Lula es el candidato
presidencial de las fuerzas progresistas
que sigue en ascenso, como un gran dirigente capaz de derrotar a las fuerzas
más conservadoras y reaccionarias del Brasil y del imperialismo estadounidense.
Por ello se encuentra en la cárcel, es un preso político, no un delincuente. La
reacción brasileña quiere eliminarlo del escenario político.
Adalberto Santana / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de México
Hoy en día el Brasil se debate entre dos opciones. Por un lado el Brasil con un incremento desmesurado de la pobreza que figura de manera descarnada por las diversas ciudades y campos brasileños. Una muestra palpable es lo que en estos días he visto en Río de Janeiro. La miseria deambula por todas las calles de la ciudad carioca como una forma de existencia que impulsa el capitalismo salvaje gobernado por Michel Temer. Modelo de desarrollo que se ha sembrado en todo el país volviendo el crecimiento de la marginación y pauperación de los más amplios sectores sociales del gigante sudamericano. “El Brasil tiene hoy nada menos que 13 millones de desempleados y quien tiene trabajo difícilmente consigue un aumento por arriba de la inflación, que llegó el año pasado a un 2.95% y debe quedar por encima del 4% en 2018” (O Globo, 30/08/18). Se suma la devaluación del real a fines de agosto de 2018.
Paralelamente los candidatos de la derecha brasileña coinciden
en que el tener preso en Curitiva a Luiz
Inácio Lula da Silva, condenado por “corrupción pasiva y lavado de dinero” (sin
pruebas de ello), ha sido, según su pensamiento, la mejor receta para evitar
que el dirigente más popular y carismático del Brasil, en esa condición pueda participar y por lo tanto ganar las
elecciones de octubre de 2018.
Así, su apuesta es impedir que el candidato del Partido de los Trabajadores (PT) tenga contacto con el pueblo, con los más amplios sectores populares del país. Que no haga giras a favor de la campaña de su partido por los diversos escenarios de la más poblada nación latinoamericana y más extensa de la región. Su estrategia es que los candidatos de la derecha puedan fantasear con sus discursos y narrativa neoliberal en los diversos medios de comunicación (radio, televisión, prensa escrita y redes sociales). En ese especie de paroxismo, el candidato presidencial filo-fascista, Jair Bolsonaro, ha mencionado en un discurso totalmente aberrante y producto de sus creencias ultraderechistas que la violencia debe ser combatida con el uso de la fuerza. Dicho candidato que es capitán de la reserva del Ejército, en su prédica cavernaria, afirmó el pasado 28 de agosto de 2018, al Jornal Nacional: “policías que matarem com ‘dez ou trinta tiros cada (bandido)’, devem ser condecorados e não procesados” (“policías que maten con 'diez o treinta tiros cada (bandido)', deben ser condecorados y no procesados”), O Globo (29/08/18). Es algo muy semejante a la propuesta del ex candidato mexicano conocido tristemente como el Bronco, que propuso “mocharle” (córtale) las manos a los delincuentes.
En tanto que Lula, es el candidato presidencial de las fuerzas progresistas que sigue en
ascenso como un gran dirigente capaz de derrotar a las fuerzas más
conservadoras y reaccionarias del Brasil y del imperialismo estadounidense. Por
ello se encuentra en la cárcel, es un preso político, no un delincuente. La
reacción brasileña quiere eliminarlo del escenario político. Al encerrarlo en
la prisión y al criminalizar su figura,
el juez Sergio Moro piensa que con ello va a evitar que el PT gane las elecciones presidenciales de
2018. Falsa ilusión que se hace esa derecha cavernaria. Según las encuestadoras
Datafolha e Ibope, si en los actuales momentos a fines de agosto se realizaran
las elecciones, el PT y Lula ganarían con 54 millones de votos. Arrasaría en 23
de los 27 estados de la República Federal del Brasil. Es decir, sería arrollador su triunfo. Algo
equivalente al alcanzado por Andrés Manuel López Obrador en México el primero
de julio de 2018. Lo cual también nos confirma que las tendencias de la centro
izquierda en América Latina y el Caribe siguen en ascenso. Es una tendencia que
tiene vigencia y muestra la segunda ola de las fuerzas progresistas en la
región latinoamericana y caribeña.
Incluso
si Lula no fuese aceptado por el tribunal supremo electoral brasileño como el
candidato de la fuerzas progresistas de ese país, su figura y liderazgo
político no sería eliminado. Su partido el PT y el candidato a la
vicepresidencia, Fernando Hadad, sería la encarnación de Lula en el imaginario
político del amplio electorado brasileño. Es más, la actitud pedestre de la
derecha brasileña ignora que con la prisión, lo que han hecho de Lula es resaltar su autoridad política y moral. Le
han hecho la mejor propaganda al elevarlo a la figura de un mártir brasileño.
Han construido con su empecinamiento en elevarlo altura de un prócer de las masas
brasileñas.
Incluso
han seguido la tesis de lanzar candidaturas de pretendidas “izquierdas” como
Ciro Gomes candidato presidencial del PDT en Brasil, muy parecidas a las de
México del PRD y en Colombia del “centro” votando por el voto en blanco para evitar
que en esa nación andina ganara Gustavo Petro, favoreciendo objetivamente a la
ultraderecha derecha con el triunfo de Iván Duque, discípulo consentido de
Álvaro Uribe Vélez.
Sin
embargo, todavía la derecha brasileña en sus ilusiones pretende para evitar el
triunfo del PT: buscar el llamado “voto útil”. Esto es, votar unitariamente por
un candidato de los grupos anti-petistas o anti Lula. Política que en México
les fracasó ya que las derechas por su misma irracionalidad y pragmatismo no se
unen en torno a un candidato presidencial para votar por él ni para defender sus votos.
De esa manera sea Lula candidato o Hadad, parece que lo irreversible es
el triunfo del PT. Quedándole a la derecha de nueva cuenta la opción de la
política de Temer de hacer trampas como lo hicieron con la destitución ilegal y
fraudulenta de la presidenta Dilma Rousseff. Es decir, dar un golpe de mano y
en el caso de las elecciones de octubre en Brasil, hacer lo mismo que hicieron
en Honduras en las elecciones de noviembre de 2017 contra Salvador Nasralla, el
candidato de Alianza de Oposición contra la
Dictadura, esto es generar un fraude
electoral. Si se prefiere un golpe de Estado electoral. Ese el Brasil que
tenemos los latinoamericanos: el de Lula o el de Temer. La matriz
latinoamericana del golpismo del siglo XXI. Seguro que triunfará Lula sea o no
candidato presidencial. Pensemos que la
gran fuerza moral y política es del pueblo brasileño y en su mayoría votará por
el PT.
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