En
Centroamérica, el Gran Hermano permanece alerta y vigilante siempre. Eso dice
nuestra historia.
Rafael Cuevas Molina/Presidente
AUNA-Costa Rica
Donald Trump, presidente de los EE.UU. |
Seguramente,
la administración de Donald Trump ha desnudado la situación de apremio en la
que se encuentra el dominio mundial norteamericano. No hay lugar de la
geografía política y económica mundial en donde no se haga sentir los esfuerzos
desesperados que hace por revertir la tendencia dominante que lo va desplazando
lentamente del lugar de gran hegemón mundial.
América
Latina, considerada su espacio natural de expansión y dominio desde los albores
de nuestra vida republicana, expresado de forma expresa, lacónica y contundente
en la Doctrina Monroe desde 1823, resiente con especial crudeza la ofensiva de
esta administración por recuperar y afianzar espacios políticos que había
perdido paulatinamente desde la llegada al poder, a finales de la década de los
90, de proyectos políticos nacional-populares.
Esos
últimos 20 años en los que su hegemonía fue puesta en entredicho, coincidió
además con la cada vez más arrolladora presencia económica de China, que en
algunos países ha llegado a desplazarlos como principal socio comercial.
Desde
que en 1917 las inversiones norteamericanas superraron a las inversiones
británicas en América Latina, solo la Unión Soviética, a través de los procesos
revolucionarios de Cuba y Nicaragua a los cuales dio apoyo, llegó a disputarle
su preponderancia. Pero una vez que la Unión Soviética se auto inmoló, nada
hacía presagiar sus pies de barro.
Para
Centroamérica, los Estados Unidos han tenido siempre a la mano el garrote para
tenerla apaciguada. Piénsese primero en Panamá que, independientemente de los
antecedentes pre existentes en la búsqueda de autonomía e independencia ante
Colombia, fueron los norteamericanos los que dieron el puntillazo que les
permitió configurarla como un país independiente, lo que les permitió construir
el canal. No dudaron después en hacerse presentes de distintas formas en
Nicaragua desde principios del siglo XX, cuando pusieron a dedo presidentes
totalmente a su servicio, controlaron recaudación de impuestos y aduanas, e
intervinieron militarmente para tratar de derrotar a las huestes de Sandino de
1927 a 1934. A Guatemala la trataron como a su finca en 1954, cuando
propiciaron un golpe de Estado a raíz de una reforma agraria que expropiaba
tierras ociosas de las bananeras de propiedad norteamericana y, años más tarde,
en las décadas del 60 al 90, no dudaron en aplicar a rajatabla la política de
seguridad nacional utilizando a los ejércitos nacionales, que dejó a la región
bañada en sangre y con profundas heridas que no sanan hasta nuestros días,
provocando una serie de lacras que tienen a la región encabezando listas de
índices negativos en el mundo.
En
Centroamérica no toleran veleidades. Nicaragua fue acosada hasta dejarla
exangüe en la década de los ochenta y en Honduras, en cuanto Mel Zelaya mostró
simpatías por el bloque del ALBA lo pusieron en un avión y lo mandaron para
Costa Rica en pijama. Dejan claro que en esta región el que se porta mal debe
esperar tarde o temprano su castigo, y esperan no solo la aprobación de su
dictum continental sino además la iniciativa propia para reforzarlo, como lo
hacen hoy los gobiernos de Costa Rica y Panamá.
En la
coyuntura actual, su bravuconería no hace sino mostrar el gran susto que tienen
de todo ese proceso tendencialmente imparable de pérdida de hegemonía, pero los
coletazos de animal herido que dan son peligrosos, sobre todo para una región
como la centroamericana.
Esta
semana que termina no solo han hecho patente su molestia con El Salvador por su
reactivación de relaciones con China, sino que han amenazado a los otros países
de la región con que no tolerarán que se les cruce la idea por la cabeza. En
Costa Rica, el temor de hacer tratos con los chinos puede estarse expresando ya
en el anuncio que hiciera esta semana el ministro de obras públicas de llamar
la atención a la compañía de esa nacionalidad que debe ampliar la carretera al
principal puerto del país en el Caribe. Esto, en el país que fantaseó en el
2007 con llegar a ser el punto de apoyo de las inversiones del gigante asiático
en la región.
El
proceso de restauración pleno del poderío continental norteamericano en América
Latina está en marcha. Pretende no dejar vestigios de disensión de ningún tipo
para no comprometer sus intereses económicos, que es lo que en el fondo les
interesa. No perdonan nada, ni siquiera gobiernos que, conocedores de las
circunstancias geoestratégicas en las que existen, han hecho concesiones y
abandonado viejas veleidades revolucionarias como en Nicaragua o El Salvador.
En
Centroamérica, el Gran Hermano permanece alerta y vigilante siempre. Eso dice
nuestra historia.
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