Este año se cumple un aniversario más del paso a la inmortalidad del líder
bolivariano, y en ese brillante legado reside la fórmula para combatir a estos
sectores dominantes, que son los mismos de siempre. Que en el fondo no han
cambiado nada. Ni sus intereses de clase ni sus objetivos. Los pueblos tampoco.
Pero primero hay que superar las contradicciones que nos limitan para así
abocarnos de lleno a la tarea de reprogramar la máquina hacia un único tiempo
posible: el futuro.
Maximiliano Pedranzini* / Correo
del Orinoco (Venezuela)
“Una revolución es el acto creativo colectivo por excelencia”, sentenció, en una entrevista, el historiador argentino Miguel Mazzeo allá por la primavera de 2013, nueve meses después de la partida del comandante Hugo Chávez. Una estación, sin duda, más que propicia para acuñar esta máxima, como un decreto de la historia que todos los pueblos inexorablemente tienen que acatar. Un imperativo categórico que en las turbulencias del presente se pierde para retrotraernos a lo peor, a lo más aciago. A tiempos reaccionarios que pensamos que jamás íbamos a volver. Pero volvimos. Como si en cada país de Nuestramérica hubiera bajo sus cimientos una máquina del tiempo que nos llevara al pasado, pero yendo hacia adelante, como un extraño fenómeno que viola todas las leyes de la física. Así nos sentimos muchos cuando vimos caer a nuestros países en la vieja fosa del neoliberalismo, con un lavado de cara que ha conquistado la adhesión de muchos.
Las vicisitudes de la historia nos empujan a creer -tal vez influenciado
por la ciencia ficción- que en las entrañas de nuestras realidades habita una
máquina del tiempo programado para viajar al pasado, como un baipás que se
activa cada cuarto de siglo. Quizá en menos tiempo. Muchas veces lo activa el
propio pueblo, condicionado para hacerlo. Convencido por los grupos de poder.
Otras veces apretaba los controles el mismo establishment, a través de sus
fuerzas armadas o sus élites económicas. Hoy se hace a través de los monopolios
comunicacionales que median entre las sociedades y la máquina. Son la nueva (no
tan nueva) mano invisible que regula la vida social y política de los
ciudadanos y de los gobiernos.
En esta lógica estamos parados. Anclados en esta compleja disyuntiva, que
no es otra que la lucha de clases. Que es la lucha por el poder. Y en esta
arena se libran las tensiones. Eso Chávez lo sabía muy bien. A tal punto que
construyó una estrategia de lucha, cuyo poder residía en la alianza entre el Estado
y el pueblo. Este era el eje para enfrentar a las corporaciones y el
imperialismo.
Este año se cumple un aniversario más del paso a la inmortalidad del líder
bolivariano, y en ese brillante legado reside la fórmula para combatir a estos
sectores dominantes, que son los mismos de siempre. Que en el fondo no han
cambiado nada. Ni sus intereses de clase ni sus objetivos. Los pueblos tampoco.
Pero primero hay que superar las contradicciones que nos limitan para así
abocarnos de lleno a la tarea de reprogramar la máquina hacia un único tiempo
posible: el futuro.
Por eso, como dice Mazzeo, la “revolución es el acto creativo colectivo por
excelencia” (Revista Sudestada Nº
124, Noviembre de 2013). Experiencia que sólo los pueblos conocen. Está en su
memoria, en su ADN. En todo aquello que el Imperio y las oligarquías nunca
serán. A ese camino debemos volver. Tenemos con qué y con quiénes. Sólo es
cuestión de recordar.
*Ensayista. Integrante del Centro de Estudios Históricos, Políticos y
Sociales “Felipe Varela”.
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