La estructura del poder
real en Estados Unidos ha encontrado a Trump para que los salve de la inercia
del fracaso de la unipolaridad post guerra fría y del fiasco de su política
económica en los últimos 40 años, todo lo cual conduce al fin de la hegemonía que
han sostenido por los últimos 120 años.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
Hace unos días me
preguntaba si la extrema agresividad de Estados Unidos que mantiene en vilo la
estabilidad del sistema internacional era expresión de fortaleza o de debilidad
de la potencia imperial. Al respecto afirmaba que la respuesta a tal pregunta
arrojaría luces respecto de los escenarios de futuro que es posible esperar.
La historia enseña que
el proceso de decadencia y caída de los grandes imperios que han existido a
través de la historia guardan ciertas similitudes independientemente de la
época que han ocurrido, la fase del desarrollo de la humanidad en que se
produjeron y los grados de avance tecnológico existentes en el momento
histórico de su transcurso hacia el declive definitivo después de vivir largos
períodos de auge que hacían suponer su eternidad hegemónica.
En la modernidad, tal
desenvolvimiento se ve magnificado por la acción de los poderosos medios de
transmisión de noticias que son capaces de fabricar circunstancias, contextos y
situaciones que entrañan realidades emanadas de la ficción, a tal punto que la
Academia Española de la Lengua ha aceptado como válida una nueva palabra para
describirlo: “posverdad” definida como una distorsión preconcebida de la
realidad, con el objetivo de implantar y modelar la opinión pública a fin de ejercer influencia en las decisiones
que la ciudadanía tome en materia política y social, en condiciones tales que
los hechos objetivos pierden predominio, toda vez que las emociones y creencias
personales pueden ser configuradas mediáticamente.
Esto pretendería
extender a las ciencias sociales, un principio de la física cuántica que
establece que es posible que dos personas puedan obtener resultados antagónicos
al observar la misma realidad, de lo que se concluye que es posible que
coexistan más de una realidad al percibir un mismo fenómeno. Este fundamento
permite a los medios informativos construir realidades propias e incluso falsas
y transformarlas en verdades, a través de la manipulación de la psiquis de los
individuos. Poco importa que a posteriori se demuestre la falsedad de la
información dada a conocer. El cerebro humano ya habrá grabado la primera
revelación, sabiendo que se han estudiado métodos a través de los cuales el
desmentido -si se hiciera- pasa a ser irrelevante ante la fuerza con que se
hizo público un acontecimiento que no necesariamente ha ocurrido. El daño ya
está hecho.
Como opina el sociólogo
español Miodrag Borges, experto en neuromarketing, neuropolítica y comunicación
“… a partir de 2012, el neuromarketing se convertiría en la base de los
estudios políticos vinculados a las estrategias de campaña”.
Borges cita al doctor
Matthew Sauvage, de la Universidad George Washington de la capital
estadounidense quien elaboró una tesis doctoral sobre neuromarketing político
en la que señala que las campañas políticas dependen de datos e información
precisa sobre los votantes, incluyendo sus gustos e intereses, sabiendo que de
esa manera es posible captar mejor al público y trazar estrategias ganadoras.
En estas condiciones,
el neuromarketing se convierte en un instrumento de valor superlativo porque
“permite añadir una capa extra de información para analizar aspectos tales como
anuncios de televisión o los discursos. En lugar de preguntar a alguien sobre
sus pensamientos acerca de un candidato o un anuncio de televisión utilizando
por ejemplo un grupo de discusión, se mide cómo reacciona su cerebro, de manera
que se puede acceder a ideas sin sesgo, acerca de cómo la persona realmente reacciona a esos estímulos”
En la actualidad,
nociones como el éxito del capitalismo, la invencibilidad de Estados Unidos, su
superioridad científica y tecnológica, las óptimas condiciones de vida de su
sociedad, la imperiosa necesidad de adoptar sus usos, costumbres, hábitos y gustos,
su hegemonía militar, el predominio de su cultura, valores y principios y la
preeminencia de su sistema político hacen suponer a buena parte de la humanidad
que el triunfo de la potencia norteamericana es irreversible y eterno y que no
existe alternativa válida para construir un mundo mejor. Estas ideas han estado
siendo sembradas durante años en el cerebro de los ciudadanos, sin que tengan
la mínima percepción de ello, por tanto no pueden reaccionar porque llanamente
piensan que “eso es así” y no tiene posibilidad de modificación.
El problema para
Estados Unidos es que esto ha comenzado a cambiar, en tanto se empieza a
manifestar cierta superioridad económica, científica, tecnológica y militar de
China y de Rusia, lo cual está configurando el eje principal de la
conflictividad global actual. El trance generado por Estados Unidos contra la
empresa china Huawei es la expresión más reciente y clarificadora de esta
situación.
Más allá de la
sensación de victoria que se pretende mostrar, el capitalismo no se puede
adjudicar éxitos que avalen tal situación. En el mundo de hoy, 821 millones de
ciudadanos pasan hambre, es decir el 12,9% de la población mundial; 1100
millones viven en condiciones de extrema pobreza y 2.800 en situación de
pobreza, 14,5 y 36,8% de la población mundial respectivamente. La nutrición
deficiente es la causa de muerte del 45% de los niños menores de 5 años, 3.1
millones de niños mueren anualmente por esta causa, 8.500 por día; 66 millones
de niños asisten a clase con hambre en los países subdesarrollados. Según la
Unicef se necesitan 3.2 mil millones dólares para solucionar este problema, un
poco menos que lo que cuesta un destructor de los 64 que tiene la Armada de
Estados Unidos a fin de desparramar muerte por el mundo.
Asimismo, 2.100
millones de personas no tienen acceso a agua potable y 4.000 millones (más de
la mitad de la población mundial) carece de saneamiento seguro según la OMS y
la Unicef; 264 millones de niños no asisten a la escuela. Todas estas cifras no
consideran que según la Unesco en el mundo hay alrededor de 350 millones de
personas que no existen, es decir que no tienen ningún tipo de registro de su
vida, por lo tanto no son sujeto de estadísticas. ¿Puede entonces considerarse
que el sistema económico que rige el planeta es justo? Y que es un éxito que se
debe sostener y extender, cuando se sabe que en el planeta existen los recursos
necesarios para que todos los habitantes del globo tengan sus necesidades
básicas resueltas y su porvenir de vida se inscriba en los ideales que la
humanidad ha trazado para todos, no sólo para una minoría
Sin embargo, cuando uno
observa el gasto militar de Estados Unidos, es fácil concluir que la solución
de los problemas de la humanidad no es de su interés. Hace solo unos días se
dio a conocer el presupuesto que el presidente Trump envió a la Cámara de
Representantes para el año 2020. En esta propuesta, la Casa Blanca está
pidiendo un recorte en el nivel general de gastos no relacionados con la
defensa en 5% el próximo año por debajo de los límites de gastos federales
actuales, una reducción de casi 30.000 millones de dólares, de la misma manera
pide que el gasto militar sea aumentado en un 4,7% a 750.000 millones de
dólares, en comparación con los 716.000 millones de dólares de este año. Es
evidente que Estados Unidos pretende salir de la crisis mediante la guerra, la
agresión y el conflicto, de lo que se deduce que su voracidad imperial crecerá
aún más en los próximos años.
Toda vez que los
recortes en este presupuesto, incluyen los gastos del departamento de Estado,
hasta altos mandos militares retirados de las Fuerzas armadas de Estados Unidos
entre los que se incluyen a los ex generales David Petraeus y Anthony Zinni y
al ex almirante James Stavridis consideraron que poner el énfasis en el
Departamento de Defensa y menospreciar el trabajo del Departamento de Estado,
“socava la seguridad y el liderazgo de Estados Unidos” Aducen que solos los
militares no pueden garantizar la seguridad del país, por lo que hicieron un
llamado al Congreso a proteger el financiamiento del Departamento de Estado.
Por supuesto, no hicieron ninguna alusión a las reducciones para salud y
educación ni para cooperación internacional, asuntos que no son de su interés.
En términos de mirada
estratégica esta visión de los militares, que sin duda refleja la opinión de
los que están activos y no pueden hacer consideraciones política de manera
pública porque la ley se lo prohíbe, refleja la preocupación suprema de uno de
los principales sostenes del poder imperial, del se están alejando por la
manera errática e improvisada en que están siendo dirigidos por una camarilla
tan extremista que incluso -desde su opinión- pone en riesgo la seguridad de
Estados Unidos.
No obstante, en
términos económicos la idea de que Estados Unidos pueda superar su crisis
económica no pasa de ser una quimera, con todas las repercusiones que ello
tiene para la estabilidad del sistema internacional: apreciar que la economía
de Estados Unidos se puede apuntalar en el mediano plazo, parece bastante
incierto. En lo inmediato hay que recordar que durante su campaña electoral
Trump prometió que eliminaría la deuda interna antes de concluir su cargo al
frente de la administración de su nación, pero la propuesta de presupuesto que
acaba de entregar al Congreso proyecta que la deuda nacional se incrementará a
31 billones en 10 años, así mismo expandiría el déficit del presupuesto federal
a 1.1 billones de dólares en el próximo año fiscal, al tiempo que exigiría
equilibrar el presupuesto para 2034 al conjeturar que la economía podrá crecer
más rápido de lo que la mayoría de los economistas anticipan.
En este sentido, vale
decir que como nos recuerda Armando Negrete, académico del Instituto de
Investigaciones Económicas de la UNAM de México, la economía estadounidense
viene manifestando una tendencia a la baja en el ritmo de su crecimiento desde
la década de los sesenta del siglo pasado. El investigador mexicano explica que
en 1984, la economía estadounidense creció a nivel del 6%, pero fue la última vez
que lo hizo, sin poder sostener ese ritmo ni un solo año, al contrario, desde
1980 cuando liberalizó los mercados, su PIB per cápita creció 1,61% anual y
apenas 0,6% desde la crisis de 2007. Vale decir que en ese mismo período de 40
años, China creció a un promedio de 9,6% anual.
Desde ese mismo año
1980 el saldo comercial de Estados Unidos ha sido deficitario de forma
creciente, sobre todo porque ante el proceso de desregulación de mercados,
apertura comercial y ampliación de las finanzas internacionales, las grandes
empresas transnacionales estadounidenses optaron por desarrollar un gran ciclo
de conexión productivo en el que a Estados Unidos solo le correspondió ser el
consumidor final, generando una dinámica de sobre consumo de bienes que no
produce, por lo que sus importaciones son mucho mayores que sus exportaciones,
erigiendo un mercado interno en el que la demanda es mucho menor que la oferta,
todo lo cual ha conducido a un gran déficit en su balanza comercial a lo cual
Trump le ha encontrado falsas explicaciones que pretende resolver con sanciones
y aumentos de aranceles, sin embargo al cierre de 2018 y después de un año de
guerra comercial con China, el déficit comercial de Estados Unidos aumentó, al
mismo tiempo que los consumidores de ese país tuvieron que pagar 4.4 mil
millones de dólares por efecto del aumento de los aranceles a China, lo cual
hace patente que tampoco esta guerra la están ganando.
Al respecto, Negrete
afirma que la dinámica emprendida por Estados Unidos:”… deslocalizó la producción
estadounidense hacia países con mayores niveles de productividad y menores
costos, generó un aparato interno industrial/productivo menos competitivo y
provocó una caída sostenida en la productividad del trabajo manufacturero. De manera contraria, China, mediante su
política de apertura comercial planificada y el establecimiento de zonas
francas industriales, desde 1980, atrajo esas cadenas productivas
manufactureras hacia sus costas y promovió su integración al mercado mundial
desde la esfera de la producción industrial con capital estadounidense,
esencialmente, pero también europeo”.
Este diagnóstico puede
arrojar algunas luces sobre la crisis actual y la situación objetiva de Estados
Unidos para intentar salir de ella hacia adelante, lo cual –con el paso del
tiempo- se ve más improbable en tanto su papel como potencia hegemónica ha
comenzado el declive. Lo cierto es que la crisis de su economía es estructural
en tanto manifiesta déficit comerciales crecientes, baja productividad y un
exiguo crecimiento, a lo que suma una profunda crisis política y moral que
obligó al sistema a buscar a un outsider que los salvara tras el agotamiento de
soluciones en los márgenes del establishment. La recurrencia de Trump a
sectores tan atrasados y retrógrados, que rayan en el fascismo, como forma de
solución de los problemas, muestra una vía que probablemente establezca la
realidad emanada del twitter presidencial como verdad absoluta, pero que en los
hechos está distante de una autenticidad que permita salir de la crisis aunque
los medios digan lo contrario.
Así como el revanchismo
buscó a Hitler para que sacara a Alemania del marasmo de la crisis económica de
la tercera década del siglo pasado y de la humillación de la derrota en la
primera guerra mundial, hoy la estructura del poder real en Estados Unidos ha
encontrado a Trump para que los salve de la inercia del fracaso de la
unipolaridad post guerra fría y del fiasco de su política económica en los
últimos 40 años, todo lo cual conduce al fin de la hegemonía que han sostenido
por los últimos 120 años.
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