Cada país,
cada izquierda, encontrará su forma de catalizar la fuerza popular, el desgaste
de gobiernos neoliberales. Pero si no se une, no estará a la altura de las
circunstancias, no será la izquierda que el pueblo necesita, que nuestros
países necesitan y que América Latina requiere.
Hay periodos históricos
en que se vuelve más difícil para la izquierda lograr imponer la hegemonía de
su proyecto. En las dictaduras, por ejemplo, cuando las condiciones de
organización y acción del movimiento popular se vuelven muy difíciles. Los
gobiernos de bienestar social han logrado cautivar a amplios sectores
populares, al atender la parte expresiva de sus reivindicaciones.
Los gobiernos
neoliberales, en su primera fase, lograron cautivar a una parte importante de
la población para sus promesas de recuperar a las economías, con políticas de ajuste
fiscal. Esas promesas se han agotado. Cuando resurgen gobiernos neoliberales
–como en los casos de Argentina y de Brasil–, han perdido esa capacidad de
captar la simpatía y el apoyo de partes importantes de la población. Por ello
mantienen, hasta donde pueden, el diagnóstico de que los problemas de la
economía se deben a los problemas heredados de gobiernos que tildan de
populistas, con sus gastos supuestamente excesivos de recursos públicos. A ese
argumento suman los de la corrupción que atribuyen a esos gobiernos.
Pero, aun si esos
gobiernos han perdido la capacidad de conquistar mentes y corazones, como
habían tenido algunas décadas antes, no hay comparación entre la convocatoria
de la política de paridad de Carlos Menem con las promesas de Mauricio Macri.
Ni entre las políticas neoliberales de Fernando Henrique Cardoso y las de
Michel Temer. El gobierno de Temer se desplomó antes, pero el de Macri también
pierde rápidamente apoyos.
No hay situación más
favorable para la izquierda. Se vive, aun con limitaciones (más todavía en
Brasil) un sistema democrático, con disputa electoral, pero a la vez, con
gobiernos con programas profundamente antipopulares, que acumulan recesión y
desempleo masivo. Las condiciones son inmejorables si la izquierda logra resolver
sus problemas internos.
Esa lucha requiere, antes
de todo, un programa netamente antineoliberal, con acento en la reanudación del
desarrollo económico, con políticas de inclusión social, priorizando un plan
urgente para la lucha en contra del desempleo. Requiere, asimismo, unidad entre
las fuerzas populares, con un liderazgo claro, que exprese la confianza del
pueblo en los que han liderado los gobiernos que han garantizado y extendido
sus intereses. Necesita también incorporar temas que no habían sido abordados
antes o de forma insuficiente, como la democratización de los medios, la del
sistema judicial y las reformas tributaria y bancaria.
Pero nada de eso tendrá
efecto y la izquierda no estará a la altura de las posibilidades actuales, si
no hay un verdadero espíritu de unidad, de consciencia de la lucha en contra
del modelo neoliberal –objetivo fundamental de la izquierda y del campo
popular, y que a ese objetivo debe estar sometido todo el resto. Ambiciones
personales, rivalidades entre liderazgos y rencores tienen que ser dejados a un
lado, para que la fuerza potencial de la izquierda se vuelva realidad, mediante
un liderazgo que unifique a toda la lucha. Si no es el líder tradicional, por
una u otra razón, tiene que ser otro, pero que represente toda la fuerza
unificada del pueblo.
Si no, la izquierda
perderá una oportunidad histórica única, en que la derecha está reducida a un
proyecto de gobierno que ya ha fracasado, que no tiene capacidad de conquista
de amplios apoyos populares, que sólo puede sobrevivir por la división de la
oposición y por sus maniobras jurídicas y mediáticas, pero que sólo pueden
funcionar si la oposición no reacciona unida a esas maniobras.
Es probable que Brasil
confirme el viraje de la situación, reabriendo el camino para gobiernos
antineoliberales. Cada país, cada izquierda, encontrará su forma de catalizar
la fuerza popular, el desgaste de gobiernos neoliberales. Pero si no se une, no
estará a la altura de las circunstancias, no será la izquierda que el pueblo necesita,
que nuestros países necesitan y que América Latina requiere. La izquierda no
tiene el derecho de perder, tiene la obligación histórica de ganar.
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