El pueblo está en la calle
defendiendo su victoria, el bipartidismo fue derrotado y a diferencia del
pasado, hoy existe una organización política que junto a los movimientos
sociales han logrado generar una voluntad de resistencia que sembró patria
y conciencia.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial
para Con Nuestra América
Desde
Caracas, Venezuela
En las tertulias de la Nicaragua sandinista
de los años 80, en un contexto estremecido por los aires insurreccionales de
casi toda la región centroamericana, Honduras era el “país donde nunca pasaba
nada”. Eran tiempos en que Nicaragua iniciaba su camino independiente, ya
liberada de la subyugación a la que la sometió
la familia Somoza por más de cuatro décadas, en El Salvador había sido
fundado -después de la unión de las fuerzas populares- el Frente Farabundo
Martí para la Liberación Nacional (FMLN), que desarrollaba una desigual batalla
contra las juntas democratacristianas apoyadas por Estados Unidos y hasta en Guatemala,
las fuerzas guerrilleras que llevaban varios años desarrollando la lucha armada
enfrentando a los gobiernos militares que 30 años antes habían derrocado al
presidente Jacobo Arbenz, se habían unido, creando la Unidad Revolucionaria
Nacional Guatemalteca (URNG)… sin embargo… en Honduras no pasaba nada.
Para aquellos que
habíamos ido desde otras latitudes a hacer un aporte en la lucha de esos
pueblos hermanos, adentrarnos en la vida de los países centroamericanos
significó introducirnos en un mundo desconocido, en una región solo explorada
desde la lejanía por el conocimiento de las hazañas de Francisco Morazán en el
siglo XIX y de Augusto C. Sandino a comienzos de la centuria que transcurría.
Así mismo, conocíamos la región a través de la pluma de Rubén Darío y de Miguel
Ángel Asturias. Pero, siempre subyacía aquella peregrina idea de que …en
Honduras no pasaba nada.
Sin embargo, para los
combatientes revolucionarios de esos países, Honduras había significado y
significaba la retaguardia fraterna y solidaria que ayudaba a sostener tales batallas en contra
de un enemigo común. El país incrustado como un triángulo entre sus hermanos,
aportó su propia cuota silenciosa de asesinados y desaparecidos por el apoyo
que dio a sus vecinos en lucha. Los escuadrones de la muerte operaban con saña
bajo la asesoría de la embajada de Estados Unidos dirigida por el tristemente
célebre John Negroponte, ex agente de la CIA, quien desde su puesto en
Tegucigalpa conducía la lucha de la “Contra” en Nicaragua. Así, fuimos descubriendo que en Honduras si
pasaban algunas cosas que no estaban a la vista de la opinión pública, pero que
tenían una influencia directa en los acontecimientos bélicos de los países
vecinos y en su propio territorio.
En esa época, bajo el
influjo de la revolución sandinista, la Honduras que gobernaba con
mano de hierro el general Policarpo Paz García apresuró una Constituyente que
entre sus primeros acuerdos confirmó a Paz García como presidente ¡Vaya
Constituyente!. En 1982, el nuevo presidente Roberto Suazo promulgó una ley antiterrorista que criminalizaba la
protesta social a la que consideraba “intrínsecamente subversiva”.
Ya en 1924, el país
centroamericano había sido invadido por Estados Unidos para imponer el poder
tras bambalinas de la United Fruit Company, y en la década de los 80 del siglo
pasado – ante los avances revolucionarios del entorno- vio como se estacionaron
las tropas estadounidenses que sirvieron de apoyo logístico a las bandas
armadas que desarrollaba la guerra contra el poder sandinista. Se calcula que
en 1983, Estados Unidos tenía 1200 soldados en el país.
Los procesos de paz que
se llevaron adelante en los países centroamericanos que mantenían conflictos
armados al finalizar la década de los 80 y comienzos de la de los 90 tuvieron
un influjo en Honduras. Sus gobiernos se vieron obligados a decretar amnistía a
los presos políticos, abolir la ley antiterrorista, subordinar las fuerzas de seguridad al poder civil y disolver la Dirección Nacional de
Investigaciones (DNI), acusada por los organismos independientes de defensa de
los derechos humanos como el ente del Estado
responsable de las torturas y las
desapariciones.
Sin embargo, ello no
impidió que desde 1990 se implantara un modelo neoliberal a ultranza y que en
1995 se creara la Unidad de Investigación Criminal, sustituta de la DNI,
integrada por 1500 hombres y asesorada por las fuerzas de seguridad israelíes y
estadounidenses. En esa época, como
promedio 50 personas eran asesinadas diariamente en el país centroamericano. El
80% de la población vivía en condiciones de pobreza y 228 terratenientes controlaban más del 75% de
las tierras del país.
La represión
indiscriminada, sobre todo en sectores rurales, el intento fallido de suprimir
por la fuerza a las bandas juveniles denominadas “maras” y la subordinación
desembozada a Estados Unidos marcaron la política hondureña de fines del siglo
pasado y comienzos de éste.
Proveniente de las
propias fuerzas políticas del modelo, en
2005 fue elegido como presidente el liberal Manuel Zelaya. Al asumir su
mandato, Honduras era el tercer país más pobre de América Latina después de
Haití y Nicaragua.
El nuevo presidente se
propuso hacer algunos cambios y tomar medidas para mejorar las condiciones de
vida de los excluidos. Propuso al Congreso aprobar una ley de participación ciudadana a fin de ampliar el marco democrático en su
país. En esa lógica, en enero de 2007 tomó control temporal de la venta
minorista de gasolina a fin de reducir
los precios de los combustibles, tras la imposibilidad de llegar a un acuerdo
con las empresas Chevron y Exxon Mobil.
Su acercamiento a la
Alba, el ingreso de Honduras a Petrocaribe y la preparación de la Cumbre de la
OEA en San Pedro Sula en junio de 2009 en la que contra la opinión de Estados
Unidos se eliminaron las restricciones para el retorno de Cuba a la
organización colmaron la paciencia de Washington que incrementó las actividades
conspirativas para derrocar al gobierno. Un golpe de Estado coordinado desde la
Embajada de Estados Unidos y en el que participaron las fuerzas Armadas, los
poderes públicos y hasta el propio partido liberal de Zelaya, lo destituyó por
la fuerza el 28 de junio de 2009. En ese momento Negroponte era Subsecretario
para Asuntos Latinoamericanos, del Departamento de Estado de Estados Unidos y
Hugo Llorens el embajador estadounidense. A este personaje se dirigió el nuevo presidente hondureño
Porfirio Lobo con el objetivo de solicitarle el visto bueno para nombrar a los
ministros de su gabinete, como el mismo Presidente Lobo reconoció en una
entrevista concedida el 31 de enero de 2011
a la emisora HEN de Tegucigalpa. Para que no quedaran
dudas, el mandatario hondureño agregó que “Es tradicional que Honduras consulte
todo lo que hace con Estados Unidos, por lo que por décadas se le ha
denominado: ´Traspatio de Estados Unidos` o el clásico mote de ´República
Bananera`”.
Ahora,
nuevamente la Embajada de Estados unidos es protagonista. La semana pasada en este mismo espacio
comenté que “…no tengo dudas que Xiomara
Castro ganará en las urnas, hace falta saber si lo hará en el conteo de votos…” Lamentablemente parece que los hechos me
están dando la razón. Al escribir estas líneas la candidata del partido Libre
no aceptaba los resultados anunciados por el tribunal Supremo electoral y
denunciaba fraude.
En la preparación del mismo,
una semana antes de las elecciones del 24 de noviembre, la Embajadora de
Estados Unidos, Lisa Kubiske, en un discurso informó que era posible que no se determinara el resultado de
las elecciones el mismo día del evento
electoral. Era una clara manifestación injerencista con la intención de marcar
la pauta que debía seguir el instituto electoral. Si el presidente había
afirmado que era normal consultar a Estados Unidos, lo más probable es que
debió inquirir a la embajadora acerca de quién debía ser su sucesor. De otra
manera, no se explica que la misma embajadora afirmara -unos minutos después de
la apertura oficial de los comicios- que los hondureños no deberían tener miedo
de “…utilizar el poder del sufragio… ustedes
deben preguntarse qué clase de país quieren construir los hondureños”.
Fue la orden de largada para el
muy bien organizado fraude electoral. Todos los actores nacionales e
internacionales, políticos, empresariales, eclesiásticos, y de comunicaciones,
accionados como por una varita mágica comenzaron a jugar sus roles. Sin
embargo, ahora en Honduras sí están pasando cosas: el pueblo está en la calle
defendiendo su victoria, el bipartidismo fue derrotado y a diferencia del
pasado, hoy existe una organización política que junto a los movimientos
sociales han logrado generar una voluntad de resistencia que sembró patria
y conciencia.
Nunca las victorias populares
han sido fáciles y cuando se obtienen, llega lo más complicado porque la
contraofensiva imperial no tiene contemplaciones. Ayer, en Honduras, el imperio
y las fuerzas retrógradas de la sociedad recurrieron al golpe de Estado, hoy al
fraude electoral y siempre encontramos
una constante: la presencia intervencionista de la embajada de Estados
Unidos. Menos mal que el secretario Kerry anunció el fenecimiento de la
Doctrina Monroe, entonces, ¿cómo se llama esto?
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