Este ensayo de reflexión
histórico-política tiene como objetivo exponer algunos aspectos de lo que fue
la experiencia del gobierno de la Unidad Popular y de Salvador Allende
(1970-1973) para la sociedad chilena, especialmente, para sus sectores
populares y trabajadores, es decir, para el pueblo.
Juan
Carlos Gómez Leyton / Para Con Nuestra América
Desde Santiago de Chile
A la memoria de las y los cientos de
detenidos desaparecidos.
A todas y todos aquellos que entregaron su
vida por la noble causa socialista que
viven en la memoria del pueblo.
“Chile es
hoy la primera nación de la tierra llamada a conformar el segundo modelo de
transición a la sociedad socialista… edificada según un modelo democrático,
pluralista y libertario”. Salvador Allende, mayo de 1971.
Al cumplirse los 48 años del triunfo
electoral de la Unidad Popular, que determinó, por primera vez en la historia
de Chile, latinoamericana y mundial, el acceso al gobierno de un presidente
socialista, Salvador Allende, y de una coalición de partidos políticos
marxistas y revolucionarios, la Unidad Popular (UP), la discusión histórica y
política sobre el carácter y proyección teórica y política de la inédita vía
democrática (pacífica) hacia el socialismo inaugurada por la izquierda chilena,
volverá estar en palestra pública. Por cierto, que se instalará, también, la
disputa por el pasado reciente y las responsabilidades y culpabilidades
políticas de lo ocurrido desde el 11 de septiembre de 1973 en adelante, Tal
como ha ocurrido en los últimos años, con menor fuerza se discutirá sobre lo
acontecido en esos “mil días que estremecieron al mundo”, al decir, del
historiador F. Gaudichaud. Sin lugar a duda, que la polémica de esta cuestión estará,
en esta ocasión, enmarcada en la coyuntura política abierta por la discusión
sobre el carácter histórico-político del Museo de la Memoria y de los Derechos
Humanos y, en menor medida, por los odiosos dichos del presidente S. Piñera,
sobre que el presidente Allende, “validaba
la violencia y los mecanismos no democráticos” como por la particular y exótica
idea del gobierno de construir un museo histórico de la democracia.
Este ensayo de reflexión
histórico-política tiene como objetivo exponer algunos aspectos de lo que fue
la experiencia del gobierno de la Unidad Popular y de Salvador Allende
(1970-1973) para la sociedad chilena, especialmente, para sus sectores
populares y trabajadores, es decir, para el pueblo. Como también exponer cuál
fue el desde mi parecer el principal conflicto político y social librado
durante los tres años de gobierno popular cuya resolución abrió la puerta a la
barbarie y al actual presente histórico. Se organiza en dos apartados. En el
primero, planteo la relevancia política de la experiencia popular, su relación
con la democracia y brevemente sus realizaciones. Y, en la segunda, expongo el
conflicto político central de la UP. Todo esto, como señalo al cierre de este opúsculo,
con el objeto de elaborar una explicación histórico-política plausible del
porqué de la “masacre del pueblo” perpetrada por las Fuerzas Armadas y de Orden,
desde el 11 de septiembre de 1973 hasta 1990.
1.- Democracia y Socialismo en la Unidad Popular
La experiencia revolucionaria de
la UP tuvo la capacidad y la audacia histórica y política de plantearse la
transformación radical de la sociedad capitalista nacional, utilizando para
ello, la institucionalidad democrática. Sin plantearse la posibilidad de
suspender el ejercicio de la misma con el objetivo de construir un camino democrático
al socialismo. Por esa razón, descarto de manera categórica la idea de que esta
experiencia haya sido una experiencia reformista o populista como la han
calificado algunos analistas nacionales e internacionales. Fue un genuino
proceso revolucionario radical. O sea, una revolución social. En decir, un
intento de transformar el modo de producción existente.
Para conseguir dicho fin, el
gobierno popular implemento en los tres años de su gestión un conjunto de
medidas y acciones que afectaron directamente la estructura y las fuentes del
poder de las clases dominantes, tanto de la burguesía nacional como
internacional. Las transformaciones estructurales que realizo la UP fueron
acompañadas, como veremos, por un conjunto de medidas que favorecieron
ampliamente a los sectores sociales populares que habían sido permanente
postergados y olvidados por la mayoría de los gobiernos burgueses que le
precedieron. El gobierno popular revolucionó, alteró y modificó radicalmente a
la sociedad chilena y sus instituciones y, al mismo tiempo, que potenció el
carácter revolucionario de la democracia.
El triunfo político electoral en
las elecciones presidenciales el 4 septiembre de 1970 del candidato de la
izquierda Salvador Allende Gossens constituye uno de los acontecimientos más
relevante de la historia política chilena, latinoamericana y mundial del siglo
XX. De acuerdo al historiador británico, Eric Hobsbawn, “un caso único” que
carecía “de precedentes” históricos concretos. Sin embargo, esta experiencia
política, había sido anticipada por el principal teórico de la revolución
social, Carlos Marx allá por 1872: la probabilidad teórica que era posible
transitar pacíficamente al socialismo, utilizando o empleando los mecanismos e instrumentos
que instalaron los regímenes políticos democrático modernos.
Esto último suponía que la
democracia en cuanto régimen tenía un conjunto de requisitos mínimos tales
como: la existencia de elecciones libres, imparciales, transparentes y
frecuentes; sufragio universal; libertad de reunión y de asociación; libertad
de expresión y de opinión; información plural y alternativa y derecho ciudadano
a competir sin ninguna restricción por cargos públicos; un sistema político de
partidos en competencia y sometimiento de las Fuerzas Armadas al poder civil y
político. Todos estos requisitos o condiciones procedimentales e
institucionales necesarias que configuran un régimen político democrático se
habían logrado en Chile, tan solo tres años antes de la elección de Salvador
Allende.
En efecto, la democracia plena ha
tenido en Chile solo una vigencia de seis años, entre 1967 y 1973. Antes de ese
periodo el régimen democrático tenía una serie de defectos que limitaban su
existencia. Entre otras, por ejemplo, la exclusión y manipulación del sufragio
popular, la prohibición de la participación política de las mujeres, la
exclusión de los campesinos de los procesos de toma de decisión política y de
la organización sindical; exclusión, censura política, persecución política y
reclusión política durante 10 años, etcétera. La lista de las imperfecciones de
la democracia chilena, entre 1932 y 1967, es bastante larga y son muchas para
que se siga sosteniendo que Chile contaba con una tradición democrática de
larga duración, con una democracia estable y pacífica previo a la ruptura
democrática de 1973. Esa democracia existe o es parte de la mitología histórica
y política nacional.
Cabe señalar que la izquierda
chilena a lo largo del siglo XX denunció de manera, permanentemente, las
limitaciones como los vicios de esa mala democracia. Por ello, uno de sus
objetivos políticos era reemplazarla o ampliarla sustantivamente. Más que un
régimen democrático estable durante el siglo XX, en Chile se verifico un largo
proceso de democratización política con avances, quiebres y retrocesos. Es,
justamente, ese conflictivo proceso político lo que permite la instalación de
la democracia plena entre 1967-1973. Con posterioridad a la elección
presidencial de 1970, durante el gobierno popular, la democracia política se amplió
significativamente. Pues, el proceso democratización popular se extendió hacia
el ámbito económico, social y cultural.
Ahora bien, la democratización de
la democracia fue posible por la existencia y la participación activa de un
conjunto de hombres e incluso mujeres que lucharon de manera constante por
establecer e imponer algunos de los requisitos necesarios para nombrar o
calificar al régimen político como democracia. Y, sobre todo, fue necesario la
existencia de un ancho, diverso y plural movimiento social y político ciudadano
por la democracia. Fueron estos factores, lo que permitió que hacía fines de la
década de los años sesenta el régimen democrático lograra superar los
principales obstáculos que los sectores antidemocráticos levantaron
permanentemente con el objeto de impedir la instalación de un régimen
democrático pleno.
Salvador Allende Gossens, era uno de
los principales líderes políticos y sociales de la izquierda socialista y
marxista nacional, que durante 43 años (1930-1973), como lo han demostrado la
mayoría de los historiadores y analistas, tanto nacionales como extranjeros que
han estudiado su trayectoria política, lucho por instalar la democracia en
Chile. Allende, desde el inicio de su carrera política, situó a las formas y
mecanismos democráticos como principios fundamentales y primordiales de su
praxis política y revolucionaria.
Por esa razón, defendió categóricamente
las instituciones democráticas, especialmente, aquellas que permitían acceder
al gobierno, por medios institucionales y por la expresión directa de la
voluntad ciudadana popular. Teniendo claro esos principios, construyó y elaboró
una específica estrategia política destinada obtener la presidencia y el
gobierno al interior de un Estado capitalista: la vía política institucional.
Esta vía se define esencialmente como
democrática estaba destinada a ganar electoralmente la presidencia y acceder al
gobierno en representación de las fuerzas sociales populares y de izquierda,
desde su formulación, a comienzos de los años 50 del siglo XX, busco potenciar
el carácter revolucionario de la democracia. Ella constituye el principal
aporte práctico, teórico e histórico concreto legado por Salvador Allende a la
izquierda no solo nacional sino latinoamericana y mundial.
Salvador Allende liderando a la
izquierda chilena en el FRAP (Frente de Acción Popular), primero, se presentó
como candidato presidencial en 1958 y 1964. Luego en 1970, liderando a la UP.
Sin embargo, su afán presidencial se había iniciado en 1952 cuando lidero el
Frente del Pueblo, coalición política que construyó como protesta política en
contra de la decisión del Partido Socialista Popular, su partido, de apoyar al
exdictador Carlos Ibáñez del Campo. Su consecuencia política democrática
impedía por principios y valores éticos apoyar a un dictador.
Ahora su afán de ganar una elección
presidencial y convertirse en presidente de la República no tenía una ambición
personal tampoco tenía el objeto de administrar políticamente el Estado y la
sociedad capitalista, sino que su objetivo político fundamental y trascendental
era revolucionar y transformar la sociedad para iniciar el camino hacia el
socialismo. Durante 20 años, 1952-1970, Allende luchó y defendió ese proyecto
político-histórico. Murió el 11 de septiembre de 1973, defendiendo no solo el
gobierno popular que dirigía sino, esencialmente, a la democracia.
Si bien, tomo las armas en ese momento
definitivo fue para defender la democracia de aquellos que a través de la
violencia política buscaban destruirla. Régimen
político que él se había comprometido respetar y respaldar por voluntad
popular. Además, era el régimen que había permitido poner en marcha la
experiencia socialista, revolucionaria, popular allendista y de la Unidad
Popular.
La experiencia allendista de la Unidad
Popular (1970-1973) fue considerando un proyecto político extremadamente
peligroso para la dominación y hegemonía capitalista, pues, como he dicho, le
devolvía a la democracia, bajo su forma liberal representativa, la potencia
revolucionaria con la cual, ésta, había irrumpido en la política moderna
durante el siglo XVIII, especialmente, con la revolución francesa de 1789.
Además, la experiencia popular allendista, no solo potenciaba ese carácter,
sino que sumaba a ella, también, la potencia revolucionaria del proyecto
socialista, triunfante en la revolución bolchevique de 1917. O sea, la
revolución chilena, conducida por Salvador Allende y la Unidad Popular, a
diferencia de las revoluciones burguesas (XVIII y XIX) no tenía como objetivo
hacer viable la dominación capitalista derribando las formas de gobierno
obsoletas como la monarquía, sino, que buscaba cambiar y destruir la sociedad
capitalista. Construyendo en su reemplazo la sociedad socialista democrática.
Para esos fines, había que subvertir, modificar, transformar, o sea,
revolucionar la democracia. Y, eso es lo que hizo el gobierno popular.
El triunfo popular en septiembre de
1970 encendió todas las alarmas y puso en alerta al capital tanto nacional como
internacional. El capital se agito nerviosamente en sus centros de poder.
Richard Nixon, presidente estadounidense, histéricamente ordenó, al entonces
director de la Central de Inteligencia Americana (CIA), Richard Helms “hacer un
esfuerzo a fondo para evitar que Salvador Allende tomara posesión” de su cargo.
Y, autorizo 10 millones de dólares para que el “marxista chileno no se siente
en la silla presidencial”. De manera
desde el mismo día del triunfo popular, el imperialismo yanqui coludido con la
derecha chilena, puso en marcha una estrategia política destinada a enfrentar
el triunfo popular con todos los recursos humanos, logísticos y financieros
posibles.
El miedo imperial lo expresaba Henry
Canciller, el canciller del gobierno de Nixon, en cuatro puntos a pocos días
del triunfo allendista: 1.- “si Allende era ratificado por el Congreso surgiría
en Chile un régimen comunista y que Argentina, Bolivia y Perú podrían seguir
este ejemplo”; 2.- “la toma del poder por parte de Allende… nos planteara graves
problemas a nosotros mismos (USA) y a nuestras fuerzas en América Latina, y,
desde luego, al conjunto del hemisferio occidental”; “la evolución política de
Chile es muy grave para los intereses de la seguridad nacional de EE.UU. por
razón de sus efectos en Francia e Italia” y 4.- “El gobierno de Allende puede
estar en el origen de problemas en el
funcionamiento de Comité de Defensa Interamericano y en el de la OEA”.
La preocupación del Canciller era
comprensible, el fracaso de la apuesta reformista que había representado el
gobierno democratacristiano de Eduardo Frei Montalva (1964-1970), que
constituía la solución política al avance de los movimientos populares y
revolucionarios en América Latina, dejaba abierta la solución militar, es
decir, el uso de la violencia armada. Desde el principio el gobierno popular
estuvo bajo la amenaza del imperio.
La estrategia imperial tuvo como
objetivo, inicial, obstaculizar o impedir el ascenso al gobierno de Salvador
Allende y de la Unidad Popular, fracaso. Debió, entonces, desplegar, desarrollar
e implementar un conjunto de acciones destinadas a derrocar al gobierno
popular. Esta estrategia nunca descarto la violencia política terrorista. Todo
lo contrario. Ella fue el principal instrumento utilizado para desestabilizar
al gobierno popular. La invocación a la violencia política no era una apelación
retórica como ocurría en ciertos sectores de la izquierda chilena de la época,
sino, la derecha, la puso en práctica de manera concreta. No tenía problema
para ello, pues tenía toda una experiencia histórica acumulada en su utilización.
La había usada en reiteradas veces en el pasado en contra del pueblo.
El asesinato del Comandante en Jefe del
Ejército, General René Schneider, el 25 de octubre de 1970, por parte de un
torpe comando armado de derecha, constituye el hito histórico-político que
inaugura la violencia política en el país. La cual tendrá una vigencia durante
20 años (1970-1990). Como he dicho la violencia terrorista será la principal herramienta
utilizada por la dictadura cívico militar, instalada por las clases dominantes,
en contra del pueblo chileno.
El uso de la violencia política por
parte del capital, o sea, por la derecha nacional, a objeto de frenar la
democratización de la sociedad chilena no era una novedad en la historia del
país. En esta oportunidad, el uso de la violencia tenía un fin último de más
largo alcance impedir el éxito de la vía democrática al socialismo por todos
los medios posibles. Sin embargo, los logros y éxitos del gobierno popular no
pudieron ser frenados durante los mil días de gobierno popular.
El avance social, económico, político y
cultural experimentado por los sectores populares producto de las realizaciones
del gobierno de la Unidad Popular, afectaron directamente los intereses
internos y externos de los grupos dominantes. Durante tres años, esas
realizaciones agudizaron la conflictividad social y política, en otras
palabras, la lucha de clases, se hizo manifiesta en toda la formación social
chilena. Todo estaba en disputa.
Una vez instalado en el gobierno, el 4
de noviembre de 1970, Allende y la Unidad Popular iniciaron un ingente proceso
de democratización política, social, económica y cultural dirigido a mejorar
las condiciones de vida de las y los trabajadores, las y los campesinos, las y
los pobladores, de las y los estudiantes, de las y los pueblos originarios, de
los hombres, mujeres, niños y niñas populares. Por primera vez, en 160 años de
vida independiente, el gobierno del Estado de Chile, gobernaba para el pueblo y
con el pueblo.
El gobierno popular realizó una serie
de transformaciones revolucionarias de carácter estructural que fueron
acompañadas de un conjunto de medidas aparentemente menos importantes, pero
profundamente significativas para la vida social de los sectores populares. Por
ejemplo, el plan de medio litro de leche diario para todos las niñas y los
niños y madres sin distinción social o de clase. Las y los niños fueron
prioridad uno del gobierno de la Unidad Popular. Esta medida significo, entre
otras cosas, la disminución de la mortalidad infantil. Y, sobre todo la
felicidad de los niños y niñas populares.
La organización popular impulso nuevas
formas democráticas de participación política y fomento el desarrollo del poder
popular. Los trabajadores iniciaron un conjunto de experiencias de autogestión
de sus centros productivos, en los diversos cordones industriales, ya sea de la
ciudad capital como de otras ciudades del país. Los pobladores se organizaron
para hacer frente a la ofensiva patronal y de los sectores pequeños burgueses
mercantiles, especialmente, de los comerciantes minoristas. Se crearon las
Juntad de Abastecimiento y Precios (JAP), para implantar un sistema de
distribución de alimentos y artículos esenciales “democrático y equitativo”.
Si bien, la educación, fue uno de los
ámbitos en donde la lucha clases y la conflictividad social y cultural entre
los dos proyectos de sociedad, el capitalista y el socialista, en pugna, se
hizo sentir con inusitada virulencia y odiosidad de parte de los defensores del
orden capitalista. Recibió, la educación, una atención preferencial de parte
del gobierno popular. Las escuelas y liceos se transformaron en espacios de
libertad, participación y compromiso social y político. Las universidades se
abrieron para los sectores populares. El derecho a la educación fue una
realidad para todas y todos. La inclusión social abrió los colegios y liceos
reservados solo para los sectores medios y altos a las y los jóvenes populares.
La cultura dejó sus estrechos marcos
elitistas durante los tres años del gobierno popular. El teatro, el ballet y la
música “culta”, especialmente, aquella que estaba encerrada en el Teatro
Municipal, espacio oligárquico por excelencia, recorrió con sus acordes los
espacios populares, las industrias y poblaciones. Roberto Matta, pinto su
mural: El Primer Gol del Pueblo de Chile, en una pared popular de la población
San Gregorio, de la comuna de La Granja, en la zona sur de Santiago. Pablo
Neruda obtenía el premio Nobel de Literatura en 1971. Y, la editorial Quimantú,
distribuyó millones de ejemplares del libro conmemorativo en honor al vate. La
poesía nerudiana llegó millones de niñas y niños de Chile.
De manera que bajo el gobierno de la
Unidad Popular surgieron nuevas formas de organización popular tales como los
cordones industriales, comandos comunales, regionales, que constituían el
germen de un nuevo orden social impulsado por el poder social popular y por los
trabajadores para reemplazar el Estado burgués y acelerar el tránsito del
capitalismo al socialismo.
Durante los mil días que estremecieron
a la sociedad chilena la frontera que cerca a la democracia capitalista fue
presionada y tensionada al máximo. En efecto, la acción más revolucionaria que
emprendió la Unidad Popular fue, justamente, poner fin a la frontera de la
democracia capitalista, que no es otra, que el derecho de propiedad privada de
los medios de producción. Las realizaciones estructurales del gobierno popular
tienen relación directa con la principal fuente poder social del capital y,
sobre la cual, se levanta la sociedad capitalista. Veamos de manera específica
este punto.
La democratización de la propiedad privada de los
medios de producción
La historia del siglo XX en la
formación social chilena está marcada por el conflicto político, social y
económico entre el capital y el trabajo. Y, es al interior de este conflicto
donde hay que situar no solo la crisis del capitalismo nacional durante la
década de los sesenta y setenta, sino también al gobierno de la Unidad Popular.
Lamentablemente, ese conflicto tuvo una resolución a favor del capital, a
través del Golpe de Estado de septiembre de 1973, hace cuatro décadas y media.
La instalación de la dictadura cívico-militar de carácter terrorista, la
reestructuración neoliberal del capitalismo nacional y la emergencia de la
sociedad neoliberal son parte constitutiva de esa resolución. Pero, ello no
significa, de ninguna manera, la superación ni su desaparición; todo lo
contrario, durante estos 45 años, el poder del capital ha impuesto su total y
más completa hegemonía y dominación sobre el trabajo. La conflictividad entre
el capital y el trabajo, actualmente, se manifiesta de manera distinta de la
forma como se exteriorizó durante el periodo del capitalismo industrial. Pero,
insisto sobre este punto, no ha dejado de existir ni ha desaparecido. La lucha
clase sigue siendo el motor de la historia, tal como lo fue durante el gobierno
de la Unidad Popular.
El triunfo de la Unidad Popular en
1970, es parte de la lucha política de clases, o sea, la manifestación política
del conflicto entre el capital y el trabajo. Ese triunfo dice relación directa con
la capacidad que tuvo el trabajo de desarrollar un efectivo contrapoder
contrahegemónico. Se trata del poder de las y los trabajadores y de los
sectores populares que, durante el siglo XX, se conformó como un poder
subversivo y transformador de las fuentes directas del poder social del capital,
o sea, de las relaciones sociales de producción.
Este contrapoder social, político e
histórico se había venido fortaleciendo tanto social como políticamente desde las
últimas décadas del siglo XIX. Hacia 1970, tenía casi un siglo de experiencia
política acumulada. Este contrapoder de los trabajadores, en particular, y de
los sectores populares, en general, se identificó histórica y políticamente con
la lucha por la democracia social, política y económica, o sea, en otras
palabras, con el socialismo desde los inicios del siglo XX.
Por eso, democracia y socialismo en el
proyecto histórico popular eran sinónimos y se potenciaban recíprocamente. Esa
era la fuerza del proyecto democrático y socialista de la Unidad Popular y del
Gobierno de Salvador Allende. Este tenía como núcleo central de sus propósitos
políticos e históricos: poner fin a la explotación del “hombre por el hombre” y
la abolición de la propiedad privada de los medios de producción.
Por esa razón, el proyecto político,
social e histórico de los trabajadores y de los sectores populares se
caracterizó desde siempre por su vocación anticapitalista. Y, lo
anticapitalista se expresaba de forma muy concreta: poner fin a la fuente
principal de la explotación y de la desigualdad social y económica: la
propiedad privada de los medios de producción. La mayoría de los programas
sociales, económicos y políticos de las primeras organizaciones proletarias y
populares nacionales, a inicios del siglo XX, se plantearon como objetivo
primordial y central de su lucha política, la socialización de la propiedad y
la creación de la propiedad social. Por esa razón, socialización y/o la estatización
de la propiedad privada, especialmente, de los medios de producción ya sea
industriales, mineros y agrarios, siempre estuvo presente en el imaginario
político de los trabajadores y los sectores populares. La base material del
socialismo lo constituía la propiedad social de los medios de producción.
La vocación revolucionaria y
anticapitalista del movimiento social popular lo expresa de manera ejemplar el
principal líder de los trabajadores chilenos Luis Emilio Recabarren quien, en
su proyecto de constitución política de 1921, en el artículo 7° establecía que:
“En la
República Federal Socialista de Chile, sólo hay “propiedad social” administrada
por la “Asamblea Industrial”, por la “Municipalidad” y por la “Asamblea
Nacional”;
y en artículo 9 señalaba que:
“Es
propiedad social la tierra y sus productos, la manufactura, la habitación,
medios de producción, elementos de servicios públicos, transportes y cuanto no
sea de inmediata utilidad o uso individual”.
Cincuenta años más tarde en 1970, el
Programa de la Unidad Popular, establecía como objetivo central del gobierno
popular, la constitución del Área Social de la Producción. El programa
justificaba la creación del Área Social de la Producción en los siguientes
términos:
“Las
fuerzas populares únicas buscan como objetivo central de su política reemplazar
la actual estructura económica, terminando con el poder del capital monopolista
nacional y extranjero y del latifundio, para iniciar la construcción del
socialismo”.
Para tal efecto,
“El
proceso de transformación de nuestra economía se inicia con la política destinada
a constituir un área estatal dominante, formada por empresas que actualmente
posee el Estado más las empresas que se expropien. Como primera medida se
nacionalizarán aquellas riquezas básicas, como la gran minería del cobre, hierro,
salitre y otras que están en el poder de capitalistas extranjeros y de los
monopolios internos”.
Entre el proyecto socialista de
Recabarren y el programa de gobierno de la Unidad Popular hay una continuidad
ideológica y política que permite sostener que la izquierda chilena y el
movimiento popular tenía una profunda convicción de que la única forma de
superar la desigualdad y la explotación era poniendo fin al capitalismo. La
principal diferencia entre lo que postulaba Recabarren y lo postulado por la
Unidad Popular estaba en quien debía administrar la propiedad social. Para él
primero, era el Municipio, es decir, el poder local, mientras que, para los
segundos, el Estado, o sea, el poder central. No obstante, esa diferencia, muy
relevante, la abolición de la propiedad privada era, entonces, para la
izquierda una condición necesaria y fundamental en la construcción de la
sociedad socialista.
Durante el gobierno popular la lucha
social y política que marca el periodo esta signada por la democratización/socialización/estatización
popular de la propiedad privada de los medios de producción. El impulso y desarrollo
del poder popular que se expresó en la ocupación y dirección por los
trabajadores de cientos de centros productivos evidenciaban que la pérdida del
poder social que experimentaban los sectores capitalistas.
La acción social y política de los trabajadores
y sectores populares (pobladores, campesinos, indígenas, etcétera) de expropiar
la base material del poder del capital implicaba la creación y desarrollo de su
propio poder. La base material del poder popular estaba, justamente, en la
conformación de la propiedad social. Este proceso fue dual. Tanto por arriba,
es decir, a través de la acción gubernamental como por abajo a través de la
acción directa de los trabajadores. Los iconos históricos y políticos de este
proceso fueron:
(a) la
Reforma Agraria, que permitió la expropiación de los grandes latifundios con el
objeto distribuirlos entre los campesinos sin la tierra;
(b) la
Nacionalización de la gran minería del Cobre, en junio de 1971, que recupero
para uso y disfrute de la sociedad chilena los recursos naturales mineros;
(c) la
estatización de la banca nacional como extranjera, anunciada el 30 de diciembre
de 1970;
(d) la
expropiación de la emblemática industria textil: Yarur Santiago, el 28 de abril
de 1971, iniciándose con ella el traspaso de la industria manufacturera
nacional al poder de los trabajadores y,
(e) la
estatización de las empresas de telecomunicaciones transnacionales.
(f) La
toma directa de tierras, industrias y empresas por parte de los trabajadores
para incorporarlas al área social de la producción.
La
democratización de la propiedad no fue solo un acto gubernamental, sino,
también, fue la expresión del poder los sectores dominados: trabajadores,
pobladores, mineros, campesinos, indígenas, de hombres y mujeres pobres del
campo y de la ciudad.
Estos
sectores sociales no tienen derecho ni acceso a la propiedad privada de los
medios de producción en las sociedades capitalistas. Pero tampoco el derecho a
disponer de un espacio donde poder habitar, por ejemplo, en la ciudad. Por esa
razón, desde fines de los años 50 del siglo pasado, se había iniciado la
ocupación de los espacios urbanos tanto fiscal como privados para “encontrar un
sitio” donde habitar y vivir. A través de las “tomas de terreno”, el
movimiento social popular de trabajadores sin viviendas, comenzaron a ocupar
terrenos para construir sus casas. Primero, fueron las “poblaciones callampas”
y luego, los campamentos y las poblaciones populares.
La “toma” fue
un acto de apropiación colectiva de la propiedad privada se transformó entre 1970-1973,
en la principal forma de acceso de los sectores populares y trabajadores a la
propiedad. Este proceso fue otra modalidad de democratización de la propiedad
por el poder popular que conducía a la transformación radical de la sociedad
capitalista.
Dado que la
democratización de la propiedad consistía en despojar, arrebatar y expropiar el
poder social, económico y político que la propiedad de los medios de producción
confería a la clase capitalista nacional como extranjera, las clases dominantes
tomaron consciencia de que el centro neurálgico del conflicto se encontraba
situado fuera del campo institucional de la democracia. Puesto, que dicho
proceso, no solo se democratizaba a la propiedad sino también al Estado y hacía
extensiva la democracia a todos y todas. La propiedad privada de los medios de
producción dejaba de ser un patrimonio individual o familiar un pequeño y
selecto sector de la sociedad, sino que se volvía una propiedad social colectiva-pública-estatal-común.
Los “no propietarios”, por ejemplo, los campesinos que accedieron a la tierra,
gracias la reforma agraria, de manera colectiva, durante el gobierno de la
Unidad Popular, adquirieron no solo un poder social, económico y político, sino,
sobre todo, dignidad.
La expansión
democrática social asumió una clara orientación subversiva pues desafío y
discutió frontalmente la dominación, la hegemonía y la violencia del
capitalismo –desde la explotación de la fuerza de trabajo al uso represivo del
Estado-. La democratización del Estado, implico la expulsión relativa de las
clases propietarias de él y su ocupamiento parcial por parte de los sectores
sociales no propietarios. Esta situación profundizo la crisis política de la
dominación capitalista abierta por la acción del gobierno de la Unidad Popular.
Las clases
propietarias nacionales como extranjeras comprendieron que debían defender a
cualquier precio, la propiedad de los medios de producción. Para tal fin, estos
grupos propietarios nacionales buscaron el apoyo de los sectores medios, a
través de una alianza política y social en defensa del capitalismo.
Agrupados y
organizados en el Frente Nacional del Área Privada (FNAP), que reunía a los
dueños del capital y de los grandes, medianos y pequeños empresarios y
propietarios de la industria y el comercio, lograron el apoyo de las
organizaciones gremiales de profesionales autónomos y técnicos, tales como los
Colegios Profesionales, orientándolos en una intensa campaña contra el gobierno
popular y el socialismo. El FNAP, logro conseguir el apoyo y solidaridad de los
sectores medios pro-capitalista. Potenciando su oposición política y social al
socialismo con la progresiva alineación del Partido Nacional con la Democracia
Cristiana que concluyó en 1973, al conformarse la Confederación Democrática
(CODE). La unidad de las fuerzas antisocialistas acentúo, intensifico e
incremento la lucha clases en el país.
Conformándose
dos grandes bloques políticos sociales, por un lado, los defensores de la vía
chilena al socialismo y el gobierno popular, la UP; y, por otro, los defensores
del capitalismo, la CODE. Ambos conglomerados, a pesar, de la aguda
conflictividad buscaron resolver el conflicto por la vía institucional.
Concurrieron con dicha intención a las elecciones parlamentarias de marzo de 1973.
Los primeros lograr amplios apoyos electorales al gobierno y los segundos, alcanzar
la mayoría parlamentaria requerida y necesaria para destituir
constitucionalmente, o sea, políticamente, al presidente Allende y así poner
fin al gobierno popular. El resultado, fue inesperado para la oposición
anticapitalista. El 44,23% obtenido por la UP, marcaba un significativo aumento
del apoyo ciudadano popular a la gestión del gobierno de Salvador Allende.
Mientras que el 55,49% obtenido por la oposición antisocialista, implicaron dos
cosas, a) los sectores anti UP experimentaron en tres años, una reducción
porcentual de 8 puntos. En 1970, la candidatura de R. Tomic, demócrata
cristiano, obtuvo un 28,08% de las preferencias ciudadanas y el candidato de la
derecha Jorge Alessandri, el 35,29%. Los sectores antisocialistas en 1970,
sumaban el 63,37%. Tres años eran menos, tan solo el 55,49%. En términos
generales, a pesar que estos sectores eran mayoría en la sociedad chilena, el
proceso democrático del presidente Allende amplio su apoyo electoral pasando de
36,63% a un 44,23%. Cabe señalar, que Allende fue el primer presidente que vio
crecer el apoyo electoral inicial de todos los presidentes de la República, que
lo precedieron en el periodo de 1932 a 1973. Esa era la fuerza electoral de la
vía democrática al socialismo.
La fortaleza
institucional adquirida por la democracia política bajo el gobierno allendista,
a pesar de su proceso de trasmutación hacia una democracia social y económica,
robustecía y potenciaba el proyecto popular al aumentar su fuerza electoral.
Sin embargo, al mismo tiempo, endurecía, enfurecía y desesperaba a la oposición
antisocialista nacional como imperialista. Fundamentalmente, porque el análisis
de la proyección futura de los resultados electorales de marzo de 1973,
apuntaban a señalar que la UP, dado el crecimiento electoral experimentado
entre 1970 y 1973, podía volver a ganar la elección presidencial de 1976. De
manera que las parlamentarias notificaron a las fuerzas antisocialistas dos
cosas, por un lado, la vigencia e importancia de las instituciones democráticas
para el proceso político impulsado por la UP y, por otro, la imposibilidad de
frenarlo o derrotarlo a través de los mecanismos democráticos.
El gobierno
de la UP desde su inicio fue, técnicamente, lo que se conoce en el lenguaje
politológico, un “gobierno dividido”. Nunca tuvo mayoría en el parlamento. Por
esa razón, debió buscar instrumentos disponibles en la institucionalidad para
lograr hacer avanzar su programa de gobierno y llevar a cabo las realizaciones
estructurales propuestas. Uno de esos instrumentos fueron los “resquicios
legales”. Estas eran disposiciones legales olvidadas dictadas por gobiernos
precedentes con distintos fines. Uno de esos instrumentos era el Decreto-Ley
520 dictado durante el gobierno de la República Socialista de 1932. Este texto
legal y constitucional había sido utilizado por diferentes gobiernos
posteriores a esa fecha, incluso de la derecha empresarial de Jorge Alessandri
Rodríguez (1958-1964).
Del DL-520 permanecían
vigentes cinco artículos referidos a la propiedad privada de los medios de
producción que declaraban la utilidad pública de las empresas agrícolas,
industriales y de comercio y de los establecimientos dedicados a la producción y
distribución de artículos de primera necesidad. Por lo tanto, todos eran
susceptibles de ser expropiados.
Armado con
esta legalidad el gobierno popular inicio la emblemática construcción del Área
Social de Producción el 1 de diciembre de 1970 con la expropiación de la no
menos emblemática industria textil Bellavista-Tomé. A partir de esa fecha todas
las expropiaciones de empresas e industrias ya sea impulsadas por el ejecutivo
como por la acción directa de los trabajadores estuvieron amparadas legalmente
en el DL-520. Tal como lo expresó el lienzo de colocaron las obreras y obreros
en la industria textil Yarur Sumar, requisada en abril de 1971, desde ese momento los espacios
productivos de Chile, constituían “territorios
libres de explotación”.
Ese había
sido el compromiso del “compañero presidente” a las y los trabajadores. Allende
en su visita a la industria Yarur Sumar, había dicho, dirigiéndose y
respondiendo el discurso de recibimiento que había pronunciado el dueño de la
empresa Amador Yarur y ante medio millar de trabajadores: “…si soy elegido, Amador…aunque seamos
amigos, te quitaré esta industria. Pertenecerá a los trabajadores y al pueblo
de Chile”. El profundo miedo a la reacción del patrón, solo cuatro obreros
se atrevieron a aplaudir las palabras de Salvador Allende. Sus dichos no eran
palabras lanzadas al aires o buena promesa de campaña electoral, no lo eran.
Era un compromiso ético y político con los trabajadores de todo el país y con
el pueblo de Chile. Los trabajadores exigieron y demandaron tempranamente al
presidente Allende su compromiso. Y, el día 28 de abril de 1971, el gobierno
popular requiso la industria Yarur. Cumpliendo con la promesa presidencial. Ese
día los trabajadores lo recordaran hasta el día de hoy, a pesar que la
industria ya no existe, como “el día de
la liberación”.
La forma
como se logró la expropiación de la industria Yarur Sumar no solo inauguro la
transición efectiva del capitalismo al socialismo, sino también, otra forma,
otra praxis política y social, la de las y los trabajadores, diferente y
contradictoria con la vía institucional propiciada por el presidente Allende,
la acción revolucionaria directa y el socialismo participativo, un socialismo
desde abajo. Era otra forma de buscar el mismo fin y al mismo tiempo superar y
sobrepasar los obstáculos que les imponía al proceso la institucionalidad
existente.
Desde el
primer momento la lucha por la democratización del derecho de propiedad privada
y el fin de la explotación se libró en dos niveles como fue la norma a lo largo
de todo el gobierno popular. Por un lado, la dimensión jurídico-político, o
sea, al interior del régimen político que confrontaba al Ejecutivo y al
Parlamento. Y, por otro lado, la acción directa de las y los trabajadores. Los
cuales a través de la “toma” y la ocupación de las industrias, exigían al
Ejecutivo, su incorporación al área social de la producción. Mientras la
discusión jurídica-política se estancaba por arriba. Por abajo, cientos de
empresas e industrias, pequeñas, medianas y grandes, pasaron a estar bajo el
control obrero. Muchas de ellas fueron ocupadas por el poder popular y obrero
en reacción al intento de golpe de estado del 29 de junio de 1973. Impulsado
por el Partido Nacional, la agrupación nacionalista Patria y Libertad y un
sector del Ejército.
La apelación
coyuntural a las Fuerzas Armadas, por parte de la derecha extrema, fue la
reacción desesperada a la promulgación de la normativa que institucionalizaba y
constitucionalizaba el Área Social de la Producción por parte del gobierno
popular.
Las Fuerzas
Armadas van intervenir, finalmente, no solo para dar “solución” al conflicto
por la propiedad, sino del sistema capitalista nacional. Instalando en el poder
la dictadura cívico militar del General Augusto Pinochet (1973-1990). La
dictadura del capital puso en marcha un violento proceso de restauración de su
dominación y hegemonía. Para tal efecto, destruyó íntegramente el contrapoder
de los trabajadores y de los sectores populares. Poniendo en marcha una
maquinaria de guerra y destrucción con el objeto de masacrar al pueblo.
Conjuntamente
con el genocidio popular, la dictadura militar destruyó la democracia. Reestructuro completamente el modo de
producción capitalista. Restaurando el derecho de propiedad privada de los
medios de producción y el poder social de las clases dominantes. Para tal
efecto, devolvió las industrias, empresas y campos a sus “propietarios”. Y,
estos echaron a las y los trabajadores, en palabras de Jorge González, líder de
Los Prisioneros: “les dijeron que no vuelvan más. Los
obreros no se fueron se escondieron. Merodean
por nuestra ciudad”
El asesinato
no solo de Salvador Allende sino del pueblo de Chile, fue posible,
fundamentalmente, porque la experiencia revolucionaria del gobierno de la
Unidad Popular y del presidente Allende fue: una revolución democrática desarmada.
Cierre
Tal como escribí en mi tesis doctoral
hace ya 18 años, hoy ante las burdas declaraciones del abominable e innombrable
exministro, de las declaraciones destempladas de la derecha y del canciller, tenía
la obligación ética de escribir y construir una explicación que les haga
justicia a todas y todos los ciudadanos populares muertos, desaparecidos,
torturados y humillados, vejados y violentados durante los 17 años dictadura. Cuyo
único delito fue haberse tomado en serio aquello de que la democracia es el
gobierno del pueblo, para el pueblo y el pueblo.
Debía y debo seguir escribiendo y
difundiendo esta explicación que explica de manera sucinta, la masacre popular
perpetrada por la Fuerza Armadas y de Orden. Pues, sigo sosteniendo que no
escribir una explicación que haga justicia a la lucha social de miles de
compañeras y compañeras por una sociedad más justa e igualitaria, no puede ser
política e intelectualmente aceptable. Sobre todo, se hace necesario develar y
poner en conocimiento de todas y todos que la masacre perpetrada por los clases
dominantes-propietarias, con el apoyo del gobierno estadounidense en alianza
con los sectores medios, se hizo, fundamentalmente, aunque no solo por esa
razón, en defensa del derecho de propiedad privada.
En razón de esa defensa, violaron
sistemáticamente los derechos humanos, asesinando a miles de hombres, mujeres
niños y niñas. O sea, para proteger sus propiedades, mataron. Y, estoy seguro,
que lo volverían hacer, pues, el irrespeto por la vida humana de parte de los
sectores propietarios, cuando se trata de defender sus intereses, ha sido una
actitud históricamente fundada desde el siglo XVI.
Nota bibliográfica:
El presente artículo se escribe en base
a dos libros que son complementarios. Aunque tienen distintos “objeto de
análisis” coinciden en mostrar la potencialidad revolucionaria del proceso
político abierto por el gobierno de la Unidad Popular. Al mismo tiempo dan
cuenta de la limitación intrínseca del gobierno popular o si se quiere de la
vía política institucional al socialismo: una vez abierto el conflicto por la
propiedad privada, o sea, por el poder real, no puede ser resuelto por los
mecanismos e instrumentos ofrecidos por la democracia. O sea, en otras
palabras, poner fin al capitalismo sin requerir de la violencia revolucionaria
es un camino político inviable.
F. Gaudichaud: Chile 1970-1973. Mil
días que estremecieron al mundo. Poder Popular, cordones industriales y
socialismo durante el gobierno de Salvador Allende. LOM Ediciones, 2016.
J.C. Gómez Leyton: La Frontera de la
Democracia. El derecho de propiedad en Chile 1925-1973. LOM Ediciones, 2004.
Santiago Centro, 30 de agosto de 2018,
en el día del Detenido Desaparecido
No hay comentarios:
Publicar un comentario