Ojalá el pueblo
hondureño, desde su pasado, su memoria de dolor y de injusticias recurrentes,
encuentre los caminos para construir otra historia: quizás lo haga a partir del
resultado de estas elecciones y del proyecto antineoliberal –aunque no
anticapitalista- del Partido LIBRE.
Xiomara Castro, candidata presidencial del Partido LIBRE. |
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
Es bien conocida la
frase con la que Karl Marx introduce su obra El dieciocho brumario de Luis Bonaparte: la historia -decía-
siempre se repite dos veces: la primera vez, como tragedia, y la segunda como
farsa... Ante la proximidad de las elecciones presidenciales en Honduras, y
tomando en cuenta el inventario de problemáticas sociales y violaciones a los
derechos humanos que se agravaron sistemáticamente desde el golpe de Estado de
2009, la tesis de Marx, que ilumina sobre una cierta fatalidad intrínseca a las
luchas sociales y al devenir humano, provoca no pocas interrogantes. ¿Hacia
dónde va el país centroamericano? ¿Qué podría representar un eventual triunfo
de la candidata del partido LIBRE, Xiomara Castro, en una sociedad en la que
los golpistas ayer permanecen impunes, velando en la sombra, dispuestos a dar
el zarpazo mañana, en cuanto vean amenazados los intereses de los poderes
fácticos?
Para aproximarnos a
posibles respuestas, resulta útil el concepto de “democracias malas” que acuñó
el sociólogo guatemalteco Edelberto Torres Rivas, en un texto del año 2010, para designar el
cariz que adquirían los débiles sistemas políticos que surgieron en
Centroamérica tras los acuerdos de paz alcanzados en las décadas de 1980 y
1990. Y refiriéndose al pesimismo y el desinterés por la democracia
representativa, que se instala como clima
de época en la región desde hace varios lustros, explicaba: “el culto a las
formas de la democracia política, el ceremonial electoral, se va convirtiendo
en una rutina que se desacredita a medida que se ejerce, entre los millones de
ciudadanos que habitan el sótano del edificio, desinformados y sin interés por
lo público, ahogados en una carencia de los bienes que otorgan un mínimo de
diginidad a la vida, enfermos, analfabetos, sin trabajo ni protección objetiva
por parte del Estado”.
Desgraciadamente, el
deterioro de la calidad de vida y de la economía, el incremento de la pobreza y
de la violencia, así como la gravitación impune de los poderes fácticos como
actores que terminan por inclinar la balanza en los asuntos de interés
nacional, se conjugan para hacer de Honduras un caso típico de esas
“democracias malas”. La prensa internacional lo ha documentado ampliamente, en
estas semanas previas a los comicios del día 24 de noviembre: por ejemplo, un informe del Centro de
Investigaciones Económicas y Políticas de Washington afirma que, tras
los logros alcanzados por el gobierno de Manuel Zelaya en materia de reducción
de la pobreza, ésta se disparó luego
del golpe de Estado (para 2012, el 13,2% de la población vivía en condición de
pobreza, y 26,3 en pobreza extrema); al tiempo que la desigualdad en la
distribución del ingreso creció un 12,3%. Por su parte, el Programa de Naciones
Unidas para el Desarrollo y la Organización Mundial de la Salud califican de “epidemia” la tasa de 77,5
homicidios por cada 100 mil habitantes,
que responden a las distintas expresiones de violencia criminal.
Otra prueba de la
decadencia política en Honduras son las declaraciones que dio hace pocos días Adolfo
Facussé, uno de los más influyentes y poderosos empresarios hondureños, y
artífice del golpe de Estado del 2009, quien se refirió en estos términos
sobre un posible triunfo electoral de
Xiomara Castro, la compañera de Zelaya: “Esta situación [la crisis
económica] también afecta a los empresarios, que ven disminuir sus negocios.
¿De qué nos sirve a nosotros una población muerta de hambre? ¿Qué negocio
hacemos nosotros? [Prefiero] un gobierno de izquierda que llegue a un acuerdo
con la empresa privada; estamos con Xiomara siempre que no instigue la
confrontación”. He allí el anticipo de la traición, el recurso del golpe como
política del terror. ¿Será posible la reinvención de la democracia hondureña
bajo esas condiciones?
En cualquier caso, sea
que triunfe Castro o que la derecha se imponga de nuevo por la vía electoral,
no deberíamos olvidar estas otras palabras de Marx que completan el pasaje
citado al inicio: “Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su
libre arbitrio, en circunstancias elegidas por ellos mismos, sino en aquellas
circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido
legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime
como una pesadilla el cerebro de los vivos”.
Ojalá el pueblo
hondureño, desde su pasado, su memoria de dolor y de injusticias recurrentes,
encuentre los caminos para construir otra historia: quizás lo haga a partir del
resultado de estas elecciones y del proyecto antineoliberal –aunque no
anticapitalista- del Partido LIBRE; pero, más allá de esta coyuntura, ojalá
encuentre desde el campo, las ciudades, las calles, la academia, la cultura y
todos aquellos espacios que deben ser conquistados, los rumbos necesarios para
que los triunfos puntuales dejen dejen de ser un dato circunstancial o una
anécdota, y se conviertan por fin en realidad fundante de una nueva sociedad y
una nueva y –por fin- vigorosa institucionalidad.
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