Quedará en la memoria este enardecido mensaje del presidente Macri
ante el Congreso. Una pieza digna de los tiempos que vivimos que impulsa al
pueblo, como en los primeros años de la democracia recuperada, a un “Nunca más”.
Roberto Utrero Guerra / Especial
para Con Nuestra América
Desde
Mendoza, Argentina
No estamos en los locos setenta del siglo pasado. Menos gritar ¡Patria
sí colonia no! Porque hoy más que nunca somos colonia. De lo que hablamos,
cuando titulamos “la imaginación al poder” es del encendido discurso del
presidente Mauricio Macri en este 1º de marzo en la apertura de la sesiones del
Congreso de la Nación. El último discurso de apertura. Alocución desbordada,
exaltada por momentos, en los que luego de remitirse, reiteradamente al fango
en que estábamos, ahora estamos en el camino cierto. Tan cierto como su
imaginación describiendo la maravilla actual que disfrutan los argentinos al
estar insertos nuevamente en el mundo.
Su desesperada arenga responde a que, el apretado entramado de
alianzas e intereses políticos que se mostraba firme en las últimas elecciones,
luego de las tormentas que tuvo que soportar en materia económica – según el
discurso coral de los operadores de la torre de control – ha ido cediendo,
desgastándose. Al punto que sus principales aliados quieren ir solos en las
próximas elecciones.
Pero no es sólo eso, la justicia comienza a despertar de un largo y
negociado letargo, comenzando a investigar causas y personajes que van cercando
al grupo de gobierno.
No pretendemos realizar la exégesis del mensaje presidencial porque
requeriría desarticular cada párrafo y compararlo con cifras y datos que harían
más grave la conclusión. Tomaremos sólo algunos tramos de su exposición que
duró una hora. Algo inusual en él.
En su desesperación tocó puntos sensibles en torno a la política
regional, (luego de lo vivido este fin de semana en las fronteras venezolanas y
la angustia sobre una invasión armada) amonestando a las condecoraciones
otorgadas por el gobierno anterior al presidente Maduro de Venezuela y
reconociendo a Guaidó y a las gestiones del Grupo de Lima – del que ha sido
activo promotor – , que sabemos que responde a las estrategias de los EEUU para
apoderarse de las riquezas del país sudamericano, en donde la reserva del 20%
del petróleo global, juega un papel decisivo. Prescindiendo totalmente del
pueblo y sus legítimas instituciones, como lo ha hecho con otras naciones
arrasadas recientemente.
En política internacional se refirió a que “en 2015 se negociaba la
impunidad con el régimen iraní sobre las heridas del atentado más grave de la
historia”. Sin embargo, en el último día de febrero, se aprobó el encubrimiento
en el caso AMIA, liberando de responsabilidades al ex presidente y actual
senador nacional, Carlos Menem. Fallo que puso de inmediato a los familiares de
las víctimas en acción para rebatir tal decisión.
El repaso sobre la inserción del país en el mundo, el éxito del
encuentro del G20 y sus encuentros con otros mandatarios mundiales, fueron el
inventario de su gestión como máximo representante del país. Un país que, según
sus propias palabras, solicitó autorización al Fondo Monetario Internacional
para subir las asignaciones universales por hijo AUH en un 46%.
Dicho en criollo, no toma decisiones soberanas y le permiten ese
desliz porque necesita ser reelegido. Lo hace a gritos, del mismo modo que,
como adolescente que monta en cólera, recuerda a la audiencia de la asamblea
legislativa, que está allí por el voto popular.
Del mismo modo y énfasis con que sobreactúa el párrafo: “todos tenemos
que rendir cuentas, los políticos, empresarios, sindicalistas, periodistas, la
familia del presidente y el presidente”.
Envalentonado también, en algún pasaje deja la comodidad de la tercera
persona – esa que ha mantenido y compartido con su equipo como meros
observadores de las acciones, siendo los motores de la gestión, según el
consejo de sus asesores en comunicación – para expresar, como lo hizo
emocionado en el acto del Colón: “yo estoy peor que hace unos años, todo me
cuesta más.” Increíble sincericidio si se tiene en cuenta el blindaje de
seguridad que tenía la zona del Congreso de la Nación para impedir que llegaran
las manifestaciones a expresar su descontento. Blindaje mucho más estricto en
las adyacencias del edificio y los accesos al mismo.
Habría que preguntarle si la frase la tomó del obrero que hace unos
días lo increpó súbitamente en una inauguración de las obras de un Procrear
sobre su insostenible situación personal y que no le echara la culpa al pasado,
que le diera una respuesta porque no daba más. Episodio que fue viralizado en
las redes sociales y comidilla de los medios en los últimos días.
Que “la Argentina está mejor parada que en 2015”, es una entelequia
propia de ese grupo desquiciado que puso todo patas para arriba. En 2015 nos
habíamos desendeudado. Hacía años que nos habíamos desprendido de la férula del
FMI (hecho que él resaltaba antes de pedir su pesada asistencia), el dólar
valía 4 veces y media menos, la inflación mucho menor y el consumo interno
permitía niveles de dignidad imposibles de recuperar.
Lo que vino en estos años negros de su gobierno es la estrepitosa
regresión a épocas pasadas de gobiernos oligárquicos, porque su caballito de
batalla reciente – más allá de la pesada herencia – ha sido echarle la culpa a
los últimos setenta años en que estuvimos – según él – de fiesta, frustraciones
y crisis recurrentes, culpando al peronismo.
Claro, olvida que gran parte de ese tiempo, un cuarto de siglo,
gobernaron los militares o con el peronismo proscripto. Su mensaje remite a
nostalgias de la década infame, cuando una minoría selecta hacía de las suyas y
los obreros eran perseguidos por la Liga Patriótica.
Quedará en la memoria este enardecido mensaje ante el Congreso. Una
pieza digna de los tiempos que vivimos que impulsa al pueblo, como en los
primeros años de la democracia recuperada, a un Nunca más.
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