Este escrito –quizá pesimista para algunos, pero más bien crudamente
realista– es un intento de reformular la misma pregunta que se hacía Lenin en
1902: ¿qué hacer? Es decir: ¿cómo moverse ante esta avanzada fenomenal de la
derecha, que se permite incluso robarle discurso a la izquierda, hablando –en
forma aguada, claro está, light– de lucha contra la pobreza (¡no contra la
injusticia!) y con formas políticamente correctas (lucha por la equidad de
género, contra el racismo, etc.)?
Marcelo
Colussi / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Guatemala
I
En la actualidad, luego de la emblemática caída del Muro de Berlín –que
significó la caída, al menos momentánea, de los ideales socialistas– el mundo
pareciera encaminarse hacia posiciones conservadores sin otra alternativa.
Aunque no sea cierto que hayamos alcanzado el fin de la historia, el
capitalismo parece haber llegado para quedarse. La llamada globalización
neoliberal no da respiro, y el campo popular cada vez está más golpeado. Las
izquierdas, aún shockeadas, no atinan
el camino.
Desde una posición triunfalista, casi con desdén, el discurso de la
derecha puede mirar socarronamente a la izquierda mostrando su
"fracaso" en el siglo XX. Por cierto que hoy, luego de lo sucedido en
las recientes décadas, elementos no le faltan para hacer el señalamiento. Los
primeros experimentos de socialismos reales del pasado siglo no terminaron muy
bien, y después de la caída del Muro de Berlín y todo el campo soviético, más
los elementos de restauración capitalista en China, el discurso hegemónico de
la derecha se siente imbatible. Aunque la historia, por cierto, no ha
terminado. Si llamamos "éxito" al actual estado de cosas en el mundo,
nos equivocamos, porque el resultado es francamente patético: con toda la
riqueza acumulada, el hambre sigue siendo principal factor de muerte en la
población planetaria. Para que un 15% de la humanidad viva satisfactoriamente,
el otro 85% pasa penurias indecibles: enfermedades, ignorancia, falta de
servicios mínimos, guerras y distintas manifestaciones de violencia por doquier
(racismo, patriarcado, prejuicios). ¿Dónde está el pretendido éxito del sistema
capitalista?
Como dijo el brasileño Frei Betto: "El escándalo de la Inquisición no hizo que los cristianos abandonaran
los valores y las propuestas del Evangelio. Del mismo modo, el fracaso del
socialismo en el este europeo no debe inducir a descartar el socialismo del
horizonte de la historia humana".
Decir que el socialismo fracasó es erróneo; en todo caso, no avanzó como se
esperaba, pero definitivamente en todos aquellos lados donde existió, resolvió
muchos más problemas que los que produjo el sistema capitalista. En el
socialismo nadie murió de hambre, nadie permaneció analfabeto, nadie dejó de
tener vivienda y acceso a servicios básicos; nunca un país socialista invadió a
otro ni propició golpes de Estado. Pero sin dudas, en la actualidad, no hay
muchos logros que mostrar, al lado del discurso omnipresente del triunfalismo
del capital, que enceguece con sus oropeles (léase: consumismo voraz, shopping centers abarrotados y una ética
del "sálvese quien pueda" individualista).
En este momento ser socialista, seguir abrazando el ideario socialista,
seguir esperanzado en un mundo con mayores cuotas de justicia, no es una
cuestión de pura fe, de creencia dogmática, ciega, irreflexiva. A una religión
se la puede seguir por una pura cuestión de convicción, exclusivamente
pasional, ilógica si se quiere ("Creo
porque es absurdo", llegó a decir un teólogo medieval. La fe no
necesita demostrarse). Más allá del análisis, incluso, se puede seguir una
creencia dejándose arrastrar por la corriente. Pero seguir firme en el ideal
socialista es otra cosa. Por cierto, mucho más que dejarse llevar por la
corriente, ser socialista sigue siendo una decisión sopesada, una decisión en
la que hasta nos puede ir la vida incluso, pero que se alimenta de un profundo
principismo, de una ética firme, y de un análisis conceptual contundente.
¿Quién produce la riqueza? La clase trabajadora: de eso no podemos dudar. Se la
apropia en su gran mayoría la clase dueña de los medios de producción
(banqueros, industriales, terratenientes); esa es una verdad irrefutable, no es
cuestión de creencia. Optar por el socialismo es manejarse con conceptos de
profundidad científica (materialismo histórico) al par que seguir teniendo
sensibilidad social, preocupación y respeto por la dignidad humana. Es seguir
creyendo firmemente en la justicia, en que lo más importante para un ser humano
es otro ser humano.
Seguir optando por el socialismo no es hacer una apología del amor al
prójimo. La experiencia milenaria de la vida y las modernas ciencias sociales
nos enseñan que el amor incondicional, el amor por el amor mismo no existe (los
dioses omnipotentes podrán amar en forma absoluta. Los humanos de a pie, más
modestamente, amamos en forma parcial, fragmentaria, con cuentagotas. El amor
es siempre narcisista, conlleva una cuota de engaño). Pero sí existe el respeto
–y hay que forjar una cultura que se base en él; eso es el socialismo en
definitiva–. Aunque no amemos incondicionalmente al otro (¿podríamos amar de
verdad a todo el mundo?, ¿no tiene algo de mesiánico eso?), podemos y debemos
respetarlo. Y la injusticia, en cualquiera de sus formas (explotación
económica, subordinación de género, discriminación étnica) es una forma de
irrespeto.
La otra opción que tenemos frente al socialismo, el capitalismo, la
sociedad asentada en la explotación de una clase social por otra, ya hemos
visto hacia dónde puede llevarnos: sólo hacia un holocausto como especie. El
afán de poderío, la búsqueda interminable por la supremacía –cosas que
pudiéramos estar tentados de tomar como naturales, como factor espontáneo de
nuestra humana condición, pero que finalmente se descubren como construcciones
culturales, históricas– no pueden ser el norte de la vida. Si lo son, ello
depende de una historia que no nos ofrece otra salida, que nos lleva a valorar
un teléfono celular o una botella de whisky por sobre otro ser humano. Y ahí
radica justamente el trabajo revolucionario, el ser socialista: se trata de
cambiar ese mundo, esa historia, esa conciencia. Si se quiere: se trata de ir
contra esa corriente dominante.
II
El capitalismo, la sociedad basada sólo en el lucro personal, olvida el
respeto. Si el motor último de la vida es "la ganancia", amén de ser
una vida muy pobre en términos de valores humanos, como construcción social eso
es una bomba de tiempo. En nombre de su búsqueda se puede sacrificar la
naturaleza completa (la actual catástrofe medioambiental), se generan
contradicciones tan profundas que ya no tienen marcha atrás y se vuelven luego
inmanejables (sectores sociales "respetables" que viven defendiéndose
de los "excluidos" que reclaman su lugar en el mundo, Norte rico
"invadido" por pobres que escapan del Sur excluido), todo lo cual
genera una bomba de tiempo que por algún lado estalla. O, peor aún, en nombre
de defender las ganancias obtenidas, se producen guerras tan mortíferas que
ponen en riesgo la habitabilidad misma del planeta. De liberarse toda la
energía nuclear contenida en las armas atómicas de que dispone la humanidad hoy
día, se produciría una explosión tan monumental cuya onda expansiva llegaría a
la órbita de Plutón… Pero ello no impide que cada siete segundos muera de
hambre una persona en el mundo, siendo el hambre –¡el hambre y no la guerra!–
la principal causa de muerte de nuestra especie. ¿Triste? ¿Indigno?
¿Tremendamente pobre? Eso y no otra cosa es el capitalismo. El socialismo nunca
inició una guerra; el capitalismo… ya perdió la cuenta de cuántas.
La derecha podrá mostrar –con razón en muchos casos– que los
experimentos socialistas tuvieron innumerables errores: verticalismo, abuso de
poder, falta de libertades públicas, nepotismo, ineficiencia, burocratismo,
culto a la personalidad de los líderes y una interminable lista de lacras y
mezquindades vergonzantes. También la izquierda lo dice en una visión
autocrítica de esas experiencias. Ahora bien: de la derecha ya nada se puede
esperar, sino más de lo mismo: explotación, saqueo, injusticia, consumismo
voraz…., más todas las lacras recién citadas. Por otro lado, el abuso de poder
no es un invento del socialismo. Por tanto, el único camino que brinda aún
esperanzas sigue siendo el socialismo. Con sus errores, defectos y
mezquindades. Pero con esperanza al final del camino. ¿Qué esperar del
capitalismo, si justamente tiene como "válvula de escape", como
"salida" a sus crisis, nada menos que la guerra?" Y hoy por hoy,
la industria más redituable de todas, por lejos, es la producción de armas, la
industria de la muerte. ¿Ese es el éxito?
Las sociedades basadas en la explotación de clase no ofrecen salidas y
son, inexorablemente, una afrenta a la equidad entre humanos. Con un horizonte
socialista, sabiendo de los errores que los seres humanos cometemos (estamos
condenados a ser imperfectos) y sabiendo que hay que enfrentarlos, queda al
menos la esperanza respecto a que se busca la justicia, que vamos más allá de
la pobreza de la "salvación" personal. La vida es demasiado indigna
si se mide por la cantidad de dinero que tenemos depositada en la cuenta
bancaria, por el automóvil que usamos o por la ropa que llevamos. Pues como
dijo el poeta canario Víctor Ramírez, "aunque
no haya motivos para la esperanza, siempre tendremos razones para la dignidad". Y el socialismo, no olvidarlo, es
dignidad.
III
Pero algo pasa en la sociedad planetaria porque luego de algunos siglos
de avance contra el oscurantismo (la modernidad capitalista se erigió contra la
oscura noche medieval, y el socialismo auguraba una nueva aurora luminosa),
ahora se asiste a un preocupante retroceso en las ideas libertarias. Lo que se
marcó como lucha por un mundo de mayor equidad durante más de cien años, desde
mediados del siglo XVIII, con las primeras luchas sindicales obreras hasta los
60 o 70 del siglo pasado, hoy parece extinguido. La derecha, triunfante en
términos económicos (el capital hoy va ganando la pulseada contra la clase
trabajadora, sin lugar a dudas) parece haber dejado sin discurso al campo
popular. El ideario socialista de transformación revolucionaria que se
levantaba hasta hace algunas décadas, lo cual inspiró heroicas luchas en todas
partes del mundo, se muestra actualmente alicaído. No extinguido, pero sí en
terapia intensiva.
¿Está en retirada acaso? Seguramente no, porque aquello que lo alentaba:
las injusticias estructurales, las contradicciones de clase –junto a todas las
otras injusticias y contradicciones que pueblan la vida humana– no han
desaparecido. Por tanto, no habiéndose extinguido las causas, las consecuencias
persisten. Dicho de otro modo: como continúa la explotación, el grito de
rebeldía sigue presente. Pero ahí está lo llamativo justamente: ese grito se ha
ahogado al día de hoy. No desapareció, pero casi no se escucha. ¿Qué está
pasando?
El sistema capitalista, con ya largos siglos de experiencia (desde el
siglo XIII, con sus primeros balbuceos en la Liga Hanseática en el norte de
Europa, hasta su actual expansión global financiera e imperialista), ha
acumulado una fabulosa cuota de riqueza, de poder y de conocimientos. Para su
conservación ha desarrollado las más refinadas tecnologías de control social,
superando largamente toda forma de dominación ideológico-cultural conocida
anteriormente en la historia. Los modernos medios de comunicación masiva tienen
un poder de penetración y manipulación tan grande que no permite antídotos. En
la lucha ideológica contra los ideales socialistas, el capitalismo está
imponiéndose.
Se impone, claro está, apelando al más descarnado y repugnante juego
sucio; pero en el mundo del capital no hay lugar para la ética, para las
consideraciones humanísticas, para la verdad. "Una mentira repetida mil veces se transforma en una verdad",
pudo sentenciar el ministro de propaganda nazi, Joseph Goebbels, haciéndose de
ese lema el núcleo de la actual manipulación de las mayorías. Solo cuenta la
fría e inexorable ley de la ganancia. Para mantener esa ley, se apela a
cualquier cosa: las bombas inteligentes, el engaño más sofisticado, las
torturas más inimaginables o los mensajes subliminales, todo cuenta. Si sirve
para mantener el statu quo, se le
utilizará. El socialismo, por sus mismos principios fundacionales, no se mueve
de esa manera: la dignidad humana es la regla central. En el capitalismo, lo
único que cuenta es la acumulación del capital. Si la guerra o la muerte dan
buenos resultados (los principales negocios actuales son la guerra, la
especulación financiera y el consumo de drogas ilegales), se les da la alegre
bienvenida. Para defender su sistema de vida (representado icónicamente por el american way of life), miente
descaradamente ("guerra de cuarta generación" se le llama, guerra
mediático-ideológico-psicológica). ¿Puede el socialismo apelar a esas mentiras?
Definitivamente no. Pero sucede que en la pugna inter-sistemas, el
socialismo no va ganando. Y en la lucha ideológica –vital, toral para lograr
efectos en la humanidad, para movilizar, para preparar condiciones para
mantener o cambiar las cosas– se plantea un enorme problema ético: ¿cómo hace
el socialismo para equipararse con la monumental parafernalia del capitalismo,
con la mentira entronizada, con el continuo "lavado de cerebro" a que
se ve sometida la humanidad?
Hoy por hoy existe una gigantesca industria ideológico-cultural que el
gran capital pone en marcha aceitadamente día a día, minuto a minuto, segundo a
segundo. El mensaje ideológico lo inunda todo: medios masivos de comunicación,
redes sociales, ciberespacio, vida cotidiana manejada por titánicas fuerzas
conservadoras, hoy rayanas en el neofascimo neoliberal, religiones
(neoreligiones, más exactamente dicho) que obran como super efectivos
mecanismos de control social.
Valga como pequeño ejemplo esto último: la avalancha de cultos
neopentecostales al que se asiste hoy en toda Latinoamérica. Con un mensaje
ultraconservador, reaccionario, anti Teología de la Liberación, estos
mecanismos han servido para "desconectar" a millones de personas
(pobres en su gran mayoría) de la preocupación por lo terrenal. Dicho de otra
manera: desconectarlas de la lucha por la justicia, para auto-reconocerse como
explotadas. A toda esa monumental, gigantesca, titánica oferta ideológica que
inunda de cabo a rabo la vida cotidiana, ¿qué se le opone desde la izquierda?
Este escrito –quizá pesimista para algunos, pero más bien crudamente
realista– es un intento de reformular la misma pregunta que se hacía Lenin en
1902: ¿qué hacer? Es decir: ¿cómo moverse ante esta avanzada fenomenal de la
derecha, que se permite incluso robarle discurso a la izquierda, hablando –en
forma aguada, claro está, light– de
lucha contra la pobreza (¡no contra la injusticia!) y con formas políticamente
correctas (lucha por la equidad de género, contra el racismo, etc.)? ¿Sirve hoy
día el panfleto, la arenga a la salida de la fábrica, un mensaje enviado por
redes sociales para que se haga viral (al lado de millones de mensajes
similares enviados desde perfiles falsos? ¿Sirve hoy apelar a la verdad en lo
que se ha dado en llamar la era de la post verdad? ¿Cómo enfrentar esa lucha de
David contra Goliat? ¿Cómo organizar a una población que ya está disciplinada
por los cultos evangélicos, las telenovelas de moda o los interminables
partidos de fútbol que por docenas se ofrecen a diario?
No se presentan aquí las supuestas respuestas a la pregunta, las
"soluciones", el manual de procedimiento. Seguramente nadie las
tiene. No hay manual. En todo caso, hay que construir las opciones. Lo que es
claro es que los viejos métodos de trabajo político habrá que reevaluarlos,
reconsiderarlos. No se trata de "ponerse a la moda" sino de estudiar
con profundidad dónde estamos parados. ¿Por qué ganan elecciones candidatos de
ultra derecha con propuestas neonazis, hiper conservadoras, racistas? (Trump en
Estados Unidos, Macri en Argentina, Bolsonaro en Brasil, Liga del Norte en
Italia, candidatos neonazis en varios países europeos, Duque en Colombia,
Piñera en Chile). ¿Por qué los sindicatos pasaron a ser sinónimo de basura
corrupta, desmovilizadores de la lucha popular? ¿Por qué el término "lucha
de clases" salió de circulación? ¿Cómo logró el sistema establecer la idea
que en Venezuela hay una dictadura sangrienta, o que musulmán es sinónimo de
terrorista?
Es evidente que los métodos de lucha de la izquierda deben readecuarse,
repensarse. Como dijo recientemente un joven en un grupo de discusión política:
"Hoy día ningún muchacho piensa en
irse de guerrillero a la montaña. Eso pareciera fuera de lugar, pasado de moda.
Si ya… ¡ni montaña queda!" El llamado a reconsiderar los métodos de
trabajo político desde el socialismo es urgente. Y "modernizarse" no
significa, en modo alguno, renunciar a los ideales.
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