Hoy, el presidente Morales ha decepcionado con su
ineficiencia y escándalos de corrupción. Ha mostrado en su ataque contra la
CICIG lo que era su rostro oculto: la alianza con los sectores ultraderechistas
y los políticos corruptos agrupados en el hoy llamado Pacto de Corruptos.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
Este año de 2018 viví un proceso en México que comprobó
la fuerza que ya tiene la lucha contra la corrupción. El ascenso de Andrés
Manuel López Obrador, la transformación del movimiento por él encabezado en
fuerza política, arrancó con un programa posneoliberal. El discurso del
lopezobradorismo resumió buena parte de los agravios que el pueblo mexicano ha
sentido con motivo de una política que ha resultado un fracaso en diversas
partes del mundo. No obstante ello, gradualmente el dirigente y miles y miles
de los brigadistas que tocábamos puerta por puerta y visitábamos casa por casa,
nos dimos cuenta que el pueblo mexicano
estaba harto del desempleo o el
empleo precario, de los bajos salarios, de la pobreza, de la inseguridad pero
adjudicaba a la corrupción el ser causa de todo lo anterior. Paulatinamente el
discurso posneoliberal se convirtió solamente en el anillo que rodeaba a una
bandera que se convirtió en central: la
lucha contra la corrupción. Facilitó las cosas, el hecho de que Andrés Manuel
se convirtió en el paradigma del político honrado y austero.
En pocas palabras, una figura de izquierda capitalizó
el enojo e indignación que causaba el hecho de que la corrupción capta el 10%
del PIB mexicano: aproximadamente 54 mil millones de dólares. Por ello y por la
política de alianzas, pudimos contar con el apoyo de una parte del centro y de
la derecha, y socialmente, con el de una
parte importante del gran empresariado y de las clases medias. Acaso ésta sea
la explicación del triunfo contundente que obtuvimos.
Mi reciente estancia en Guatemala confirmó algo que ya
venía percibiendo. Desde las movilizaciones del 2015, buena parte del pueblo guatemalteco
se volvió beligerante en relación al tema de la corrupción. Falsamente creyó
que Jimmy Morales enarbolaría la bandera de la decencia contra la corrupción y
le otorgó un triunfo contundente en la segunda vuelta electoral en 2016. Hoy,
el presidente Morales ha decepcionado con su ineficiencia y escándalos de
corrupción. Ha mostrado en su ataque contra la CICIG lo que era su rostro
oculto: la alianza con los sectores ultraderechistas y los políticos corruptos
agrupados en el hoy llamado Pacto de Corruptos. A mi juicio, están dadas las
condiciones para que una figura, en este caso surgida de la derecha, emerja y
capitalice la indignación contra la corrupción. Asimismo, existen condiciones
para que se realice una alianza transversal a ideologías y clases sociales, en
torno al rescate del Estado como encarnación de lo público y no como un
conjunto de instituciones secuestradas por una minoría rapaz.
En mi opinión, Thelma Aldana podría capitalizar la
decencia como bandera. Podría encabezar una alianza pluriideológica,
pluriclasista y multisectorial en torno a un objetivo común. Ese objetivo común
debería tomar en cuenta los agravios sociales acumulados durante décadas,
porque ciertamente como lo ha expresado CODECA, la corrupción no es el único
problema que enfrenta el país. Y en efecto no lo es, pero los largos caminos
comienzan con el primer paso. Guatemala, probablemente se encuentre lista para
darlo.
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