Con un Estado podrido, una derecha
extremista que agita banderas ultraderechistas contra la CICIG y una clase
política corrupta que vería con alivio la defenestración de dicha comisión, me
parece sensato luchar contra la corrupción y por la referida CICIG.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con
Nuestra América
Desde Puebla,
México
Hay en un sector de mis amigos de la
izquierda, escepticismo con relación a la lucha por la permanencia de la CICIG, por el regreso a
Guatemala de Iván Velázquez. El argumento es: la pugna alrededor de la CICIG en
realidad no es un conflicto entre una minoría de políticos corruptos y un
importante sector de la ciudadanía harto de la corrupción. En realidad es la
pugna entre dos sectores de la oligarquía guatemalteca. Uno de estos sectores
sería la oligarquía modernizante corporativa encabezada por Dionisio Gutiérrez
y la otra católica, atrasada, terrateniente antaño dirigida por el extinto
Álvaro Arzú. Por ello, estar apoyando a la lucha contra la corrupción y por
permanencia de la CICIG sería un error. El apoyo a la CICIG y a la lucha contra
la corrupción formaría parte de las agendas del sector modernizante de la
oligarquía y de la Embajada de los Estados Unidos de América. Washington ha
usado la bandera de la corrupción para judicializar la política, encarcelar o
abrirle procesos a políticos progresistas o para derrocar por un golpe
parlamentario espurio a la presidenta Dilma Rousseff.
Me parece que la argumentación,
principalmente presentada por mi querido amigo Mario Roberto Morales, tiene un
núcleo de verdad. La lucha contra la corrupción, concretamente contra la
penetración en el Estado del crimen organizado, en efecto forma parte de la
agenda de la Casa Blanca. La CICIG había estado apoyada por Washington hasta
hace unas dos semanas cuando empezamos a observar un actitud ambigua por parte
de la administración Trump, quien a través de su Secretario de Estado empezó a
hablar de una renovación o reinvención de la CICIG. Y también es cierto que hoy
existe un naciente proyecto popular con viabilidad como lo es el expresado en
el Comité de Desarrollo Campesino (CODECA) y el naciente Movimiento Para la
Liberación de los Pueblos. Por primera vez en mucho tiempo, la izquierda tiene
la oportunidad de apoyar un proyecto que no sería un vagón de carga de un
proyecto de la derecha oligárquica.
No obstante lo razonable que puede
parecer lo anterior, no puedo sino expresar mis dudas con respecto a dicho
planteamiento. En primer lugar, no le encuentro sentido a ser indiferente con
respecto al destino de la CICIG. Independientemente de que sea cierto o no que
tiene una agenda estadounidense, el hecho es que dicha Comisión ha tenido un
papel progresivo en Guatemala. Ha hecho una alianza con el Ministerio Público
con efectos positivos que hubiesen sido impensables en Guatemala si la referida
CICIG no hubiese existido. Tampoco veo motivos para pensar que sería deplorable
que Jimmy Morales sufriese la suerte del vicepresidente ecuatoriano Jorge Glass
o de los expresidentes brasileños Dilma Rousseff o Luiz Ignazio Lula da Silva.
Morales no es lo mismo que ellos.
Con un Estado podrido, una derecha
extremista que agita banderas ultraderechistas contra la CICIG y una clase
política corrupta que vería con alivio la defenestración de dicha comisión, me
parece sensato luchar contra la corrupción y por la referida CICIG.
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