En la
República de Cuba se vive un importante momento histórico, pues está en camino
la aprobación de la nueva Constitución.
Juan J. Paz y Miño Cepeda / Firmas
Selectas de Prensa Latina
La Ley Fundamental adoptada en febrero de 1959
fue prácticamente el primer instrumento que rigió al nuevo Estado, nacido de la
triunfante Revolución. Pero se quedó corta frente al acelerado proceso que
vivió el país, que desde 1962 se declaró socialista, en medio de la voracidad
anticubana impulsada por el imperialismo, en el marco de la guerra fría.
La primera Constitución de Cuba, aprobada por
referéndum en 1976 tras un singular proceso de masiva pedagogía legal y
política, ha regido, con enmiendas, hasta el presente. Hoy, el pueblo cubano
igualmente participa, en sus diversas instancias organizativas, de esa
tradicional discusión ampliada de sus normas fundamentales, con el propósito de
aprobar la nueva Constitución de la República.
En la opinión general, la nueva Constitución
que tendrá Cuba parecería ser un asunto correspondiente a su gobierno y
relativo al sistema económico que rige en ese país, totalmente distinto al del
resto de países de América Latina y el Caribe. Pero no es así. Esa Constitución
tiene especial significado para nuestra región por múltiples razones. Destaco
algunas, ya que en este espacio no es posible hacer relación a todo cuanto
podría analizarse.
La necesidad de dictar la nueva Constitución
es fruto de un proceso que viene desde 2013. La Asamblea Nacional aprobó el
proyecto en julio de 2018 y será sometido al referendo popular en febrero de
2019, luego de haber pasado por el análisis y la discusión del pueblo. De este
modo, Cuba es un ejemplo de participación política de la población, pues su
Carta Magna no será fruto, como ocurre en la mayoría de países
latinoamericanos, de los textos elaborados por especialistas o comisiones, que
se discuten en los congresos y se aprueban al margen de los ciudadanos.
La experiencia cubana para la discusión
constitucional es parecida a la que tuvo Ecuador en 1978 cuando tocó definir,
por referéndum, entre dos proyectos de Constitución, que fueron elaborados por
comisiones especiales nombradas por la dictadura militar (Consejo Supremo de
Gobierno, 1976-1979) y que fuera el punto de partida para el retorno al orden
constitucional, que llegó en 1979, con el triunfo presidencial de Jaime Roldós
(1979-1981). Las derechas políticas de aquella época negaron la capacidad del
pueblo para debatir e inteligenciarse de asuntos constitucionales que esas
fuerzas consideraban exclusivos para una elite instruida. Pero Ecuador demostró
no solo que supo entender bien los alcances de los dos proyectos, sino que votó
mayoritariamente por la nueva Constitución, que resultó muy progresista e
incluso anti oligárquica.
De otra parte, la participación popular en las
decisiones es un tema de creciente atención en América Latina y los primeros
países en reconocer constitucionalmente diversas formas de democracia directa
han sido Colombia (1991), Perú (1993), Venezuela (1999), Costa Rica (2003),
Bolivia (2009) y Ecuador (1998 y 2008). Sobre estas bases, el desafío en la
región está en utilizar esos instrumentos -como el referendo o la consulta
popular- para afirmar la activa presencia de las masas en la democracia
representativa. Sin duda América Latina todavía está lejos de llegar a la
práctica usual de consulta directa practicada en Suiza; pero igualmente se
vuelve necesario acudir a los mecanismos de la democracia directa, con
iniciativa popular, constitucionalmente reconocida, para tratar de frenar la
reimplantación del neoliberalismo, que galopa nuevamente sobre América Latina,
una vez que el ciclo de los gobiernos progresistas y de nueva izquierda fue
desestabilizado.
El proyecto de Constitución cubana reafirma la
estructura organizativa del Estado, bien diferente a la del resto de América Latina.
Crea la figura del Presidente de la República como Jefe del Estado y la del
Primer Ministro, a cargo del gobierno, que, salvando las distancias y las
atribuciones, podría compararse con la estructura de varios países europeos que
diferencian Presidente y Premier (Primer Ministro). Además, se mantiene el
Consejo de Estado y, desde luego, la Asamblea Nacional del Poder Popular; pero
ahora se inscribe un Consejo Electoral Nacional.
Cuba se adelanta a algunos países de América
Latina en la expresión de los nuevos derechos sobre la no discriminación por
género, identidad de género, orientación sexual, origen étnico y discapacidad,
al mismo tiempo que reconoce al matrimonio entre dos personas, ocasionando una
ruptura con la tradicional concepción que solo lo ha tenido como la relación
entre un hombre y una mujer. Con todo el adelanto que representó la
Constitución de 2008 en Ecuador, aún no se reconoce ese tipo de matrimonio. El
nuevo derecho altera viejos conceptos y remueve el conservadorismo.
Cuba reafirma el carácter socialista del país
y el papel rector del Partido Comunista. Imposible una situación igual en el
resto de América Latina. El socialismo cubano es, además, irrevocable y, por
cierto, “Los ciudadanos tienen el derecho de combatir por todos los medios,
incluyendo la lucha armada, cuando no fuera posible otro recurso, contra
cualquiera que intente derribar el orden político, social y económico
establecido por esta Constitución”. Al mismo tiempo, Cuba proclama la paz, el
orden jurídico internacional, el respeto a los derechos humanos universales,
sus vínculos latinoamericanistas y caribeños, y afirma su soberanía en forma
radical, sin admitir injerencia extranjera ni amenazas.
Interesa resaltar los fundamentos económicos.
El proyecto constitucional parte de reconocer que en Cuba “rige el sistema de
economía basado en la propiedad socialista de todo el pueblo sobre los medios
fundamentales de producción, como forma de propiedad principal, y la
dirección planificada de la economía, que considera y regula el mercado, en
función de los intereses de la sociedad”. En tal virtud, se aceptan varias
formas de propiedad: 1. socialista, en manos del Estado; 2. cooperativa; 3.
mixta; 4. de las organizaciones políticas de masas y sociales; 5. privada, “que
se ejerce sobre determinados medios de producción”; 6. otras. El proyecto
también incorpora un principio décadas atrás impensable: “El Estado promueve y
brinda garantías a la inversión extranjera, como elemento importante para el
desarrollo económico del país, sobre la base de la protección y el uso
racional de los recursos humanos y naturales, así como del respeto a la
soberanía e independencia nacionales”.
Pretendiendo utilizar estos conceptos cubanos,
pero tergiversándolos, los neoliberales latinoamericanos sostienen que “hasta
en Cuba” se introducen las “privatizaciones” y se acepta al “capital
extranjero”. Nada han comprendido sobre el tema, aunque lo que tratan es de
doblegar a los otros países al imperio del capital privado.
Bajo el brutal bloqueo que tiene Cuba desde la
década de 1960, el socialismo actual ha visto la necesidad de utilizar tanto a
la economía privada como a la inversión extranjera como elementos para el
desarrollo. Incluye la posibilidad de alianzas público-privadas. Pero todo
subordinado al régimen estatal socialista. Sin embargo, esos instrumentos han
merecido críticas y hasta rechazos de la izquierda dogmática, que ya está, a
estas alturas de la evolución de América Latina, históricamente incapacitada
para entender el mundo y el marxismo. Pero son fórmulas que también pueden
adoptarlas el conjunto de países de América Latina y que, de hecho, ya se
hallan vigentes. El problema es el tipo de poder económico que administra y
decide sobre esos mecanismos, pues mientras para los neoliberales el sector
privado y el mercado son los que deben dominar, todo gobierno de izquierda en
Latinoamérica debiera comprender que es necesario imponer el poder del Estado y
de los intereses nacionales sobre el mercado y los intereses empresariales
privados.
Este problema histórico es lo que contrastó al
“ciclo neoliberal” del “ciclo progresista” latinoamericano. Porque durante las
dos décadas finales del siglo XX se impuso el neoliberalismo y se edificaron en
la región modelos empresariales que arruinaron las condiciones de vida y de
trabajo de las poblaciones; mientras con el inicio del siglo XXI y la irrupción
de gobiernos progresistas y de nueva izquierda, lograron imponerse los Estados
a los voraces intereses privados, sin que ello haya implicado que tales
gobiernos se hubieran propuesto acabar con la empresa privada. Pero ese solo
cambio en las relaciones de poder se volvió imperdonable a las fuerzas del
capital nacional e imperialista. Hoy, la restauración de los intereses
empresariales privados contra el Estado y los intereses populares y laborales
son visibles en los gobernantes post-progresistas, como ha ocurrido en la
Argentina de Mauricio Macri, en el Brasil de Michel Temer o en el Ecuador de
Lenín Moreno.
Finalmente, Cuba garantiza la educación y la
medicina desde el Estado y como servicios gratuitos. Este también es un ejemplo
a tomar en el conjunto de América Latina, pues la necesidad de impedir el
avance neoliberal que ha resurgido en la región, obliga a reivindicar no solo
la educación y la medicina estatales, sino a buscar una nueva alteración del
poder privado, que permita que en cada país latinoamericano se implante la
seguridad social universal y pública, la educación y la medicina sociales y
gratuitas, e incluso, en el futuro, una renta básica universal (RBU) o salario
nacional ciudadano, que parece utopía, pero que ya se ha implantado, en forma
experimental, en Finlandia. Y fortalecer esas capacidades estatales requerirá
de fuertes impuestos a los ricos, sobre rentas, herencias, patrimonios y
ganancias, algo para lo que no están dispuestos.
Desde luego, los neoliberales se movilizarán
contra todas las formas de economía social y de propiedad distinta a la
privada. En Ecuador ya ocurrió con la Constitución de 1979 que reconocía las
formas de propiedad estatal, mixta, privada y autogestionaria o comunitaria,
contra la cual se lanzaron las derechas por considerarla “comunista”. La
Constitución de 2008 retomó el camino del fortalecimiento público, sin
descartar el rol de la economía privada.
Así es que contamos con la posibilidad de
avanzar sobre experiencias mutuas latinoamericanas, de modo que los nuevos
principios y reivindicaciones constitucionales merecen afirmarse para un nuevo
rumbo social.
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