Valorar lo
que cambia a la luz de lo que permanece es uno de los mejores criterios para
comprender la trascendencia de lo que nos toca hacer en esta etapa del mismo
proceso de desarrollo humano que compartimos con san Benito y sus compañeros.
Guillermo Castro H. / Especial para Con NuestraAmérica
Desde Ciudad Panamá
“El abad que ha sido instituido como
tal ha de pensar siempre en la carga que sobre sí le han puesto y a quién ha de
rendir cuentas de su administración; y sepa que más le corresponde servir que
presidir.”
San
Benito, Regla, 530 dc
La Regla de San
Benito constituye un documento del mayor interés para la historia de la cultura
en tiempos de transición civilizatoria.[1] Fue escrita
hacia el año 530 por san Benito de Nursia (480-547), en su calidad de fundador de la orden benedictina, como un
reglamento para la organización y administración de monasterios, en la Italia
de comienzos del siglo VI.
La liquidación formal del Imperio romano había ocurrido apenas en
el 476 con la deposición del emperador Rómulo Augústulo (c.460 – c.520-530) por
Odoacro, rey de los hérulos germanos, y el proceso de desintegración de
la romanitas generaba inseguridad, desorden y colapso de la
población y de la producción agropecuaria. En ese entorno, la organización
eclesial heredada del imperio que se desintegraba adquirió una singular
importancia histórica.
Ese desarrollo de la Iglesia había ocurrido en estrecha relación
con la administración imperial a partir de 313, cuando el emperador Constantino
(272 – 337) estableció una alianza con ella que llevaría a declarar al
cristianismo como religión oficial y a perseguir el paganismo. Ocurrió
así un proceso de imperialización de la
Iglesia como única organización en capacidad de contener la desintegración de
la romanitas en Occidente.
La importancia de ese empeño
estabilizador resulta evidente en el hecho de que todos los grandes protagonistas del desarrollo
doctrinal y organizacional eclesiástico entre los siglos V y VIII provinieran
de las filas de la aristocracia terrateniente romana -incluyendo al propio san
Benito. En esa circunstancia, la Regla fue al mismo
tiempo un manifiesto político y cultural, y un medio para llevarlo a la
práctica mediante la creación de una organización capaz de formar una nueva
elite intelectual, capaz de encarar la tarea de iniciar la reorganización
productiva y territorial en toda Europa Occidental. [2]
Los monasterios benedictinos actuaron, así, como polos de
estabilización y desarrollo en un mundo en caos, y colaboraron activamente en
el proceso de formación de una institucionalidad política estrechamente
asociada a la Iglesia. En esa perspectiva la pertinencia de la Regla para
su tiempo y el nuestro está asociada al hecho de que ambos comparten un mismo
carácter de transición civilizatoria.
La Iglesia era más joven entonces, pero ya no era nueva y había
ingresado de lleno y sin retorno al proceso de imperialización que hasta hoy
anima los conflictos de una interminable agonía. En este sentido, tienen
especial relevancia para nuestro tiempo aquellos rasgos de la Regla correspondientes
a la tarea de formar y disciplinar a una intelectualidad orgánica de nuevo
tipo, mediante las estructuras de organización y los procedimientos de gestión
que ese propósito demandaba. De allí la importancia que otorga a las cualidades
de liderazgo del abad; a las normas y formas para el ejercicio de sus
funciones, y al fomento de los valores fundamentales de una cultura
institucional entonces nueva.
Quienes organizaron la red de monasterios anhelaban sobre todas
las cosas sobrevivir al juicio final y, ciertamente, no se propusieron crear la
sociedad feudal. Los resultados que obtuvieron tampoco se correspondieron con
sus expectativas, pues el reino que contribuyeron a crear fue uno nuevo en este
mundo, y no en los cielos, hasta agotar su función histórica en el siglo XIII.
A partir de allí ingresó en aquel proceso de agotamiento y descomposición que
tan magistralmente caracteriza Umberto Eco en su novela El Nombre de la
Rosa, que de maneras tan sorprendentes nos recuerda por momentos a la
crisis cultural y política que encaramos hoy en la América nuestra.
Valorar lo que cambia a la luz de lo que permanece es uno de los
mejores criterios para comprender la trascendencia de lo que nos toca hacer en
esta etapa del mismo proceso de desarrollo humano que compartimos con san
Benito y sus compañeros. La bancarrota del estalinismo a fines del siglo XX no
canceló, sino que aceleró e hizo más complejo el proceso de transición hacia un
orden social nuevo iniciado en el ciclo revolucionario de 1968 – 1973. Este es
nuestro punto de partida, como el de Benito fue el derrocamiento de Rómulo Augústulo
mil quinientos años atrás.
Panamá, 21 de septiembre de
2018
[1] La Regla de
San Benito. Introducción y Comentario por García M. Colombás, monje
benedictino. Traducción y notas por Iñaki Aranguren, monje
cisterciense. Tercera edición (reimpresión) / Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid *MM www.catedralesgoticas.es/pdf/ regla_san-benito.pdf
[2] La Regla tiene 73 Capítulos, de los
cuales “9 tratan de los deberes del Abad, 13
regulan el culto a Dios, 29 se refieren a la disciplina y al código penal, 10 a
la administración interna del monasterio, y los restantes 12 consisten en
regulaciones de tema vario.” http://ec.aciprensa.com/wiki/ Regla_de_San_Benito. El
espíritu de la Regla, por así llamarlo, corresponde al de una época
en la que el pecado y la Salvación eran temas tan centrales como lo son hoy el
crecimiento económicosostenido y la sostenibilidad del desarrollo humano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario