Trump está cambiando el
mundo. Tiene músculo militar y económico. El poderío de las armas que posee el
arsenal de EEUU le da ventajas. La riqueza que posee alrededor del mundo le da
resultados que todos envidian. Los observadores de las políticas del presidente
Trump en el escenario mundial se hacen dos preguntas: ¿Qué hay detrás de Trump?
¿Tiene un objetivo estratégico?
Marco A. Gandásegui, hijo / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
En enero de 2018 el
presidente de EEUU, Donald Trump, cumplió su primer año en la Casa Blanca. El
impacto de su gestión ha sido significativo en varios planos. Queremos centrar
nuestra atención en tres áreas. En primer lugar, analizaremos el significado de
los cambios introducidos por Trump en la política exterior de EEUU. Por un
lado, la política económica que abandona la globalización. Por el otro, el
manejo de las fuerzas armadas a escala mundial. En segundo lugar analizaremos
la política interna – reforma fiscal asimétrica, represión de las llamadas
‘minorías’ y la política de migración – que le ha dado un nuevo perfil a
sectores de las capas medias y de la clase obrera. Por último, las relaciones
entre EEUU y América latina. La llegada del nuevo inquilino en la Casa Blanca
coincide con la ‘ola conservadora’ que atraviesa la región latinoamericana.
Capitalismo y geopolítica
Trump está cambiando el
mundo. Tiene músculo militar y económico. El poderío de las armas que posee el
arsenal de EEUU le da ventajas. La riqueza que posee alrededor del mundo le da
resultados que todos envidian. Los observadores de las políticas del presidente
Trump en el escenario mundial se hacen dos preguntas: ¿Qué hay detrás de Trump?
¿Tiene un objetivo estratégico?
En los últimos 40 años,
el ‘establishment’ de EEUU y sus aliados (Europa occidental y Japón) se han
movido hacia la construcción de lo que
llaman un “Nuevo Orden Global”. Este movimiento lento pero seguro según sus
arquitectos en las altas finanzas y en la banca es una respuesta necesaria ante
el estancamiento de las tasas de crecimiento económico y la débil acumulación
capitalista (inversiones).
El reordenamiento
consiste básicamente en la redistribución de las responsabilidades que han
caracterizado a las diferentes regiones en el mundo colonial e imperial de los
últimos siglos. Es un cambio en la relación entre el centro del sistema
capitalista y la periferia. El centro crece en la medida en que se alimenta de
la periferia. La crisis del siglo XX determinó que el centro (que siempre
cambia) tenía que profundizar la extracción de mas riquezas de la periferia. A
mediano y largo plazos, la periferia tiene que aumentar su productividad y el
centro tiene que extraer una porción más significativa de esa producción.
La ‘globalización’ favorece a los grandes capitales concentrados
en corporaciones gigantes. Sus intereses monopolizan la producción, la
distribución (transporte y medios de comunicación) y las nuevas tecnologías. En
sus planes está contemplado sumar las corporaciones que han surgido en China
Popular y pensaban hacer igual con Rusia. El ‘establishment’ tiene sus dudas
sobre Pekín: su origen revolucionario muy reciente y su lealtad al Estado
chino. Con Rusia la situación es aún
menos segura por el nacionalismo (de mercado) de los gobiernos de Putin.
Trump tiene un proyecto
que rompe con la estrategia globalizante. Propone un proyecto que mantiene a
los capitalistas de EEUU a la cabeza del sistema interestatal (anti-global). El
proyecto subordina a sus aliados, la ONU y pone fin a los tratados comerciales.
Además, trata como ‘adversarios’ a China y Rusia.
Durante su campaña en
2016, Trump trató a China en forma despectiva. En cambio, se acercaba a Moscú.
En cambio el ‘establishment’ veía a China como un amigo potencial y a Rusia
como enemigo. El ‘establishment’ siempre ha visto a Trump con sospecha. Por un
lado, su estilo desgreñado y arrogante. Por el otro, sus propuestas
‘nacionalistas’ que supuestamente
privilegian a los capitalistas que invierten en EEUU. Trump alega que los
‘nacionalistas’ compiten en desventaja contra el sector dominante del ‘establishment’.
Por esta misma razón considera que los tratados comerciales son contrarios a
los intereses nacionales.
El gobierno de Trump
publicó recientemente dos documentos con los lineamientos estratégicos para la Seguridad y para la Defensa del
capitalismo norteamericano, respectivamente. La Estrategia para la Seguridad
Nacional (ESN) augura problemas con “la re-emergencia de la rivalidad
estratégica a largo plazo por quienes clasifica como potencias revisionistas”.
La Estrategia para la Defensa Nacional (EDN) señala que “la rivalidad inter-estatal,
no el terrorismo, es ahora nuestra preocupación principal en cuanto a la
seguridad nacional de EEUU”.
Trump es la otra cara
de la misma moneda. Es decir, de la misma oligarquía (establishment) que lucha
por no perder su dominio sobre la
economía mundial. Representa una facción del capital norteamericano que rechaza
la idea de ser parte de un mundo globalizado. Quiere mantenerse como ‘primero
entre pares’ (“America First”). Quiere regresar a un pasado idílico para
garantizar la grandeza de EEUU (“Let’s Make America Great Again”).
Trump entre la oligarquía y la resistencia popular
El
sistema capitalista mundial tiene como característica central la lucha de
clases. En la medida en que el sistema se expande incorpora a más trabajadores
en las relaciones de producción que generan crecientes ganancias y acumulación
incesante. Al mismo tiempo, genera resistencia y conflictos. Otra
característica del sistema capitalista es la aparición de Estados (con
definición territorial) al servicio de la acumulación capitalista. La dirección
de los Estados, en manos de burguesías nacionales, compiten por acaparar los
recursos naturales, las fuerzas productivas y las rutas comerciales. En el caso
de EEUU, después de la segunda guerra mundial asumió la hegemonía mundial
sometiendo a los demás Estados a sus intereses de expansión global.
Los dos conflictos son concomitantes: La lucha de
clases y las guerras entre Estados. Para mantener su hegemonía, EEUU tiene
dificultades en tres planos distintos, relacionados con los conflictos que
emergen de la expansión capitalista. En primer lugar, EEUU compite con otros
Estados por la hegemonía. Para los teóricos marxistas, se refiere a la teoría
del imperialismo. Para otros es el estudio de la geopolítica. Los indicadores
de ambos enfoques señalan que la hegemonía norteamericana se debilita. Segundo,
la lucha de clases a escala mundial tiende a agudizarse. Prueba de ello las
constantes rebeliones de los trabajadores en todos los continentes del planeta.
El tercer plano es lo que se refiere a la lucha de clases a lo interno de EEUU.
A este punto nos referiremos a continuación.
En
un año el presidente Trump ha tratado, con éxito relativo, de cumplir con sus
propuestas electorales de campaña. Logró nombrar una cantidad significativa de
jueces conservadores en el sistema judicial. Aprobó una reforma fiscal que
redujo los impuestos a las grandes corporaciones y a los multimillonarios. Va
en camino de aumentar el presupuesto militar en un 10 por ciento (70 mil
millones de dólares). Por otro lado, no ha podido acabar con el programa de
salud de su predecesor ni con las políticas migratorias. En 2018 promete dar
inicio a las inversiones de trillones de dólares en la construcción de
infraestructura en todo el país.
La
reforma tributaria mantiene en línea a sus aliados más estrechos: La clase de
los rentistas y empresarios millonarios. Más difícil será cumplir con sus
promesas “populistas” de generar más empleo, frenar la inmigración de nuevos
trabajadores y desmontar las regulaciones a las inversiones no sustentables.
Cuando
llegó Trump a la Casa Blanca, hace poco más de un año, se encontró con un país
con serios problemas. Aún tiene una economía estancada, un sistema político que
tiene que refundarse y una cultura que cada vez es más excluyente. La sociedad
norteamericana ha sido sacudida por una guerra civil, depresiones económicas,
la exterminación de pueblos indígenas y un sistema que discrimina violentamente
a sectores sociales por su origen étnico y de clase. El Estado norteamericano tiene
fuertes contradicciones y los sectores subordinados viven en permanente guerra
con una oligarquía gobernante que logra mantenerse en el poder con una dosis de
persuasión y otra más de represión.
En
la segunda mitad del siglo XX la economía de EEUU, basada en la producción
industrial-militar, creció a tasas superiores al 3 por ciento anual. A fines
del siglo pasado entró en una etapa de lento crecimiento y el ‘establishment’
buscó fórmulas – tanto en el interior como en el extranjero – para frenar la caída
de la tasa de ganancias de las corporaciones. Las protestas de los sectores más
vulnerables fueron reprimidas y neutralizadas con la introducción de un arma
usada por los ingleses en China en el siglo XIX: Las drogas.
Mientras
tanto, la política neoliberal impulsó la desindustrialización, que aumentó el
empleo informal y la pobreza. Los cambios provocaron la ‘recesión’ de 2007-08
dejando millones de familias sin vivienda ni empleo. La crisis golpeó los
bolsillos de los trabajadores y de las capas medias. Además, socavó la
sensación de seguridad en sectores amplios de la población generando
descontento con el sistema político. Como consecuencia, surgieron grupos
sociales que añoraban el pasado destruido por las políticas neoliberales.
En la presente coyuntura,
esta situación se refleja de manera contradictoria. Por un lado, la protesta se
expresa políticamente en una reacción contra las políticas de globalización
(menos empleos) y a favor de un retorno al pasado. Este sentimiento se cuadró
con el mensaje del especulador de bienes raíces, Donald Trump. El nuevo
inquilino de la Casa Blanca promete revivir el ‘sueño americano’ creando nuevos
empleos industriales (políticas “proteccionistas”, aún cuando no sean
sustentables), levantando ‘muros’ contra los inmigrantes y reprimiendo los
grupos históricamente discriminados.
Trump tiene dos problemas
para los cuales aparentemente no tiene solución: Por un lado, las demandas de
los trabajadores, las reivindicaciones de los excluidos y las aspiraciones de
los inmigrantes. Es una lucha permanente para encontrar la legitimidad del
sistema. Por el otro, Trump tiene que decidir si descarta a los viejos
segmentos de la oligarquía ya improductivos para sumar a los sectores más
innovadores. EEUU experimenta en estos momentos un período de turbulencia
interna que puede generar tres resultados. Por un lado, al no encontrar una
solución a la crisis, puede surgir un régimen fascista catastrófico (populismo
oligarca con una base social que reivindica el pasado idílico). Por el otro, la
consolidación del ‘establishment’ con su proyecto globalizante cuyo resultado
final no es seguro. La otra opción es el surgimiento de un movimiento social en
EEUU, desde las bases, que logre promover políticas que generen una economía
incluyente capaz de crear empleos productivos, que étnica histórica. incorpore
a los inmigrantes y que supere el odio explícito en la discriminación
¿Cambiará EEUU su
estrategia fracasada en América latina?
La política exterior de
EEUU con Trump en la Casa Blanca descansa sobre la consigna de volver a la
grandeza del pasado. La política interior pretende regresar a una alianza
‘populista’ entre una burguesía nacional debilitada y una masa de trabajadores
castigada por las políticas ‘globales’ (relocalización de fábricas y pérdida de
empleos industriales). Mientras tanto, existía cierta incertidumbre con
relación a la política de Trump frente a América latina. Hacia México y Cuba,
Washington sigue una línea histórica trazada en función de su política interna:
Migración de mano de obra barata mexicana y la cuestión cubana. Con relación a
Venezuela, prima el temor en el ‘establishment’ de perder los ricos yacimientos
de petróleo.
Aparentemente todo se
aclaró a principios de febrero de 2018 con la gira por la región del secretario
de Estado, Rex Tillerson. Preparó una adenda a la Doctrina Monroe en
preparación de su visita a cinco capitales de la región. El encargado de
dirigir las relaciones exteriores de Washington le dio coherencia a los
múltiples ‘tweets’ del presidente Trump. En primer lugar, dejó claro que los
principios establecidos por EEUU hace dos siglos, estampados en la Doctrina
Monroe, están vigentes: El hemisferio occidental le pertenece a Washington.
Le
envió un mensaje a China: EEUU es el único ‘predador’ en la región. Señaló que
"América Latina no necesita nuevos poderes imperiales. El modelo de
desarrollo que ofrece China es una reminiscencia del pasado. No tiene que
ser el futuro de este hemisferio”.
En segundo lugar,
Tillerson reivindicó el derecho de EEUU de intervenir militarmente en la
región. El llamado ‘poder suave’ de Barak Obama fue engavetado y salió a
relucir el ‘poder duro’. “En la historia de
Venezuela a menudo son los militares que se dan cuenta de que no pueden servir
a los ciudadanos... e intervienen”. Por su lado, el senador Marco Rubio declaró
que "el mundo apoyaría a las fuerzas
armadas de Venezuela si deciden proteger a las personas y restaurar la
democracia mediante la eliminación de un dictador".
En tercer lugar, el
secretario de Estado reactivó la OEA y logró aprobar una resolución diplomática
contra Venezuela. Le dejó al Grupo de Lima la tarea de agitar la consigna de la
intervención militar en Venezuela.
EEUU tiene tres planes
de contingencia para deshacerse del proceso revolucionario bolivariano. Plan A:
Promover un golpe militar desde adentro llamando a un levantamiento del
Ejército Bolivariano. Plan B: Movilizar los ejércitos de Colombia, Perú y
Brasil (con el apoyo logístico de Panamá, Holanda y Argentina) para copar las
fronteras venezolanas. Plan C: Lanzar a las fuerzas aéreas, navales y
terrestres del Comando Sur en un ataque ‘total’ contra Venezuela.
En Colombia EEUU tiene nueve bases preparadas para atacar.
Hay dos bases militares del Comando Sur en las comunidades de Vichada
y Leticia, en el Amazonas. Estas forman un arco con las de Palanquero y
Tolemaida (altiplano). Otras en Malambo, (costa atlántica), Apiay y Larandia,
(llanuras orientales), Saravena, (en el río Arauca) y por último, en la Bahía
Málaga (costa del Pacífico). Además, en el cerco hay tropas
de asalto de EEUU en Aruba y Curazao, que opera con la base de Palmerola, Honduras.
En la década de 1970,
EEUU aplicó el Plan A en Chile, derrocando el gobierno de la Unidad Popular y
asesinando al presidente Allende. En la década de 1980, activó el Plan C y el
Comando Sur invadió a Panamá poniendo fin al régimen militar del general
Noriega. En el siglo XXI introdujo una modalidad nueva dando ‘golpes’
parlamentarios en Paraguay y Brasil.
Tillerson mostró todas
las cartas que tiene en la mano el presidente Trump en su juego con América
latina. Por un lado, la decisión de intervenir, incluso usando la fuerza
militar para proteger sus intereses estratégicos (energía). Por el otro,
rechazar las intenciones de Pekín de establecer una relación comercial
dominante con América latina. Sin embargo, a Tillerson le faltó presentar la
otra mitad de la ecuación: ¿Qué ofrece EEUU a cambio? Las oligarquías
latinoamericanas dependen de Washington para mantenerse en el poder. En los últimos
200 años exportan mano de obra barata y materias primas al mercado
norteamericano y, en cambio, reciben armas y asesoría militar.
En Texas, el secretario
de Estado ofreció los valores que supuestamente comparte EEUU con la región. No
serán suficientes. Las oligarquías de la región tienen que negociar con los
otros sectores sociales que también tienen intereses. Todo indica que las
relaciones entre ambas regiones se encuentran en una encrucijada: ¿Aprovechará
China la coyuntura? ¿Aprovechará América latina la oportunidad para
independizarse? ¿Cambiará EEUU su crónica de una estrategia fracasada?
5 de marzo de 2018.
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