Los
Estados Unidos cercan a Venezuela. No permiten que en su patio trasero se hagan
experimentos sociales que dejen por fuera los intereses de las transnacionales
a las que deben su existencia como gran potencia. No es una postura nueva;
desde el proceso de conformación de la nación norteamericana, la idea de que el
hemisferio occidental es su espacio natural de expansión y dominio ha estado
presente.
Rafael Cuevas Molina/Presidente
AUNA-Costa Rica
Como
dice el latinoamericanista estadounidense Abraham Lowenthal, “Por más de un
siglo, la idea del Hemisferio Occidental –según la cual los países de América
Latina y el Caribe, junto con Estados Unidos y Canadá, son un conjunto aparte
del resto del mundo, con valores e intereses compartidos– ha sido una premisa fundamental
de la postura general estadounidense respecto de América Latina”[1]. Esa
es la premisa que consideramos ha guiado a los Estados Unidos en sus relaciones
con América Latina a través de su historia, que cristalizó en el concepto
germinado en la cabeza de John Quincy Adams, y formulada
políticamente por el quinto presidente
de los Estados Unidos, James Monroe, en 1823, como “América para los
americanos”.
En
sus inicios, la premisa monroísta tuvo un carácter anticolonialista, pero en
corto tiempo, conforme
los Estados Unidos se fueron transformando ellos mismos en una potencia
expansiva e imperial, su significado y sentido cambiaron. El historiador
ecuatoriano, Jorge Núñez resume el expansionismo inicial de la futura gran
potencia de la siguiente forma:
Cuando los Estados Unidos nacieron a la vida independiente,
en 1776, su territorio era una estrecha franja vertical ubicada junto a la
costa atlántica de América del Norte, que tenía una extensión total inferior al
medio millón de kilómetros cuadrados y una población de dos millones y medio de
habitantes. Setenta años después eran dueños de un gigantesco territorio doce
veces mayor que el original, que se extendía horizontalmente desde el Océano
Atlántico hasta el Océano Pacífico, y verticalmente alcanzaba desde los Grandes
Lagos y las tierras altas de Oregón hasta casi el corazón del Mar Caribe. Su
población, mayoritariamente compuesta por inmigrantes, superaba ya los veinte
millones de habitantes[2]
Ya para entonces, la Doctrina Monroe
trasuntaba una contenido distinto al original, que según el historiador cubano
Carlos Oliva, “En esencia se trata de la
percepción de la pertenencia para sí del Sur del hemisferio que se tuvo desde
los inicios de la nueva nación norteamericana, lo cual se fue construyendo
paulatinamente en las sucesivas etapas históricas, hasta llegar al
establecimiento de su sistema de dominación continental”[3]. Parte del supuesto de ser
un pueblo y un país predestinados a alcanzar y conducir determinadas metas, no
solo para sí, sino para toda la humanidad, lo que se encuentra expresado en la
Doctrina del Destino Manifiesto, la cual “sirve de base al expansionismo y que apela al resguardo del interés y
la seguridad nacional”[4], y fue sustento y bandera de una
serie de aventureros como William Walker. Al respecto, Thomas Jefferson, uno de
los padres fundadores, y conocido también como “padre del expansionismo
norteamericano”[5], ya había dicho en 1809,
refiriéndose a la constitución de los Estados Unidos, que “nunca antes había
existido una constitución tan bien calculada como la nuestra para un imperio
extenso”[6].
El origen del concepto del destino manifiesto se
podría remontar, incluso, a la época en que comenzaron a llegar los primeros
colonos y granjeros desde Inglaterra y Escocia al territorio de lo que más
tarde serían los Estados Unidos. En esa época, el ministro puritano John Cotton afirmó
en 1630:
Ninguna nación tiene el derecho de expulsar a otra, si no es por
un designio especial del cielo como el que tuvieron los israelitas, a menos que
los nativos obraran injustamente con ella. En este caso tendrán derecho a
librar, legalmente, una guerra con ellos y a someterlos.
Doscientos años más tarde, la noción
de destino manifiesto aparece
ya de forma explícita, en el artículo Anexión, del periodistaJohn O´Sullivan, publicado en Nueva York en
1845:
El cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por
todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia, para el
desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como
el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el
desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino[7].
A lo que añade la siguiente precisión en
otro artículo que aparece un poco después:
Y esta demanda está basada en el derecho de nuestro destino
manifiesto a poseer todo el continente que nos ha dado la Providencia para
desarrollar nuestro gran cometido de libertad y autogobierno[8].
Como puede verse, la nación
norteamericana nace de la expansión, y tiene un carácter tan central para ella
que se sobrepone a las otras dos grandes tendencias que trazan su política
exterior, el aislacionismo y el internacionalismo que, en última instancia, no
buscan más que afirmar la primacía norteamericana en el mundo evitando acciones
conjuntas que puedan poner en peligro su hegemonía.
El cambio de naturaleza de la
Doctrina Monroe fue sintéticamente expresado en el llamado Corolario Roosevelt,
que fue formulado ante
el Congreso por el presidente Theodore Roosevelt en el Discurso el Estado de la
Unión el 6 de diciembre de 1904, en el que se afirma que, si un país
latinoamericano o del Caribe amenaza o pone en peligro los derechos o
propiedades de ciudadanos o empresas estadounidenses, el gobierno de Estados Unidos
esta obligado a intervenir en los asuntos internos del país
"descarriado" para reordenarlo, restableciendo los derechos y el
patrimonio de sus ciudadanos o sus empresas. Supone, en realidad, una carta
blanca para la intervención de Estados Unidos en América Latina y establece de
facto derechos de carácter neocolonial sobre la región, derechos similares a
los que tanto Inglaterra como Francia se otorgaban a sí mismos sobre los países
de sus áreas de influencia de acuerdo a los tratados de la Entente cordiale de
1904, en los cuales las potencias imperialistas son siempre sujetos de su doctrina de seguridad nacional, y
los países del Sur global un objeto “inerte, pasivo e intrínseco”[9] sobre el cual se impone una hegemonía a través de múltiples
mecanismos, de los cuales no se excluye el uso de la fuerza.
El Dr. Carlos Oliva propone las siguientes cinco etapas de
la construcción de le hegemonía estadounidense sobre América Latina y el
Caribe:
1)
Etapa prehegemónica, de finales del siglo XVIII a finales del siglo XIX, que
abarca todo el proceso de expansión territorial de los Estados Unidos, hasta
que las condiciones fueron propicias para mantener a las potencias europeas
fuera del continente tras la proclamación de la Doctrina Monroe.
2)
Etapa de ajuste hegemónico (1898-1945). Después que se dan todas las
condiciones para establecer la hegemonía hemisférica con la expulsión de la
última potencia europea, España, la batalla se centra a nivel regional en el
establecimiento de férreos mecanismos de control sobre Centroamérica y el
Caribe.
3)
Etapa de consolidación hegemónica (alcance de la supremacía global), 1945-1969.
4)
Etapa de crisis y recomposición de la hegemonía estadounidense (1969- 1990).
Para América Latina y el Caribe, la década de los años setenta recogió
importantes acontecimientos como la decisión asumida por un grupo de líderes
políticos caribeños de restablecer relaciones diplomáticas con Cuba; la firma
de los Tratados Canaleros Torrijos-Carter, y la revisión crítica de las
relaciones de los Estados Unidos con sus aliados, los dictadores militares del
continente, entre otros. En un segundo momento, vivido durante la década de los
ochenta, se marcó, con la entrada a la Casa Blanca de los neoconservadores, una
contraofensiva global contra el comunismo, expresada en la región mediante la
confrontación con Cuba y la lucha sin límites de ninguna índole contra los
movimientos guerrilleros que se desarrollaron en El Salvador, Guatemala y
Nicaragua.
5)
Etapa de ajuste hegemónico global (1990 hasta la actualidad). Definida a partir
de la caída del campo socialista este-europeo y, en consecuencia, del fin de la
bipolaridad ideológica y la Guerra Fría[10].
En esta etapa de ajuste hegemónico global, la confrontación
que avizoran los Estados Unidos en su patio trasero es con China. El avance que
esta tuvo en los años del progresismo fue observado con recelo por el águila
norteamericana que, cuando encontró el momento propicio, se lanzó, rapaz, sobre
su presa. En esas está sobre Venezuela .
[1] . Lowenthal, A.
(2006), “Más allá de la idea del Hemisferio Occidental”, Foreign Affaire en español. Localizable en:
http://www.foreignaffairs-esp.org, enero-marzo 2006, p. 1. Citado por Oliva
Campos, Carlos (2009), Estados Unidos y
América Latina a principios del siglo XXI: alternativas políticas frente a la
dominación imperialista, Heredia, C.R.: Cuadernos Aportes Teóricos de
Nuestra América, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional, p.3.
[2] . Núñez, J. (1998), La guerra interminable. Estados Unidos
contra América Latina, Quito: CEDIS-CEDEP, p. 4.
[4] . Rodríguez Díaz, M del R (2003), El Destino Manifiesto. El
pensamiento expansionista de Alfred Thayer Mahan 1890-1914, México D.F.:
Editorial Porrúa S. A. de C. V., primera edición, pp. XIII-XIV.
[6] . Citado por
Cockcroft, J.D. (2004), América Latina y
los Estados Unidos. Historia y política país por país, La Habana: Editorial
Ciencias Sociales, p. 64.
[9] . Shoultz, L. (1987), National Security and United States
Policy Toward Latin America, New Yersey: Princeton University Press, p.
235.
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