Se aproxima un nuevo ciclo electoral en
Centroamérica, región sensible e inestable en la que los Estados Unidos dejan
que se desarrollen los acontecimientos si, y solo si, se mantienen dentro de
límites que a ellos les parezcan aceptables.
Rafael
Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
Xiomara Castro impulsa un proyecto nacional-popular en Honduras, articulado en torno al partido LIBRE. |
El golpe de Estado perpetrado en
Honduras en el 2009 muestra a las claras esta situación. El que el país en el
que tienen sus bases militares más grandes en la región pudiera ponérsele
veleidoso dio al traste con las medidas nacionalistas de Manuel Zelaya.
En esa oportunidad, a las puertas de que
hubiera elecciones generales en El Salvador, con el Frente Farabudo Martí
encabezando las encuestas, y a Nicaragua con el Frente Sandinista en el poder
en la frontera sur, tener a una Honduras con esas características en
Centroamérica era un riesgo que no podían tomar.
Ese momento político coincidió con el
punto más alto del proyecto bolivariano en América Latina. Apenas unos meses
antes, en la misma Honduras la Organización de Estados Americanos había votado
para desdecirse de la expulsión de Cuba de su seno, y hasta países como Costa
Rica y Guatemala veían con buenos ojos la posibilidad de ingresar a
Pertrocaribe.
El golpe de estado en Honduras puede
verse como la movida norteamericana en la que, abandonando la política del soft power impulsada por el gobierno de
Barak Obama, iniciaron la contraofensiva que le ha dado un nuevo aire a la
derecha latinoamericana.
No es de extrañar que este viraje se
haya iniciado en Centroamérica, región en la que los Estados Unidos han
manejado los hilos de la política a sus anchas desde siempre, y donde han
cristalizado, de forma dramática, muchas de las tendencias políticas que han
caracterizado a América Latina en la época contemporánea.
Ahora, nuevamente, estamos ante un ciclo
electoral. Primero Honduras, y luego El Salvador y Costa Rica irán a las urnas.
Las condiciones, sin embargo, no son exactamente las mismas que prevalecieron
hace cuatro años. En esta oportunidad, el peso del bolivarianismo no es el
mismo en Centroamérica que entonces, y las otrora fuerzas insurgentes, el FSLN
de Nicaragua y el FMLN de El Salvador han mostrado que están dispuestos a
moverse dentro de los límites permisibles.
En efecto, el Salvador voceó a los
cuatro vientos, desde su misma asunción al poder, que su modelo era Brasil y no
Venezuela, lo que en la práctica equivalía decir que emularían un proyecto que
era aceptable para los Estados Unidos.
Los sandinistas, por su parte, han abandonado
en aras del pragmatismo su otrora ardiente retórica antiimperialista, y hoy
promueven sin ambages una “modernización” que promueve la apertura de su
pequeña economía a las grandes transnacionales.
Honduras ha transitado, dese el golpe de
estado, un período de gran represión del movimiento popular. Esta situación no
ha impedido que haya ido cuajando un proyecto de corte nacional-popular en el
que, hasta el momento, parecen tener cabida tanto sectores empresariales como
organizaciones de campesinos y defensores de los derechos humanos. Se trata de
una alianza que gira en torno al proyecto inicialmente impulsado por Manuel
Zelaya, y que ahora promueve a la presidencia de la república a su esposa,
Xiomara Castro.
Es un proyecto en el que tanto unos como
otros, es decir, empresarios como sindicalistas y activistas, se ven con
desconfianza, y no ponen las manos al fuego por él. Juan Barahona, candidato a
primer designado presidencial por el partido LIBRE (figura similar a la del
vicepresidente de otros países), quien ha sido un líder sindical histórico,
dice con tiento que, en un eventual gobierno del que él formara parte, verán
cómo se desarrollan los acontecimientos, cómo se conforma el gabinete. El
movimiento social del cual es dirigente, dice, no estará con un gobierno que
vaya a hacer más de lo mismo. Apuesta por un gobierno fuera del modelo
neoliberal.
Atención, pues, a los acontecimientos en
Centroamérica.
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