Las batallas por la
memoria son batallas políticas, pero no deben ser batallas solo por el
“pasado”, sino, fundamentalmente, por el futuro. El “Once”, no debemos
olvidarlo. Pero, de ninguna manera, ese recuerdo nos debe frenar la
construcción del futuro.
Juan Carlos Gómez Leyton / Para
Con Nuestra América
Desde
Santiago de Chile
“Compañero…
En Septiembre poco
puedo contarte
que no tenga que ver
con esta
herida que supura:
¿DÓNDE ESTÁN?”
Carmen Andrea Mantilla, Septiembre, 2014
Este martes 11 de
septiembre, se cumplieron los 45 años del derrocamiento del gobierno popular,
revolucionario y socialista del presidente Salvador Allende y de la Unidad
Popular; de la destrucción del régimen democrático; de la ocupación militar y
del genocidio del pueblo chileno por parte de las Fuerzas Armadas y de Orden.
Aunque el paso del
tiempo es inexorable, la gran herida infringida a la historia de la sociedad
chilena permanece viva. Las ardientes llamas que quemaron La Moneda, aun arden
y queman en la memoria de cientos de miles de chilenas y chilenos. El pasado
reciente sigue vivo. El acontecimiento, el 11 septiembre de 1973, sigue
tronando, explotando y el espeso humo negro de su acontecer no se disipa. Pues nadie olvida.
La presencia del
acontecimiento, “el Once”, como se le nombra popularmente, el suceso mismo y
las cosas acontecidas producto de su onda expansiva no son una imagen difusa,
sino que, gracias a las diversas memorias activas y vivas, constituye un hecho
vivísimo. El “once” permanece entre nosotros. Y, seguramente, permanecerá, por
mucho tiempo más, aunque se apaguen o se extingan las últimas memorias vivas.
Lo cual ocurrirá, en aproximadamente, cuatro décadas, cuando ninguno de las y
los chilenos que tenían, por ejemplo, entre 8-10 años para “el Once”, ya no
estén en este mundo. También será un hecho irremediable que entre 5 o en 10
años más, los protagonistas directos del acontecimiento, ya no estarán. Sin
embargo, “el Once” seguirá existiendo. Fundamentalmente, porque desde hace solo
unos 15 años, el acontecimiento, “el Once”, es parte de la consciencia
histórica y política de la ciudadanía nacional.
Es más que evidente que
desde la conmemoración de los 30 años, en 2003, cuando se produce la explosión
de la memoria, “el Once”, tiene ya un lugar en la consciencia histórica
nacional, especialmente, de todas y todos aquellos que no lo vivieron
directamente. Desde ese momento “el Once” dejo ser el recuerdo de la izquierda,
de sus militantes, de los simpatizantes y adherentes de Salvador Allende y de
la Unidad Popular, de los familiares de las víctimas, de los exiliados, de los
torturados, etc. Ingresó en la consciencia política e histórica de la
ciudadanía nacional, independientemente del momento de su nacimiento. Pues,
ahora, todas y todos tienen una opinión sobre lo acontecido. La tesis de la
derecha que sostenía que solo podían opinar sobre lo acontecido, eran los que
habían vivido el periodo de la Unidad Popular o los años dictatoriales, se
derrumbó. Con ello la memoria dio lugar al relato histórico.
No obstante, el relato
histórico no desplaza a la memoria viva, todo lo contrario, se entrelazan
activamente. Dicha conjugación permite, entre otras cosas, la emergencia de la
política. En otras palabras, “el Once” se politiza. La figura del presidente
mártir Salvador Allende, se vuelve un referente en las luchas políticas
actuales, especialmente, de los sectores sociales y políticos que protagonizan
las rebeliones ciudadanas de 2006 y 2011. En efecto, Salvador Allende Goseens,
será reivindicado políticamente por los nuevos y diversos grupos políticos que
emergieron luego del 2003. Se trata de jóvenes nacidos durante la democracia
posautoritaria. Ellos recuperan la historia reciente acontecida entre
1970-1990. Tomemos dos ejemplos, para describir lo que estoy señalando, el
joven alcalde de Valparaíso, Jorge Sharp, nacido en 1985, o sea, 15 años
después del triunfo allendista y 12 años del “Once”, es un profundo admirador
de Salvador Allende. Segundo, la Federación de Estudiantes de la Universidad
Técnica Federico Santa María, programan una Semana de la Memoria, que, en
realidad, por las actividades a desarrollar, es una semana dedicada a revisar y
conocer la historia reciente de Chile, o sea, del periodo 1970-1990. En esta
actividad como en otras que se realizaran en distintos lugares del país, se
conjugan virtuosamente memoria e historia. Se trata de procesos de politización
y toma de consciencia histórica de lo acontecido en los últimos 48 años. Las
nuevas generaciones se auto-educan en la historia reciente.
Pero, lo que debemos
tener presente es que no existe “la Memoria”, como dice el Cartel de la
actividad señalada, sino que en realidad existen múltiples y variadas memorias,
en conflicto.
Este es el punto que
deseo hacer relevante en esta reflexión. La historia reciente de Chile
contiene, tres lapsos históricos que remiten a distintas memorias individuales
como colectivas. Las cuales, a su vez, poseen y reclaman para sí, distintas significaciones
políticas como históricas. Y, por esa
razón, la disputa por la memoria se vuelve un conflicto político álgido.
El conflicto abierto
por el ex Ministro de las Culturas, Mauricio Rojas, sobre el Museo de la
Memoria, tiene como trasfondo político e ideológico, el control tanto de la
historia como de la memoria. El objetivo político último de ese conflicto es
instalar -corrigiendo lo que, según el canciller Roberto Ampuero, es una “mala
memoria”- otra memoria e historia acorde con quienes actualmente tienen el
poder gubernamental.
La existencia del Museo
de la Memoria y de los derechos humanos, instituido recién en el año 2010, como
parte de la conmemoración del Bicentenario de la Independencia Nacional,
constituye un acto político gubernamental que alteró o quebró el orden político
cultural establecido desde 1973. Puesto que es, sin ninguna a duda, la
cosificación, en un Museo, de la Memoria
de los Vencidos.
Su existencia,
constituye una grieta, una gran grieta, en la hegemonía cultural, política e
histórica de los vencedores. De allí el interés por transformarlo, criticarlo,
impugnarlo, denostarlo. La existencia material de la memoria de los vencidos
implica, en cierta forma, un triunfo sobre la memoria de los vencedores. Por
eso su exigencia de instalar en el museo el “contexto histórico”. En su total
desesperación política ante la derrota histórico-cultural del pasado o en la
imposibilidad de controlar la historia, los vencedores, van construir el museo
de la democracia, o sea, en otras palabras, cosificación de la Memoria de los vencedores.
Todos recuerdan, nadie
olvida. La lucha política por el pasado está abierta. Todos mantienen vivo “el
Once”. Desde hace 45 años, parafraseando al poema de Antonio Machado, diríamos
que a cada “chilenito que viene al mundo… uno de los dos Chile, ha de helarte el
corazón”.
Como decíamos la
historia reciente de Chile está conformada por tres procesos históricos, a
saber: 1.- el gobierno del presidente
Allende y de la Unidad Popular (1970-1973); 2.- la dictadura cívico-militar,
1973-1990; y 3.- la democracia posautoritaria, desde 1990 hasta la actualidad.
Se trata de medio siglo de intensa y conflictiva historia. Cada uno de estos
procesos históricos están marcados por acontecimientos políticos fundantes que
poseen distintos registros en la memoria de los ciudadanos nacionales. Son
acontecimientos disimiles, complejos y conflictivos. El primero, es el triunfo
de Salvador Allende en las elecciones presidenciales el 4 septiembre de 1970;
el segundo, el derrocamiento de su gobierno por parte de las Fuerzas Armadas y
de Orden, el 11 de septiembre 1973; y el tercero, el triunfo del Movimiento
Democrático Nacional en el plebiscito sucesorio del 5 de octubre de 1988. Son
tres momentos de la historia de Chile: que configuran tres Chile, el popular,
el de la dictadura y el de la democracia posautoritaria. Tres Chile, tres
memorias y tres historias. Tres conflictos.
Ahora bien, la memoria
del Chile popular, la memoria del Once-dictadura y la memoria de la democracia
posautoritaria, aunque, están indisolublemente entrelazadas, son memorias
diferentes. E, incluso las y los sujetos individuales o colectivos son,
también, distintos. No solo eso, sino que poseen activaciones, o sea,
recuerdos, disimiles. Dándose el caso que en un mismo sujeto las tres memorias
están presente.
La memoria menos activa
políticamente es la referida al Chile Popular. Pocos son los que recuerdan
vivamente dicho periodo. Aunque, la memoria del Once contiene tanto a la
memoria del Chile popular, especialmente, la figura de Allende. La memoria del
Chile popular como su historia permanece en silencio y en la oscuridad
historiográfica.
Hasta ahora la historia
como la memoria más activa es la relacionada con la dictadura y, tal vez, la
menos recuperada de las tres, sea la memoria relativa al triunfo del 5 de
octubre de 1988. Arriesgo aventurar la hipótesis que ello se debe, a que dicho
triunfo es muy ambiguo, engañoso y tramposo. Dado que la derrota del dictador
en el plebiscito de 1988, fue a medias, se ganó perdiendo. Por ello, la
democracia posautoritaria, es un régimen político hibrido, una mezcla de formas
autoritarias y democráticas. En otras palabras, una democracia a medias. Tal
como lo planteó el primer presidente electo de dicho régimen Patricio Aylwin
Azócar, una democracia “a la medida de
lo posible”.
La memoria de la
dictadura, a diferencia de la memoria posautoritaria, se estructura en diversos
acontecimientos políticos constitutivos de sujetos y actores políticos que la
confrontan. Son hechos, sucesos, acontecidos, que son parte de las ondas
producidas por el hecho fundante de la misma, o sea, de “el Once”. Por ejemplo,
muchos de las y los ciudadanos post Once tomaron consciencia política e
histórica de la existencia de la dictadura cívico-militar terrorista, cuando
ésta convoca a la Consulta Nacional de 1978. La dictadura solicita el apoyo
político de la ciudadanía en contra de las reiteradas condenas de parte la
Organización de las Naciones Unidas (ONU) por la violación de los derechos
humanos, que sufría el régimen militar. A cinco años del “Once”, la dictadura,
a través de burdo subterfugio electoral, buscó obtener la legitimidad política
que carecía. Este acontecimiento, escasamente conocido históricamente, debió
ser el acontecimiento político fundante de muchos jóvenes, que para “el Once”,
solo tenían 13 años de edad.
La sociedad chilena,
que ya venía dividida, experimento, un nuevo clivaje político, ahora entre, los
partidarios de la dictadura y sus opositores. Superando, en 1978, el poderoso
clivaje que había dado origen al “Once”, entre los anticapitalistas y pro
socialistas y los defensores del capitalismo y anticomunistas.
La próxima
confrontación entre estos dos sectores se produjo en el Plebiscito de 1980. La
derrota en el plebiscito llevo al partido Comunista de Chile a asumir la
estrategia de todas las formas de luchas para combatir a la dictadura. Cientos
de jóvenes se unieron a la rebelión popular.
Otro hecho fundante de este nuevo clivaje que constituirá nuevos sujetos
políticos, acontece enero de 1982, cuando fallece el expresidente Eduardo Frei
Montalva, y se realiza, la primera multitudinaria manifestación política en
dictadura. A pesar de que Frei Montalva, un acérrimo opositor a la Unidad
Popular, quien, propició, justificó y apoyó “el Once”, o sea, derrocamiento del
Presidente Allende, desde 1977, había adoptado una posición disidente con la
dictadura. Él cual se volvió abiertamente opositor en 1980, cuando lideró las
fuerzas políticas contrarias a la aprobación de la Constitución Política de
1980. Otro hecho fundante del sujeto político anti-dictatorial será, por
cierto, las convocatorias a las Jornadas de Protesta Nacional, iniciadas en
mayo de 1983 por la Confederación de Trabajadores del Cobre; el intento de magnicidio
del dictador, de septiembre de 1986, será decisivo, para la estrategia que el
Movimiento Democrático Nacional desarrollara para confrontar el plebiscito
sucesorio de octubre de 1988, etcétera.
Debiéramos agregar a
esa lista de acontecimientos fundamente del sujeto político que emerge en la
dictadura, la crisis económica post Once, el proceso de desindustrialización,
la política de shock de 1975, la gran depresión económica de inicios de los
años ochenta, la quiebra de la banca nacional, etcétera. Como también, hechos
represivos y la violación de los derechos humanos perpetrados por la dictadura
como, por ejemplo, el descubrimiento de los Hornos de Lonquén donde fueron
lanzados un grupo de campesinos, el degollamiento de tres profesionales comunistas
en marzo de 1985, etcétera. Sucesos que estremecieron la consciencia de miles
de ciudadanos nacionales.
En todos estos diversos
acontecimientos nombrados las y los chilenos debieron involucrarse,
pronunciarse. Debieron tomar una posición política. Los partidarios de la
dictadura tanto los actores gubernamentales como los adherentes ciudadanos
asumieron el negacionismo como una posición política activa de defensa de la
dictadura. Otros, adoptaron, por la resistencia y la oposición activa a la dictadura.
Este clivaje, se mantiene hasta el día de hoy.
A pesar del fin de la
dictadura militar del General Augusto Pinochet en 1990, los gobiernos de la
democracia posautoritaria no lograron, aunque lo intentaron, imponer el olvido.
E, incluso, eliminó el feriado nacional del 11 septiembre de 1973, instituido
por la dictadura en 1981. Con el objeto, de buscar la reconciliación nacional.
Sin embargo, un acontecimiento fundado en el conflicto y, sobre todo, con
memorias vivas, el olvido era imposible. Tanto unos y otros no olvidan. Ni los
vencedores quieren olvidar ni, menos, los vencidos. Por ello, “el Once”,
perdura. Año tras año, vuelve estremecer la vida de las y los chilenos. Pues,
la división gestada desde el Once permanece viva y activa. Se activó en 1998,
cuando el dictador fue detenido en Londres, para ser enjuiciado por crímenes de
lesa humanidad; su regreso un año más tarde generó protestas y manifestaciones
populares. El 10 de diciembre de 2006, estalló el júbilo y la alegría popular
al conocerse su muerte.
Si bien la figura de
Pinochet, el dictador, ya no está, lamentablemente, su espectro sigue presente
en la sociedad chilena. Su obra política está presente en la institucionalidad
constitucional de la Constitución de 1980, que él aprobó y respaldó luego de su
salida del poder gubernamental como Comandante en Jefe del Ejército. Además, su
presencia permanece en la memoria de cientos de partidarios que hasta tan solo
hace algunos años permanecían en silencio. Hoy el avance de las derechas y las
ultraderechas conservadoras, ultranacionalistas, anti comunistas, etcétera, han
creado el clima y el escenario político para que los “pinochetistas”
revindiquen su figura. Como es el caso del excandidato presidencial José
Antonio Kast, quien obtuvo en la primera vuelta presidencial de las elecciones
de 2017, el 7,5% de los votos. Ese guarismo nos habla de la existencia, tal
vez, de un pinochetismo duro.
La dictadura
cívico-militar, a pesar del Chile democrático pos autoritario, se ha prolongado
en la sociedad neoliberal establecida entre 1973-1990. Sin embargo, de la
aceptación de las formas socio-económicas neoliberales, la dictadura sigue
dividiendo a la ciudadanía nacional. La sociedad pinochetista no ha sido
desmantelada. Los gobiernos democráticos de la centro-izquierda han fracasado
rotundamente en ello. Por eso, el conflicto político no es solo por el pasado,
también, es por el presente y, en especial, por el futuro.
Por último, si queremos
que las décadas próximas del siglo XXI no continúen trazadas o dibujadas por
“el Once”, por la dictadura o por la democracia posautoritarias, deberemos
construir otro Chile.
En consecuencia,
relegar al “Once” a literatura histórica. Las batallas por la memoria son
batallas políticas, pero no deben ser batallas solo por el “pasado”, sino,
fundamentalmente, por el futuro. El “Once”, no debemos olvidarlo. Pero, de
ninguna manera, ese recuerdo nos debe frenar la construcción del futuro. Ese
futuro, debe abrirse, entre otras cosas, para hacer justicia a todos aquellos que
dieron su vida por defender el proyecto: de una sociedad más justa e
igualitaria.
Santiago Centro, 10 de septiembre 2018
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