Con o sin la aprobación del proyecto de ley de reforma fiscal,
lo cierto es que nos encontramos a las puertas de un ajuste neoliberal de
consecuencias imprevisibles para el futuro de la sociedad costarricense.
"Este
proyecto nació mutilado por el terror que suscita la sola mención de una
reforma tributaria justa, progresiva y moderna. Tengamos claro: no es un problema técnico, sino una
realidad política: eso, y no más, es lo que permiten los intereses dominantes
en la Costa Rica de hoy".
Luis Paulino
Vargas
Andrés
Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Sin cumplir todavía su quinto mes de gobierno, el presidente
Carlos Alvarado enfrenta una compleja crisis económica, política y social, como
consecuencia de las resistencias de la sociedad civil organizada ante el
trámite legislativo del Proyecto de Ley de Fortalecimiento de las Finanzas
Públicas (expediente 20.580). Esta iniciativa comprende un conjunto de medidas
y reformas con las que el Poder Ejecutivo pretende hacer frente al agobiante
déficit fiscal (estimado para 2018 en 7,2% del PIB), pero a la que se le critica,
entre otras cosas, su carácter regresivo, el debilitamiento de los controles
contra la evasión de impuestos, la lógica de austeridad neoliberal que impone
por medio de la llamada "regla fiscal" -que limita el gasto, contrae
al sector público y podría provocar de facto una reforma del Estado-, y en
definitiva, sus magros alcances para enfrentar problemas estructurales de la
economía costarricense.
Después de más de una semana de huelga convocada por los
sindicatos del sector público, a la que se han sumado diferentes movimientos
sociales; con varios incidentes de represión policial de por medio, y con
afectaciones en la prestación de servicios de educación, salud, transporte y
abastecimiento de combustible, entre otros, este 19 de setiembre el gobierno y
los manifestantes finalmente abrieron un espacio de negociación preliminar,
cuyos resultados son inciertos dada la desconfianza que las organizaciones
sindicales han expresado sobre las reales intenciones de diálogo y
apertura para la búsqueda de consensos por parte del Poder Ejecutivo. Desconfianza que se alimenta del comportamiento asumido por el
gobierno en estos pocos meses de gestión.
El joven mandatario de 38 años, que arrasó en la segunda ronda
electoral el pasado 1 de abril (obtuvo el 60,66% de los votos), luce empeñado
en conseguir la aprobación del proyecto de ley y para ello ha desplegado
enormes esfuerzos de convencimiento entre la población, por medio de costosas campañas
de comunicación. Paradójicamente, es en la sociedad civil donde la llamada
reforma fiscal encuentra los principales detractores; no así en la Asamblea
Legislativa, conformada abrumadoramente por un espectro diverso de expresiones
de la derecha (unas más moderadas que otras) y del neopentecostalismo. Dócil a
la ortodoxia neoliberal que impera en el equipo económico de su gabinete, y a
la que él mismo abrió las puertas en virtud de las alianzas que buscó para
ganar la presidencia, Alvarado se ha mostrado obcecado, por momentos soberbio y
reticente al reconocimiento de la pluralidad de voces políticas y sociales que
participan del actual debate, así como de las alternativas otras de
justicia fiscal planteadas por sindicatos, partidos políticos y académicos.
Es verdad que el problema fiscal es una pesada herencia de
varios gobiernos neoliberales (incluido el del oficialista Partido de Acción
Ciudadana, entre 2014 y 2018, del que Alvarado fue ministro), pero las
soluciones propuestas no rompen con esa inercia. El presidente juega todas sus
cartas a la aprobación del paquete de impuestos y a una supuesta recuperación
de la economía, que nadie se atreve a vaticinar por dónde empezará ni cuándo.
En suma, un acto de fe ciega en las leyes del mercado, devenidas en dogmas, y
que también se esgrime como arma política para ablandar oposiciones. Algo que
vimos a finales del mes de agosto cuando la Ministra de Hacienda, Rocío
Aguilar, a propósito de los cambios al proyecto original introducidos por los
diputados en el ejercicio de su derecho de enmienda, advirtió a los
legisladores y a todo el país que por esa vía la reforma dejaría de ser
"una distribución de sacrificios" para convertirse "en una
distribución de dolor".
Más allá de esta retórica agresiva e intimidante, lo cierto es
que ni el gobierno y los medios de comunicación hegemónicos, ni los analistas y
opinadores del establishment, han logrado desmentir un hecho incuestionable:
que incluso aprobándose en su versión original, el proyecto 20.580 será
insuficiente para dar una solución de largo aliento al problema estructural de
las finanzas públicas. Como lo explica el Dr. Luis
Paulino Vargas, director del Centro de Investigación en Cultura y Desarrollo de
la UNED, en un artículo de su blog personal, la nueva ley "tan solo
aportará nuevos ingresos por un monto de alrededor de 1,5% del PIB", por
lo que para hacer frente a sus obligaciones la administración Alvarado tendría
que buscar nuevos endeudamientos con organismos financieros internacionales (se
habla de un eventual préstamo de $1000 millones de dólares del BID) y mediante
la colocación de bonos de deuda en el extranjero. Para Vargas, "el ajuste
fiscal propuesto, aun siendo limitado, y al ser aplicado sobre una economía muy
frágil, tendría un inevitable efecto contractivo, que nos llevaría al borde del
estancamiento, agudizaría los problemas del empleo y empeoraría la pobreza. O
sea: la propuesta fiscal del gobierno podría estar serruchando la rama sobre la
que se sienta: en el intento por extraer recursos de la economía y recortar el
gasto público, debilitaría aún más una economía ya debilitada, lo que
repercutirá en que, al cabo, los nuevos recursos que se recauden sea menos de
los previstos, y el déficit, y por lo tanto la deuda, mayores a lo esperado".
Con o sin la aprobación del proyecto de ley de reforma fiscal,
lo cierto es que nos encontramos a las puertas de un ajuste neoliberal de
consecuencias imprevisibles para el futuro de la sociedad costarricense. Los
tecnócratas de la administración Alvarado hablan de evitar la
"distribución de dolor", pero la metáfora encubre de mala manera los
peligros mayores que se ciernen sobre el país: la profundización de la pobreza
y la desigualdad en la distribución de la riqueza, que han venido erosionando
los cimientos del modelo de bienestar construido por el Estado costarricense
desde la segunda mitad del siglo XX, hasta casi decretar su inviabilidad
financiera; y que ahora, además, están minando las bases de la convivencia
democrática.
Lejos de verse una solución en el horizonte cercano, la crisis
que hoy crispa y polariza a distintos sectores de nuestra sociedad augura una
época de definiciones, disputas y transformaciones que, por ahora, no
garantizan la reproducción y sostenibilidad en el tiempo de las conquistas
sociales que perfilaron el clima de paz social, estabilidad y oportunidades que han
caracterizado a Costa Rica en el contexto centroamericano y latinoamericano.
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