El
movimiento del 68 fue una crítica aguda al sistema o a los sistemas de la
época, cuya transcendencia sigue revelándose; fue una ruptura con el poder y
sus maneras de representación, la generación de la conciencia por medio de la
relevación de lo oculto.
Cristóbal León Campos / Especial
para Con Nuestra América
Desde
Mérida, Yucatán, México.
Se
cumplirán cincuenta años de la matanza del dos de octubre de 1968 en la Plaza
de las Tres Culturas de Tlatelolco, su significado y transcendencia siguen
siendo puestos en juicio, aún hay quienes se preguntan qué fue lo que ocurrió y
por qué el gobierno mexicano actuó de forma violenta e irracional. A pesar de
que año con año se realizan actividades, manifestaciones y se publican diversas
opiniones, e incluso, se revelan nuevos datos, aún pesa sobre esos hechos un
manto de impunidad que cubre la verdad de lo acontecido.
La
escritura de la historia suele tener sello e intención de quien se erige
vencedor, las versiones de lo acontecido están estructuradas para reforzar ese
posicionamiento, los vencedores escriben para sí mismos y para extender su
hegemonía ideológica al resto de la población. Esto ocurre con toda la historia
oficial; versión de arriba impuesta a los de abajo. Sin importar el paso del
tiempo, aún la enseñanza en las escuelas del país continúan negando o
tergiversando los hechos, el 68 tiene encima ese manto impune de la historia
del vencedor que nubla la comprensión de lo acontecido.
Podría
pensarse una exageración lo arriba expuesto, pero con un ejercicio de análisis
del conocimiento que la población general tiene sobre el 68, se demostraría que
no es una exageración, sino que incluso, la aseveración queda por demás somera.
Tan sólo ese hecho justifica que año con año se organicen actividades que
buscan concientizar sobre la importancia y trascendencia del 68. Pero es
necesario reconocer que en muchos sentidos no se ha logrado romper con el cerco
informativo que el poder persiste en imponer, quedando en entredicho, la propia
lógica sistémica que dio lugar a que el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz tomara
la decisión de asesinar a cientos de mexicanos con el fin de conservar el statu
quo y mantener los intereses de la clase en el poder. La historia oficial busca
que lo sucedido en Tlatelolco se mire como un hecho aislado, siendo en
realidad, la expresión álgida de la violencia que el capitalismo impone a
nuestra realidad, llegando a nuestros días con casos como el de Ayotzinapa.
Los
mismos hechos de la tarde-noche del 2 de octubre han cubierto el significado de
todo el movimiento del 68, quedando por encima de sus orígenes, demandas y
logros, el velo trágico de la matanza, la ponderación por la justicia de una
forma u otra, ha contribuido también, a dejar de lado las aportaciones para la
vida social, política, económica y cultural que se realizaron los meses de
protesta y resistencia en México, en marcados en la gran revolución cultural
que se vivió en el mundo en ese año iniciada en París. La nostalgia histórica
es un condicionante para las interpretaciones que con el tiempo ha jugado un
importante papel a favor de la historia oficial. Esto es algo que se debe
reconocer si queremos superar la historia de los vencedores y revelar la
historia de los oprimidos.
La
contrahistoria es el desenmascarar la forma en que se ha ocultado el rostro de
los hechos y sucesos históricos, pero sobre todo, es el reconocimiento de los
sujetos sociales que han sido expulsados por la historia oficial del acontecer
social. La historia tradicional justifica la dominación, es usada para mantener
el control ideológico de la población y negar toda posibilidad de
interpretación crítica de los sucesos históricos y presentes, es en suma, una
especie de droga que adormece conciencias e implanta el desanimo entre quienes
padecemos en la realidad las flagelaciones a las que el sistema nos condena. La
contrahistoria es la respuesta a esa dominación, es el ejercicio de la crítica
a través del tiempo para ir reconstruyendo y explicando las razones del hoy, en
servicio de los expulsados de los libros de texto y los almanaques oficiales.
La contrahistoria es la confrontación con la tradición histórica y con los
historiadores que defienden al sistema mediante la falsa erudición aplaudida
por el sistema.
El
movimiento del 68 fue una crítica aguda al sistema o a los sistemas de la
época, cuya transcendencia sigue revelándose; fue una ruptura con el poder y
sus maneras de representación, la generación de la conciencia por medio de la
relevación de lo oculto. El 68 marcó el camino para la revolución cultural que
se comenzaría a vivir en su seno, y que hoy se observa en cada una de las
demandas en materia de reivindicación social. El movimiento del 68 necesita la
alternativa abierta por la contrahistoria que otorga la posibilidad de dar su
lugar a cada uno de los protagonistas desterrados del mapa descrito desde el
poder, para que su espíritu se revele en toda su dimensión. La contrahistoria
es el ejerció de ruptura de las cadenas que aprisionan el pensamiento.
*Miembro
del Colectivo Disyuntivas
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