Lo
que se ha producido en Ecuador no es un cambio con alguna perspectiva de
construcción de un país diferente, que incluso permita superar todo lo que sea
necesario del régimen anterior, sino que el giro empresarial, las políticas
gubernamentales seguidas y la “descorreización”, han provocado un cambio en los
ejes del poder y un revoltijo institucional y jurídico, inéditos.
Lenín
Moreno llegó a la presidencia de la República del Ecuador con el auspicio de
Alianza País; con el respaldo abierto y directo de Rafael Correa (2007-2017) a
fin de que sea su sucesor; teniendo en la mira el cumplimiento de un programa
de gobierno planteado durante la campaña; sobre la base de que respetaría la
Constitución de 2008; con la expectativa de América Latina para que su triunfo
preserve todavía el ciclo progresista; y, ante todo, con el apoyo del 51.16%
del voto popular en las urnas, de modo que los ecuatorianos votaron por un
proceso político específico (la continuidad de la Revolución Ciudadana) y no
por otro.
Después
de un año, la situación es absolutamente distinta. De la diferenciación con el
anterior régimen, el nuevo gobierno pasó a la ruptura total con Correa, y en
ese camino hizo suya la “descorreización” del país, levantada por las derechas
políticas en coincidencia con las izquierdas tradicionales, los marxistas
pro-bancarios y las dirigencias de los movimientos sociales, pero también
acompañada por un unificado cubrimiento mediático, todo lo cual resultó
funcional para la geoestrategia del imperialismo contra los gobiernos
progresistas en América Latina.
En
materia económica, el gobierno dejó de guiarse por lo que sobre este campo
dispone la Constitución, no hizo caso alguno a las propuestas provenientes de
varias agrupaciones de economistas y académicos que durante el “diálogo”
abierto por el mismo presidente Moreno plantearon medidas y políticas
alternativas frente a la visión neoliberal, se sujetó exclusivamente a los
planteamientos formulados por el “Foro de Economía y Finanzas” del que formaban parte figuras identificadas
con banqueros y empresarios, se subordinó a los intereses reivindicados por las
cámaras de la producción y se alineó con las fuerzas internacionales que
responden a los capitales transnacionales, abandonando el latinoamericanismo.
Así
es que lo que se ha producido en Ecuador no es un cambio con alguna perspectiva
de construcción de un país diferente, que incluso permita superar todo lo que
sea necesario del régimen anterior, sino que el giro empresarial, las políticas
gubernamentales seguidas y la “descorreización”, han provocado un cambio en los
ejes del poder y un revoltijo institucional y jurídico, inéditos.
No
se está construyendo un “capitalismo social”, una economía social de mercado,
ni siquiera una economía neoliberal, sino un modelo empresarial como el que se
edificó entre 1983-2006, es decir, un tipo de economía en función de los
intereses y la visión de la elite más poderosa del país, a la cual se le
atribuyen capacidades que históricamente no ha demostrado tenerlas.
Es
inútil que, bajo esas condiciones, se piense en problemas grandes y sólidos,
como los que América Latina ha movilizado desde hace mucho tiempo atrás
precisamente en el campo de la academia, el pensamiento, la investigación o la
teoría. Imposible que se comprendan los temas del desarrollo y la dependencia,
el papel de las geoestrategias del capital en el mundo, el camino para superar
el modelo primario-exportador, el origen histórico de las desigualdades
sociales, las políticas de la región en materia de equidad, las finalidades y
mecanismos de la redistribución de la riqueza, el papel del Estado en el
progreso social, la necesidad de imponer el interés público sobre los intereses
privados, así como los derechos laborales y sociales contra el rentismo típico
que sigue caracterizando, en pleno siglo XX, a la visión oligárquica.
Se
discuten temas más modestos, “prácticos” y sujetos a la presión de las cúpulas
empresariales: rebajar o suprimir impuestos, liberar mercados, suscribir
tratados de comercio, flexibilizar el trabajo, alentar la competitividad,
reducir las capacidades del Estado y no estorbar el crecimiento de las
iniciativas privadas, que se supone son las que producen desarrollo, empleo y
adelanto nacional, sin entender que en este país, a diferencia de otros, los
ciclos de claro intervencionismo estatal en la economía son los que han
provocado mayor desarrollo, progreso y mejoramiento social para los
ecuatorianos.
Pero
es más fácil combatir y abanderarse contra el “estatismo”, que, como ocurrió
entre 1983-2006, conduce a arruinar las capacidades estatales, la
institucionalidad, la gobernabilidad y, desde luego, los servicios que
necesariamente debe proveer el Estado a sus ciudadanos, como educación,
medicina, salud, pensiones y una legislación que someta el capital a los
intereses de la sociedad y no a la simple rentabilidad.
Son
perfectamente conocidos los datos oficiales del Servicio de Rentas Internas
(SRI) sobre los 215 grandes grupos económicos que tiene el Ecuador. La entidad
nos ha enterado que hay más de U$ 2.100 millones en facturas falsas; U$ 30 mil
millones en paraísos fiscales; U$ 2.260 millones en deudas por impuestos; que
las 500 mayores deudas al fisco suman U$ 1.363,5 millones y las 500 mayores
deudas impugnadas U$ 2.937,6 millones; además, que la presión fiscal es de
apenas el 2.29% (IR sobre total de ingresos) para el total de grupos económicos
y menor al 1.5% para 78 de esos grupos (es decir, pagan menos de 2 dólares por
cada 100). Y, por otro lado, los estudios de la Cepal sobre regímenes
tributarios ubican a Ecuador por debajo de la media latinoamericana en materia
de impuestos. Pero se repite, una y otra vez, que hay demasiados impuestos y
que son ellos los que quitan “incentivos” y “competitividad” a los inversionistas
nacionales y más aún a los extranjeros.
En
el marco de la pobreza teórica y de la visión empresarial más tradicionalIsta,
puede entenderse que la “Ley de Fomento Productivo…”, aprobada por la Asamblea
a propuesta del Ejecutivo, exonere del impuesto a la renta a los
“inversionistas” por un período que varía entre 8 y 20 años; que, además, se
perdonen multas e intereses por impuestos y deudas al Estado, y que se supriman
salvaguardias o subsidios.
Las
medidas económicas adoptadas la semana pasada por el gobierno, solo vienen a
llenar la hoja de ruta ya trazada por el giro dado a favor del modelo
empresarial y se resumen en el “achicamiento” del Estado tanto en aparatos como
en gastos, con varias fusiones inconvenientes de ministerios o entidades, quitando
empleo a servidores públicos, reajustando precios de la gasolina super, y una
que otra acción puntual de asistencialismo que recuerda a la época de Eloy
Alfaro, quien, bajo los conceptos de su tiempo, confiaba en la modernización
del país por intermedio de la iniciativa privada y en el fortalecimiento del
asistencialismo público a través de “juntas de beneficencia”, que debían
crearse a nivel nacional.
Supongamos,
positivamente, que las previsiones gubernamentales se cumplen y que las medidas
obtienen el éxito contable al que aspiran. Es seguro que ante el nuevo panorama
de privilegios económicos, inéditos en nuestra historia contemporánea, la elite
empresarial efectivamente crecerá y acumulará como nunca antes. Admitamos que
se ha tendido una alfombra roja para la llegada del capital externo y, sobre
todo, para los créditos del FMI, tan queridos por los defensores del mercado
libre. Tiene sentido, por tanto, que la consigna lanzada sea “¡El momento es ahora!”.
Pero,
lo que ha quedado golpeada -no sabemos por cuanto tiempo- es la vía para una
sociedad más justa, democrática y equitativa. Todas las izquierdas igualmente
han recibido un golpe contra sus proyectos políticos. Y tampoco podemos
advertir, al menos por el momento, cómo reaccionarán las capas medias, los
sectores populares, los indígenas y campesinos, los trabajadores en general,
cuando el nuevo paraíso del modelo empresarial del siglo XXI, beneficioso para
una minoría, exprese toda su inevitable secuela histórica de afectaciones sobre
la vida social y laboral de la enorme mayoría de ecuatorianos. Por lo pronto,
los datos del INEC confirman el aumento del desempleo y del subempleo y la
Cepal proyecta un decrecimiento para el país, pues pasará del 3% (2017) al 1.5%
en 2018.
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