Como
síntomas evidentes del deterioro de las bases del consenso y la concordia costarricenses
están las largas filas en clínicas y hospitales del seguro social, la deserción
escolar, el trabajo precario e informal… y la crispación de la vida social
creada por la frustración y el enojo.
Rafael Cuevas Molina/Presidente
AUNA-Costa Rica
Una nueva marcha de protesta contra la reforma fiscal llenó la calles de San José el pasado 26 de setiembre. |
Costa
Rica se ha preciado siempre de ser un país de paz, pero crecientemente desde
hace algunos años hay signos evidentes que tal caracterización empieza a
quedarle grande. No se trata solamente de la violencia asociada al narcotráfico,
fenómeno presente en toda Centroamérica que deja una estela de muertes diarias
sino, en términos más generales, de un ambiente de intolerancia y agresividad.
Siendo
el carácter pacífico de sus habitantes uno de los mitos fundantes de su
nacionalismo, los costarricenses ven con preocupación esta situación que
algunos caracterizan como parte de una “pérdida de valores” y los más ven con
desconcierto. Hasta no hace muchos años hubo quienes atribuyeron a “la
naturaleza” tal característica, como la señora Laura Chinchilla, para entonces
presidenta de la República, quien en discurso a la nación llegó a afirmar que
se encontraba incrustada en los genes de los costarricenses.
Solo
algunos científicos sociales se han preocupado por vincular esta situación con
hechos y procesos económico sociales que, efectivamente, han estado en la base
de estas formas de comportamiento colectivo alabados en el cancionero patriótico.
Según
estos análisis, la prevaleciente concordia que vivió el país durante largos
períodos durante su historia republicana ha estado sustentada en un pacto social
de toma y daca, es decir, el Estado por un lado ofreciendo servicios y
condiciones de vida dignos, y por otro lado la población devolviéndole
legitimidad al Estado.
En la
segunda mitad del siglo XX, montándose sobre una tradición de este tipo, a
partir de la década de 1940 se pusieron las bases del Estado de Bienestar o
Estado Social, que efectivamente permitió que en el país se viviera un clima de
estabilidad que contrastó con su entorno centroamericano convulso, y que se reafirmo
como “modo de ser” nacional.
Las
bases materiales que estuvieron en la base de tal estado de concordia fueron
creadas por políticas orientadas a ampliar la clase media expresadas, por
ejemplo, en la transformación del aparato del Estado en gran empleador,
proyectos de casas baratas, acceso a la educación, crédito para pequeños
productores agrícolas y un sistema de seguro social que paulatinamente abarcó a
la casi totalidad de la población.
Pero
estas condiciones materiales sustentadoras
de la armonía comenzaron a ser erosionadas a partir de la década de
1980. En 1982 se inicia la ejecución de una serie de ajustes estructurales, conocidos
en el país como los PAE (Programas de Ajuste Estructural) que inauguran la era
del neoliberalismo en el país, que vino a desmontar desde entonces,
paulatinamente, las bases del consenso y la legitimidad.
Costa
Rica llegó así, 35 años después, en un estudio del Banco Mundial (Take on inequality -2016) realizado
entre 101 países del mundo, a ser el noveno país más desigual de la lista. Como
síntomas evidentes del deterioro de las bases del consenso y la concordia están
las largas filas en clínicas y hospitales del seguro social, la deserción
escolar, el trabajo precario e informal… y la crispación de la vida social
creada por la frustración y el enojo.
Tal
crispación ha alcanzado límites preocupantes en los últimos 20 días, ante el
llamado a huelga que ha hecho el sindicalismo unido del sector público para
oponerse a un plan fiscal presentado por el gobierno a la Asamblea Legislativa,
que carga las tintas sobre la venida a menos clase media.
En
complicidad con medios de comunicación escritos y televisivos, el gobierno de
la República ha utilizado tácticas de desprestigio del movimiento sindical, que
azuza el enfrentamiento que, a ratos y episódicamente, llega a tornarse
violento.
Entendiendo
esta situación como parte de una tendencia que ya ha tenido expresiones
anteriores, una en las elecciones presidenciales y legislativas recién pasadas
de febrero, y otra con manifestaciones colectivas de xenofobia en el centro de
la capital en agosto, podría pensarse que Costa Rica está corriendo el riesgo
de enfrentamientos colectivos violentos en un futuro inmediato.
Por
dónde saltará la liebre nadie lo puede predecir, pero las condiciones parecen
estarse dando para ello.
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