El resultado de las elecciones del
próximo 1 de abril determinará el rumbo que esta guerra cultural asuma, o del
exacerbamiento, si gana el candidato neopentescal, o de atemperamiento aunque
no de su desaparición, si gana su oponente.
Rafael
Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
Fabricio Alvarado y Carlos Alvarado: aspirantes a la presidencia de Costa Rica. |
Las elecciones que tendrán lugar
en Costa Rica el próximo 1 de abril han desatado una verdadera guerra cultural.
Dos países encerrados entre las mismas fronteras se enfrentan con una
virulencia que, tal vez, solo tenga parangón con lo vivido en los años 40,
cuando la contraposición llegó hasta llevar la sangre al río, desatando una
corta pero intensa guerra civil. Las
nuevas generaciones, sin embargo, no tienen memoria de nada parecido,
sobre todo porque la memoria oficial ha sabido tapar los hechos violentos de
entonces, y se ha entronizado una visión idílica del ser costarricense.
Tal vez precisamente por eso, es
decir, por la benigna autosatisfacción con la que se han visto a sí mismos, los
costarricenses viven este enfrentamiento con sorpresa y angustia. Aunque, a
decir, verdad, los que lo viven de esta forma no son todos, sino aquel tercio
de la población que, viviendo en la aglomeración urbana central del país,
teniendo mayor acceso a educación, bienes y servicios culturales, se han
“modernizado” a tono con los tiempos.
Este tercio preponderantemente
urbano, moderno y ahora angustiado, sobre el cual aún es efectiva la
legitimidad ideológica que se forjó a partir de la antes mencionada guerra
civil de mediados del siglo XX, se forjó un imaginario sobre el país y ellos
mismos próximo al de un enorme parque de diversiones tropical, de goce y
felicidad perpetua.
Ha sido esta una fantasía poderosa,
bien cimentada originalmente en políticas estatales de tome y daca, es decir,
de ofrecer y dar beneficios a cambio de legitimidad, que sin embargo se fue
erosionando paulatinamente desde los años 80, acumulando desencuentros y contradicciones que solo
esperaban el detonante para explotar como lo hacen ahora.
El otro tercio de la población
tica, la que se fue desencantando del canto de sirenas con el que “los
modernos” seguían danzando, forma un variopinto “aglomerado indigesto” en el
que se mezcla la marginación y el desencanto,
por un lado, con la impaciencia y la voracidad, por otro. Los primeros han
perdido la esperanza porque hasta ellos no llegó “el rebalse” que los
neoliberales prometieron que se derramaría sobre ellos desde las alturas de los
ganadores del modelo. Abandonados a su suerte, poco les dicen los eslóganes en
los que frívolamente se concentra y expresa la “marca país” de los modernos. En
los precarios barrios en donde corren por media calle las aguas negras de la
comunidad, hicieron su festín las iglesias neopentecostales. Éstas llegaron
para quedarse hace ya más de cuarenta años, cuando Centroamérica hervía en
medio de guerras de insurrección popular en las que los cristianos, respaldados
por la Teología de la Liberación, ponían en jaque el sistema de dominación
apoyado económica y militarmente por los Estados Unidos.
Pero a ellos se suman otros,
también ganados por el universo neopentecostal. Son los que pueden catalogarse
como producto puro engendrado por el sentido común neoliberal; los que
crecieron formados por las universidades privadas (que hoy gradúan al 67% de
los profesionales del país), los que se tragaron el cuento del
“emprendedurismo”, del self made man,
del quítate del frente que aquí voy yo. A estos, el neopentecostalismo les
tenía también preparada su receta: el de la Teología de la Prosperidad, que
entiende a Dios como mercachifle: “dame que yo te doy, hagamos negocio”.
El otro tercio de costarricenses
dicen que no votarán, pero no por ello están marginados en esta guerra. Estos
también están decepcionados pero prefieren volverle la espalda a todo y
marginarse con expresión de asco en la cara. Es una sociedad en crisis.
La guerra cultural ha sido
declarada en Costa Rica, después del crecimiento larvado durante las últimas
décadas, de las condiciones para que esto sucediera.
El resultado de las elecciones del
próximo 1 de abril determinará el rumbo que esta guerra asuma, o del
exacerbamiento, si gana el candidato neopentescal, o de atemperamiento aunque
no de su desaparición, si gana su oponente.
En esas está Costa Rica,
expectante.
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