colonialismo en el mundo, un proceso que Asia y África recién lograrán en la
segunda mitad del siglo XX.
La lucha anticolonial latinoamericana fue encabezada por criollos, entre
los que hubo aristócratas, intelectuales, incipientes políticos, militares,
propietarios terratenientes y comerciantes. No había industriales ni banqueros
locales, en regiones absolutamente precapitalistas. Los próceres y patriotas
fueron la conciencia histórica del momento.
Los intelectuales y políticos movilizaron conceptos claves: libertad,
independencia, soberanía, republicanismo, constitucionalismo. Los militares y
líderes como Bolívar, quien tenía una seria formación intelectual y política en
los principios ilustrados y liberales nacidos con la Revolución Francesa
(1789), dirigieron la lucha armada.
Sectores de la oligarquía terrateniente y comercial aportaron recursos.
Y a todas esas capas se sumaron sectores populares, como los barrios de Quito
en la Revolución de 1809, pionera en América Latina junto a las revoluciones de
Chuquisaca y La Paz; pero también se sumaron trabajadores rurales e indígenas,
por más que la división en estos niveles igualmente fue notoria porque hubo
colectividades que apoyaron a las autoridades coloniales. Solo Haití hizo una
auténtica revolución popular con mulatos y esclavos en 1804, para constituirse
así en el primer país del mundo en obtener la independencia tras vencer al
colonialismo francés.
La independencia fue una gran movilizadora de masas, que recogió el
legado de luchas sociales de resistencia contra el coloniaje venidas desde el
siglo XVI. La elite intelectual y política no solo pensó en un proyecto
emancipador anticolonial, sino en reformas que permitieran superar el estado de
postración humana de los trabajadores urbanos, los campesinos, los indígenas y
los esclavos, a quienes Bolívar liberó durante sus campañas. Precisamente el
reformismo social ilustrado, que fue común entre próceres y patriotas (valdría
resaltar a Francisco de Miranda en Venezuela, Antonio Nariño en Colombia y
Eugenio Espejo en Ecuador) es el que asustaba a los poderosos propietarios terratenientes
y comerciantes.
De modo que, una vez lograda la independencia, esos sectores de
independentistas y reformistas sociales (además civiles) fueron desplazados y
marginados de los nuevos poderes, que pasaron a ser ocupados por jefes y
soldados promovidos por las guerras emancipadoras (varios de ellos fueron los
primeros presidentes de las nacientes repúblicas, como Juan José Flores en
Ecuador), ahora aliados con la oligarquía terrateniente-comercial. Solo
entonces tuvo sentido la frase proclamada en plena Gran Colombia: “Último día
de despotismo y primero de lo mismo”.
La postergación humana en la que quedaron los esclavos, así como el
campesinado, los indígenas y los trabajadores urbanos en la época
post-independentista de América Latina, fue obra de las repúblicas
oligárquicas. Y, además, desde el nacimiento de esas repúblicas se inició, a su
vez, un nuevo proceso político: el de la lucha social contra el régimen
oligárquico-terrateniente instaurado por los antiguos criollos de la vieja
clase dominante colonial, un proceso que durará hasta bien entrado el siglo XX.
Bolívar y la independencia constituyen un motivo de orgullo
latinoamericano, precisamente por expresar la lucha histórica de la región
contra el colonialismo, un paso emancipador en la era del capitalismo. La
celebración de los diversos bicentenarios independentistas en los países
latinoamericanos -que se ha cumplido
desde 2009 y que se desarrollará todavía al menos hasta 2024 (exceptuando a
Cuba y Puerto Rico, (independientes en 1898) cuando se recuerde las batallas de
Junín y Ayacucho que terminaron las guerras con la liberación de Perú y
Bolivia- continúa siendo una oportunidad para afirmar la memoria social de
América Latina en torno a su propia historia, distinta a la europea, en la que
procesos como el de la Independencia dan sentido al camino liberador de la
región.
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