Asistimos a la inauguración de otra experiencia
de comunidad sub-regional que sin un mínimo balance del precario estado de la
integración en el área, se auto-postula como una modalidad novedosa de
aglutinación a pesar del sesgo ideológico que lo caracteriza. Y lo hace en
momentos en que Estados Unidos vuelve a proclamar la vigencia de la vetusta
Doctrina Monroe y usar el discurso propio de la “diplomacia de las cañoneras”.
Juan
Gabriel Tokatlian* / Página12
Los presidentes Iván Duque, de Colombia, y Sebastián Piñera, de Chile, promotores de PROSUR. |
Desde
2014 se manifestaron cuestiones que facilitaron la irrelevancia y el declive de
UNASUR: a) el gradual desinterés de Brasil --durante el segundo mandato de
Dilma primero y aún con la breve presidencia de Temer después-- de invertir
recursos diplomáticos en América del Sur; b) la desafortunada elección del ex
presidente Ernesto Samper al frente de la Secretaría General de la Unión de
Naciones Suramericanas; c) la acefalía en la conducción de UNASUR desde
principios de 2017 en medio de distintas estrategias simultáneas de diferentes
países destinadas más a la obstrucción de candidaturas que al logro de un
candidato de consenso; d) el fracaso de las gestiones de buenos oficios
auspiciadas por UNASUR con la participación de los ex mandatarios José Luis
Rodríguez Zapatero, Leonel Fernández y Martín Torrijos, ante la profundización
de la crisis en Venezuela en el marco de irresponsabilidades compartidas por
parte del gobierno y de la oposición; e) el establecimiento del llamado Grupo
de Lima en agosto de 2017 con el fin de debilitar, cercar y aislar al gobierno
de Nicolás Maduro en Venezuela; f) la mediocre presidencia pro tempore de la
Argentina entre abril de 2017-abril 2018 que nunca citó una cumbre de
mandatarios, de cancilleres o de ministros de Defensa; g) la suspensión de la
participación de la Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Perú y Paraguay en el
bloque sudamericano justo cuando la presidencia pro tempore pasaba a
Bolivia; y h) la salida definitiva de Colombia (agosto 2018) y Ecuador (marzo
2019) del mecanismo de concertación.
En
breve, el comportamiento concreto de la mayoría de los participantes de UNASUR
llevó a su descrédito y ocaso. Es como si los principales protagonistas
hubieran optado, contra sus intereses de largo plazo para sostener un ámbito de
acción conjunta con una voz unificada ante cuestiones regionales y globales,
por una lógica de corto plazo dictada por cálculos político-electorales
domésticos y por imaginar la quimera de una presunta “relación especial”
individual respecto a Estados Unidos.
La
sepultura de UNASUR --a la que, repito, muchos contribuyeron-- se materializó
con la propuesta de los presidentes Duque y Piñeira de crear PROSUR. El
cónclave del 22 de marzo en Santiago de Chile fue el lanzamiento formal de esta
iniciativa; iniciativa bastante inoportuna, aún ambigua y que parece una nueva
fuga hacia adelante del multilateralismo regional que se caracteriza por su
alta formalización y baja institucionalización. En los escasos pronunciamientos
de sus proponentes se ha invocado que el propósito principal es la “defensa” de
la democracia y de la economía de mercado, al tiempo que se ha puesto de
manifiesto su vocación expresamente ideológica como producto del avance de las
derechas y el retroceso del progresismo en el área.
¿A
qué apunta esta propuesta todavía indefinida? Se inscribe, de algún modo, en un
cambio de eje geopolítico del Atlántico al Pacífico en momentos en que el
gobierno de Donald Trump acentúa los elementos de contienda, en desmedro de los
de colaboración, en relación a China. Dos actores medios de la región
--Colombia y Chile-- aprovechan el vacío de dirección y credibilidad del Brasil
de Bolsonaro y de la desorientación estratégica de la Argentina de Macri. Es
sorprendente que el otrora poderoso eje Buenos Aires-Brasilia haya quedado
supeditado a las confusas aspiraciones de Santiago y Bogotá. Los postulados de
corte neoliberal de los convocantes parecen generar una adhesión inmediata como
si ello fuese funcional a un modelo de desarrollo productivo, inclusivo y
competitivo de la región en medio de fuertes polarizaciones a nivel de todos
los países de América del Sur. Habrá que ver, asimismo, en que traduce la idea
de “defensa” de la democracia y de la economía de mercado.
La
actitud hasta ahora poco constructiva --en el sentido de la ausencia de un
aporte concreto a salidas pacíficas-- de los participantes del nuevo foro
respecto a la angustiosa crisis venezolana, la resignada aceptación sin
cuestionamiento a las sanciones materiales impuestas por Washington a Caracas y
la desconsideración de alternativas exploratorias de diálogo político como las
sugeridas por el Mecanismo de Montevideo (México y Uruguay más el CARICOM), el
Grupo Internacional de Contacto para Venezuela (involucrando países de Europa y
Latinoamérica) y aún por el Vaticano, insinúan que PROSUR está más inclinado a
seguir al Norte que mirar al Sur.
En
síntesis, asistimos a la inauguración de otra experiencia de comunidad sub-regional
que sin un mínimo balance del precario estado de la integración en el área, se
auto-postula como una modalidad novedosa de aglutinación a pesar del sesgo
ideológico que lo caracteriza. Y lo hace en momentos en que Estados Unidos
vuelve a proclamar la vigencia de la vetusta Doctrina Monroe y usar el discurso
propio de la “diplomacia de las cañoneras”.
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